El don de Entendimiento en la plegaria «Ut unum sint»

La misión del Espíritu Santo es santificar y conducir a la Iglesia mediante la efusión de sus dones.

El don de Entendimiento permite al cristiano que lo recibe ir más allá del aspecto externo de la realidad escrutando incluso las profundidades del designio salvífico de Dios.

El Espíritu Santo abre nuestra mente con sus dones para que comprendamos mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las cosas todas.

Ven, Espíritu Santo

El Espíritu Santo actúa en nosotros dándonos consolación interior y comprensión mistérica. La pneumatología se encarga de explicarnos que Él es -dador de la - vida, que está en los profetas y que inspira la Biblia. Jesús nace por obra del Espíritu Santo; desciende sobre Jesús en su Bautismo; y le impulsa luego al desierto. Es dado por Jesús a los apóstoles para perdonar los pecados, y  sobre ellos desciende también en Pentecostés. Su misión no es otra que santificar y conducir a la Iglesia. Por eso el ecumenismo no puede por menos de enseñar su actuación en la causa de la unidad, causa eclesial por antonomasia.

El Decreto Unitatis redintegratio parte del designio divino de unidad, cuyo fin es la encarnación, el objeto de la oración de Jesús y del mandato de la caridad. La unidad es efecto de la Eucaristía, así como de la venida del Espíritu Santo, «por medio del cual (Jesús) llamó y congregó al pueblo de la Nueva Alianza, que es la Iglesia, en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad» (UR 2).   

Dios mismo ha dado a la Iglesia -continúa el Decreto- principios invisibles de unidad (el Espíritu Santo que habita en los creyentes, uniéndolos a Cristo y, por El, al Padre); y también principios visibles (la confesión de la misma fe, la celebración de los «sacramentos de la fe», y el ministerio apostólico). El Colegio de los Doce es así el depositario de la misión apostólica; de entre los Apóstoles, destacó a Pedro, al que Jesús confía un ministerio particular (cfr. UR 2). Considera el Decreto a continuación el momento sucesorio enraizado en la voluntad de Jesús y concluye aludiendo a la raíz trinitaria, fuente y modelo de la unidad.

Estas afirmaciones se mueven todas en el ámbito de la «eclesiología de comunión», es decir, consideran la Iglesia como un todo orgánico de lazos espirituales (fe, esperanza, caridad), y de vínculos visibles (profesión de fe, economía sacramental, ministerio pastoral), cuya realización culmina en el Misterio eucarístico, signo y causa de la unidad de la Iglesia. Vengamos así al don de Entendimiento, uno de los siete canales de actuación del Espíritu Septiforme.

El don de Entendimiento

No es, el don de Entendimiento, ninguna inteligencia humana, ni aptitud intelectual de la que pudiéramos estar más o menos dotados.

Sí es, en cambio, una gracia que sólo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano que la recibe la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad de las cosas escrutando incluso las profundidades del pensamiento de Dios y su designio salvífico.

Como la palabra misma sugiere, el entendimiento permite «intus legere», o sea «leer dentro»: este don nos hace comprender las cosas como las comprende Dios, con el entendimiento de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia. Pero hacerlo a fondo, como Dios la entiende, he ahí el efecto de este don. Jesús quiso enviarnos al Espíritu Santo para que tuviéramos este don, y con él pudiéramos comprender las cosas con la divina inteligencia. Hermoso regalo del Señor, sin duda. El Espíritu Santo nos introduce así en la intimidad de Dios y nos hace partícipes de su designio de amor con nosotros.

Queda entonces claro que el don de Entendimiento está estrechamente unido a lafe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y hecho. Jesús mismo dijo a sus discípulos: «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho » (Jn 14, 26): las enseñanzas de Jesús, su Palabra, el Evangelio, la Palabra de Dios.

Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don podremos comprender la profundidad de las divinas palabras. Gran don es éste, sin duda, que todos debemos pedir juntos: Danos, Señor, el don de Entendimiento.

El episodio de Emaús refleja muy bien su profundidad y su fuerza: Mientras iban de camino, Jesús resucitado se acercó y comenzó a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no eran capaces de reconocerlo. Sin embargo, cuando el Señor les explicó las Escrituras para que comprendieran que Él debía sufrir y morir para luego resucitar, sus mentes se abrieron y en sus corazones se volvió a encender -la esperanza (cf. Lc24, 13-27).

Esto es lo que el Espíritu Santo hace con nosotros: abre nuestra mente para que comprendamos mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las cosas todas. Es importante, pues, para el ecumenismo el don de Entendimiento. De ahí la necesidad de pedírselo al Señor con insistencia. Él nos permitirá penetrar de lleno en lo relacionado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en el conocimiento de lo que el Señor hizo y dijo en la oración sacerdotal, y de cuanto pidió en «Ut unum sint» al Padre. He ahí su importancia ecuménica en el septenario de Pentecostés.

Pentecostés

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