Viernes Santo

1. Preparar la celebración

1.1. La estructura:

Las celebraciones de la semana santa son más complicadas que las del resto del año. Por eso es muy conveniente estudiarlas previamente y descubrir las líneas de fuerza que las integran, su estructura básica. La celebración de hoy es, fundamentalmente, una amplia liturgia de la palabra que culmina con la adoración de la cruz y termina con la comunión. Las oraciones solemnes, pertenecientes al sustrato más antiguo de la liturgia romana, son una solemnización (valga la redundancia) de la oración de los fieles y deben ser integradas en la liturgia de la palabra. Es conveniente que quien ha de presidir la celebración conozca su estructura, en el fondo simple, y pueda facilitar a los fieles, mediante moniciones adecuadas, el desarrollo del acto.

1.2. El ritmo de la celebración:

Cuando conocen el desarrollo de la celebración quienes han de desempeñar en ella funciones de responsabilidad, sus gestos y sus movimientos adquieren una serenidad y un equilibrio importantes. Hay que evitar, a toda costa, el desconcierto y la improvisación. Sin caer en esteticismos fáciles, sin embargo, hay que prever todos los detalles que han de sirgir a lo largo de la celebración litúrgica. Es necesario, sobre todo, imprimir al conjunto un ritmo y un clima de serenidad que facilite una participación interiorizada y profunda.

1.3. Las moniciones y los cantos:

Entre las cosas que hay que preparar previamente están las moniciones. No deben dejarse a la improvisación del momento. Hay que estudiar con anterioridad los aspectos que deseamos subrayar, los tiempos de silencio que deseamos introducir, etc. Igualmente es preciso elegir tempestivamente los momentos en que se va a cantar y los cantos que se van a utilizar. Un ensayo previo es siempre necesario si queremos que la asamblea de fieles participe.

1.4. Conexión con las tradiciones populares:

Un sano criterio pastoral nos obliga a insistir una vez más en el respeto que merecen las tradiciones religiosas populares, muy abundantes y arraigadas entre nosotros. No es cuestión de destruir, sino de renovar y adaptar, salvando siempre una jerarquía de prioridades.


2. Dónde hay que poner el énfasis

2.1. La lectura de la Pasión:

Dentro de la liturgia de la palabra, que constituye uno de los núcleos más importantes de la celebración de hoy, debemos subrayar de forma especial la lectura solemne de la Pasión. Hay que proclamar con todo el énfasis posible el gesto de Jesús entregando su vida en la cruz como expresión suprema de su amor incondicional a los hombres. En ese gesto, definitivo y total, se resume toda la vida de Cristo. Ésta ha sido un permanente acto de donación de sí mismo. Desde esta perspectiva será posible entender la significación exacta del banquete eucarístico como memorial sacramental en el que cristaliza para siempre, a través de los símbolos del pan y del vino, la donación de Jesús. Desde el punto de vista práctico, debems señalar la conveniencia de utilizar todos los recursos necesarios para asegurar el relieve que ha de tener la lectura del evangelio de la Pasión : aclamaciones del pueblo, cantos, proclamación dialogada entre varios lectores, lugar destacado de la proclamación, etc.

2.2. La adoración de la cruz:

El amplio despliegue de solemnidad en que se enmarca la adoración de la cruz viene a ser como una respuesta plástica y gestual de toda la asamblea a la proclamación de la pasión. Es una respuesta de fe y de reconocimiento. Una respuesta vibrante y llena de entusiasmo. Al adorar la cruz y proclamarla como signo de victoria la comunidad cristiana comienza a vislumbrar en la cruz la gloria de la pascua. La cruz que la asamblea de fieles adora el día de viernes santo no es un instrumento de escarnio y de suplicio, expresión de un desenlace fatal y trágico, sino el símbolo de la salvación conquistada para siempre y del triunfo de la vida sobre la muerte. Esta tarde debe resonar en nuestras iglesias con más fuerza que nunca ese himno «Victoria, tú reinarás; oh Cruz, tú nos salvarás».


3. Otros aspectos de la celebración

3.1. La liturgia de la palabra:

Vista la temática de fondo, tal como la acabo de indicar en el punto anterior, es preciso interpretar la lectura de Isaías y la de la carta a los Hebreos en la clave que nos impone la lectura solemne de la pasión. La figura de Cristo-Siervo y la de Cristo-sacerdote hay que ofrecerla a los fieles en conexión con la donación sacrificial realizada en la cruz. Es necesario crear desde el principio un clima de sobriedad y de devoto recogimiento.

3.2. Las oraciones solemnes:

Con ellas concluye la liturgia de la palabra. En estas oraciones se recoge un recuerdo completo de todas las necesidades y preocupaciones que la Iglesia siente en un día tan señalado. No iría mal un cierto esfuerzo de adaptación a fin de que esos venerables textos, aún traducidos, puedan ser de verdad la expresión reall y auténtica de la comunidad orante de nuestro tiempo.

3.3. La comunión:

Desde aquí hay que aconsejar a los responsables de la celebración a que rodeen este rito, con el que concluye el acto, de un clima de serena sencillez. Este es el espíritu de la nueva liturgia de viernes santo.
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