Las comidas de Jesús

Se constata hoy un interés creciente por conocer la existencia y el sentido de las comidas de Jesús. Yo voy a fijarme aquí exclusivamente en las comidas relatadas por los sinópticos. El más importante es Lucas; en su evangelio se relatan nueve de estas comidas, incluidos los dos relatos de la multiplicación de los panes. Para elaborar esta breve reflexión voy a inspirarme en un interesante libro de Luis Maldonado: «Eucaristía en devenir», Sal Terrae, Santander 1997.

Hay que relacionar estas comidas con la última cena y con las comidas celebradas por el Resucitado con los discípulos. En este marco debemos situar contextualmente la primitiva celebración de la fracción del pan. Existe un nexo entre la eucaristía de la comunidad primitiva, las comidas con el Resucitado, la última cena y las comidas de Jesús antes de la cena. Este conjunto convivial marca, sin duda, el soporte antropológico y cultural de la eucaristía cristiana.

En primer lugar hay que hablar de la “mesa de la hospitalidad”. Es la nota principal de las comidas de Jesús. Se percibe esta dimensión tanto en la comida en casa de Zaqueo (Lc 19, 5-6) como al ser acogido Jesús en casa de las hermanas Marta y María (Lc 10, 38-42). Estas comidas, donde la hospitalidad y la acogida son la nota dominante, se sitúan en el marco de los viajes y desplazamientos de Jesús. Las comidas, sobre todo en el evangelio de Lucas, jalonan el laborioso viaje de Jesús a Jerusalén. Trasponiendo esta reflexión a la experiencia cristiana, Maldonado afirma que «la eucaristía es la expresión suprema de la hospitalidad» (o.c., 90). El emplazamiento de las comidas en el marco del gran viaje de Jesús a Jerusalén nos permite, además, interpretar estas comidas como símbolo de la Iglesia que camina, alimentada con la eucaristía y como pueblo peregrino, hacia el gran banquete mesiánico.

Las comidas de Jesús se definen también como la “mesa del perdón”, a la que son convocados, como comensales, los publicanos y los pecadores (Mt 9, 10-13). «Los discípulos de Jesús, reunidos en torno a él a través de la comensalidad compartida, dejan un sitio generoso a los que vienen de fuera y son pecadores, pero desean abrirse a la misericordia del Padre» (o.c., 82). Esto nos permite pensar que la eucaristía es también «el sacramento central del perdón» (o.c., 82), el signo de la acogida, de la reconciliación y de la misericordia.

Estas consideraciones me llevan de la mano a destacar otro aspecto de las comidas. Éstas constituyen la “mesa de la reunión” y de la acogida. La mesa reúne a los dispersos, a los diferentes, a los enfrentados. La mesa reúne, abre la casa y descubre el corazón. Es la mesa de la amistad compartida, la mesa de la comensalidad. Por eso «el sentido de la eucaristía es ser lugar de encuentro y comunión entre los de dentro y los de fuera, entre los de cerca y los de lejos, para ir formando de ese modo el único cuerpo que Dios quiere que sea la humanidad por él creada a imagen del cuerpo de su Hijo» (o.c., 81).

También hay que hablar de la “mesa de los pobres”. Los invitados a la mesa, en la perspectiva de Jesús, son los excluidos de la sociedad, los marginados, los mal vistos, los pecadores y los pobres. Esta perspectiva se destaca vigorosamente en la comida celebrada en casa de un fariseo importante (Lc 14, 1-25). Al gran banquete, animado por una comensalidad abierta y universal, son invitados todos «los que andan por caminos y cercas» (Lc 14, 23), «los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos» (Lc 14, 21). Estos son los comensales, los invitados a la mesa del Señor. Para que la eucaristía realice su función de solidaridad fraterna, trascendiendo la pura dimensión del símbolo, debe abrirse a los pobres, a los excluidos, a los desheredados de este mundo. Me sobrecogen estas palabras de Maldonado: «Aquí aparece toda la fuerza revolucionaria, contracultural, de una comunidad cristiana. Éste es el reino que quiere Jesús: un reino que celebra la comida de los hermanos reconciliados» (o.c., 101).

Finalmente hablamos de la “mesa de la eucaristía”. Los relatos de la multiplicación de los panes y el encuentro convivial con los de Emaús reproducen intencionadamente los mismos gestos que realizó Jesús en la última cena. Esos gestos quedaron definitivamente grabados en el subconsciente de la comunidad primitiva y eran reproducidos en la fracción del pan, en la eucaristía. Estas comidas, la última cena y las celebradas con el Resucitado, se definen por su referencia al triunfo trágico de Jesús sobre la muerte. Ese es el núcleo medular de su significado. Puede decirse que representan la comunidad de mesa con el Resucitado.

Quizás podamos concluir estas brevísimas reflexiones apuntando la idea de que, en la intencionalidad de los sinópticos, se perfila la pretensión de establecer un nexo de unión entre las comidas de Jesús y la fracción del pan celebrada por la comunidad cristiana primitiva. Las comidas, tan polifacéticas y ricas de sentido, nos acercan a la eucaristía, ofrecen una base de interpretación y la llenan de sentido. La evocación de las comidas de Jesús, realizada desde la experiencia de una comunidad cristiana consolidada, solo se explica desde la experiencia celebrativa de los evangelistas. Las comidas son un anuncio de la eucaristía; y ésta nos permite hacer una interpretación adecuada y pertinente de las mismas.
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