Francisco mueve ficha con los anglicanos




El domingo 26 de febrero por la tarde, el papa Francisco realizó una visita histórica –primera de un Pontífice-- a la Iglesia Anglicana de Todos los Santos en Roma, situada a pocas cuadras de Piazza del Popolo. Durante el encuentro compartió con una multitudinaria feligresía de anglicanos el canto de Vísperas en una ceremonia que incluyó una intervención coral y la bendición de un icono neo bizantino del Cristo Salvador inspirado precisamente en el más antiguo de la ciudad, el de San Juan de Letrán, catedral del Obispo de Roma.

Intercambiados los saludos de rigor, acompañaron en todo momento al ilustre huésped Robert Innes, Obispo anglicano de la Diócesis en Europa, y el reverendo Jonathan Boardman, capellán del templo desde 1999, quienes le dirigieron profundas y afectuosas palabras. «Gracias a Dios por su liderazgo global –dijo el Obispo Innes-- y por la inspiración particular que usted representa para nosotros, los miembros de la Comunión Anglicana. Usted nos ha recordado la importancia de servir en medio de los pobres. Ha tomado postura junto a los refugiados e inmigrantes. Ha puesto en marcha el esfuerzo contra la esclavitud moderna y el tráfico de seres humanos. Ha retado a los miembros de la Unión Europea a redescubrir su herencia cristiana y sus valores».

El párroco anglicano Jonathan Boardman, por su parte, manifestó que «en el momento de la división, mis correligionarios utilizaban la expresión ‘Obispo de Roma’ como un insulto para menospreciarlo. Hoy, en cambio, reconocemos su papel único en el testimonio del Evangelio y su amabilidad pastoral con nosotros y con muchos otros cristianos en todo el mundo».

El Papa bendijo a continuación el citado icono, delante de cuya imagen encendieron seguidamente velas. La celebración prosiguió con la renovación de las promesas bautismales, leídas por él mismo y por el reverendo Innes. Refiriéndose al icono apenas bendecido, comentó: «En esta santa imagen, Jesús mirándonos parece hacernos un llamado: ¿Estás listo para dejar algo de tu pasado por mí?, ¿quieres ser mensajero de mi amor, de mi misericordia?».

Francisco prosiguió con un breve y sencillo discurso en el que, a partir de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, señaló que el camino hacia la unidad de los cristianos debe sustentarse en la humildad y en la misericordia. Expresó su gratitud porque, después de siglos de mutua desconfianza, católicos y anglicanos sean capaces ahora de reconocer que la fecunda gracia de Cristo está obrando en unos y otros, y el deseo de mayor cercanía ha crecido por ambas partes. Sentía dicha visita –añadió-- como una gracia, aunque también como «la responsabilidad de reforzar las relaciones a la alabanza de Cristo, al servicio del Evangelio y de esta ciudad».




Concluido el discurso, fue contestando a las preguntas de algunos miembros de la Congregación en torno a las semejanzas entre católicos y anglicanos, flujo de la actual relación entre ambas Iglesias y meta común de la unidad cristiana por la cual trabajan. Respondió de forma abierta y espontánea ganándose la simpatía del auditorio. El 200º aniversario de la parroquia marcó el contexto de la visita. Francisco recordó que desde 200 años atrás las cosas en el mundo habían cambiado mucho y también entre anglicanos y católicos, que en el pasado se miraban recelosos y hostiles. «Hoy gracias a Dios nos reconocemos como lo que verdaderamente somos: hermanos en Cristo, mediante nuestro común bautismo». Y comentó: «Como amigos y peregrinos deseamos caminar juntos, seguir juntos a Nuestro Señor Jesucristo».

Si existían tensiones en la comunión –prosiguió luego con san Pablo-, la relación terminó por acomodarse y los cristianos de Corinto empezaron a trabajar junto a las otras comunidades visitadas por Pablo para ayudar a quien estaba en necesidad. «Esto es un signo fuerte de la comunión restaurada. También la obra que vuestra comunidad realiza junto a otras de idioma inglés aquí en Roma puede ser vista de este modo. A través del testimonio concorde de la caridad, el rostro misericordioso de Jesús se vuelve visible en nuestra ciudad». Su invitación no podía ser otra que «animarnos mutuamente para volvernos cada vez más discípulos fieles de Jesús, cada vez más libres de los prejuicios del pasado y deseosos de rezar para y con los otros».

