Para comprender toda la vida de Jesús es necesario situarla en la dinámica del amor. El amor es el único camino que humaniza al hombre de ayer, hoy y mañana. Sin el amor jamás la historia saldrá de los escondrijos del egoísmo, la envidia, la violencia y la desolación.
Dios desde el principio del tiempo, cuando las horas no eran marcadas por el reloj y el universo aprendía a armonizar su propia estabilidad, quiso hacer un pacto de amor y de alianza con el ser humano, el verdadero rey de la creación. Dios, que ha preparado todo para que el hombre y la mujer de siempre fueran encontrando su propio destino, nos ha repetido de mil maneras en la historia de la humanidad, que su amor es un pacto de fidelidad y de alianza incluso más allá de la muerte.
El amor jamás encuentra su fundamento en la vida finita del hombre, porque su origen está más allá de lo inmanente y más íntimo que la empatía misma. Y la expresión máxima del amor es el rostro de Dios mismo, que se abaja en su propia dignidad y grandeza para elevar al hombre hacia Él.
Esta Kénosis divina es la que enmarca toda la encarnación de Dios, asumiendo desde su propia inmutabilidad las categorías de espacio y tiempo en su más íntima dinámica… Y toda Kénosis tiene dos direcciones: Uno que abaja al Dios vivo hacia el hombre asumiendo la pobreza y la debilidad de la finitud, y otro que hace elevar al hombre hacia la esfera de Dios como un gran camino de divinización.