San Juan Pablo II fue a la catedral anglicana de Canterbury, en Londres, en mayo de 1982. Benedicto XVI estuvo en 2010. Ahora Francisco es el primer papa en haber visitado a esta iglesia anglicana de Roma (26.02.17). El diálogo católico-anglicano data del lejano 1966 con el encuentro entre el beato Pablo VI y el arzobispo de Cantebury, Michael Ramsey. Los anglicanos se separaron del catolicismo en 1534, después de serle negada una anulación matrimonial al rey Enrique VIII de Inglaterra. Han tenido sus vicisitudes. Las tensiones se agravaron en 2009 cuando Benedicto XVI promulgó la Constitución apostólica Anglicanorum coetibus (4.11.2009) sobre la institución de Ordinariatos personales para anglicanos que entran en la plena comunión con la Iglesia católica.

No dejó por eso de impresionar al auditorio el anuncio de una posible visita a Sudán del Sur, país que se desangra por la guerra civil desde finales de 2013, en compañía del arzobispo de Canterbury, Justin Welby, gesto ecuménico que recordaría al que realizó con su viaje de un día a la isla griega de Lesbos (lugar entonces de llegada masiva de refugiados) junto al patriarca ortodoxo Bartolomé, de Constantinopla, y el Arzobispo de Atenas y toda Grecia, Jerónimo.



Lo anunció el propio Francisco al responder a la pregunta de un seminarista africano: «Vinieron a verme –dijo- el obispo anglicano, el obispo presbiteriano y el católico, y me dijeron: “¡Vaya usted! Pero no solo, vaya con el arzobispo de Canterbury”. Todos quieren la paz. Estamos viendo si se puede hacer el viaje». El objetivo sería poner fin a la guerra civil y llamar la atención del mundo sobre la hambruna que afecta ya a dieciséis millones de personas en el Cuerno de África.

Sudán del Sur, el Estado más reciente en el mundo, se desangra en una guerra civil iniciada en 2013 entre el presidente Salva Kiir y los rebeldes del ex vicepresidente Rick Machar, con horrendos crímenes de guerra contra civiles, cercanos al delito de genocidio, por ambas partes. Aunque sufre una grave sequía, la principal causa de la hambruna es la guerra, que impide el acceso de ayuda humanitaria. De salir adelante, pues, sería un gesto fuerte por la paz en un país que alcanzó la independencia en 2011, y que se ha visto prácticamente desde entonces envuelto en enfrentamientos motivados por la lucha de poder entre el entonces presidente Salva Kiir, de la etnia Dinka, y los partidarios del vicepresidente, Riek Machar, de la etnia Nuer.

En sus respuestas a las preguntas de algunos fieles el Papa destacó la importancia del ecumenismo en los países del sur, donde este diálogo «es más fácil» por no existir el recuerdo de siglos de agravios. Admitió, no obstante, que es también «más sólido en Iglesias más maduras». «Las dos cosas son necesarias», dijo, tras recordar su amistad con los anglicanos de Buenos Aires. Aludió en ese sentido a la situación en las Misiones del Norte de Argentina: cuando un católico no puede ir allí a la celebración católica, acude a la anglicana, o a la inversa. «La Congregación para la Doctrina de la fe lo sabe, que los dos obispos [católico y anglicano] trabajan juntos y las dos comunidades son amigas», aclaró. Tampoco silenció el «ecumenismo de la sangre», y recordó que, entre los mártires de Uganda, Pablo VI hubiera deseado beatificar también a los catequistas asesinados anglicanos, no solo a los católicos, «pero en ese momento no era posible». ¿Lo será algún día?

Igual que en las visitas a las parroquias católicas de Roma, saludó a quienes le iba presentando la vicepárroco Dana English, emocionados al darle la mano o abrazarle. La visita incluyó como recuerdo la formalización del hermanamiento entre la parroquia anglicana de All Saints y la católica de Ognissanti, que llevan el mismo título en la misma ciudad. La firma del documento, por los sacerdotes y algunos fieles de las respectivas parroquias, arrancó un gran aplauso.

La parroquia católica de Todos los Santos, de la que es titular el cardenal Walter Kasper, antiguo presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, fue elegida por Pablo VI para celebrar allí la primera misa de un papa en italiano después del Concilio Vaticano II. Ambas parroquias están desplegando conjuntamente ayuda a personas pobres o sin techo en la ciudad de Roma, y son un ejemplo vivo de amistad después de una ruptura provocada sobre todo por intereses políticos del rey Enrique VIII de Inglaterra.

La amistad católico-anglicana ya se había significado con intercambio de regalos durante la visita del Arzobispo de Canterbury al Papa en octubre de 2016. Francisco entonces entregó a Justin Welby una reliquia muy valiosa: la parte superior del báculo de San Agustín de Canterbury, el monje enviado desde ese mismo templo por el papa san Gregorio Magno el año 596 a evangelizar a los anglosajones.

En el histórico encuentro de 1966, el regalo de Pablo VI al arzobispo Michael Ramsey fue su propio anillo episcopal, en un gesto de amistad y de reconocimiento de su jerarquía. El miércoles 5 de octubre de 2016 el arzobispo Justin Welby se quitó su cruz pectoral y se la entregó como regalo a Francisco, quien se la puso al cuello inmediatamente.

Cruz, por cierto, muy original, hecha con clavos de los restos de la techumbre de la catedral de Coventry, destruida por los bombardeos alemanes durante la segunda guerra mundial, y convertida después en un símbolo de reconciliación ente los dos países beligerantes en los dos conflictos mundiales.

Francisco y Justin Welby firmaron una declaración conjunta que celebra el «gran progreso» realizado en cincuenta años de camino ecuménico al tiempo que reconoce «los nuevos desacuerdos entre nosotros, particularmente sobre la ordenación de las mujeres y, más recientemente, cuestiones relativas a la sexualidad humana», una referencia al reconocimiento del matrimonio homosexual por algunas provincias anglicanas. Naturalmente que son desacuerdos, pero no un drama, pues, «aunque no vemos soluciones a los obstáculos, no nos desanimamos. Ni siquiera nuestras divergencias deben obstaculizar nuestra plegaria común: no solo podemos rezar juntos, sino que debemos hacerlo».

En su homilía, leída en una tableta, el arzobispo Justin Welby desautorizó vigorosamente cualquier hostilidad, pues «cuando nos peleamos no solo desobedecemos la plegaria y el mandamiento del Señor, sino que nos convertimos en pastores que devoran su rebaño. La Iglesia se convierte en un circo de gladiadores donde no hay misericordia para los derrotados».

El encuentro romano del Papa y su gracia Justin Weltby confirmó el clima de hermanamiento en la celebración del 50 aniversario del primero, histórico, de 1966 entre Pablo VI y Michael Ramsey, quienes acabaron con cuatro siglos de hostilidad desde la ruptura del rey Enrique VIII. «A partir de ahora –le dijo Francisco a Justin Weltby--, sería bueno preguntarse siempre, antes de emprender cualquier actividad de servicio: ¿Por qué no hacemos esto conjuntamente con nuestros hermanos anglicanos? ¿Podemos dar testimonio de Jesús junto con nuestros hermanos católicos?».

La bellísima ceremonia incluyó el «envío apostólico» de obispos de dos en dos, como los primeros discípulos de Jesús, uno católico y otro anglicano. Eran obispos del mismo territorio en muchos países desde el Reino Unido o Irlanda hasta Pakistán o Papúa Nueva Guinea. Se comprometen a trabajar juntos en actividades de caridad y de evangelización. Entre los dos obispos «enviados» a Nueva Zelanda, el católico es el cardenal John Dew, y resultaba ejemplar ver su sintonía con el obispo anglicano de Auckland, Ross Bay.



Si lo de Sudán del Sur sale adelante, habrá que reconocer que la pareja esta vez sería del más alto nivel entre ambas Iglesias. En 2016, se fue a La Habana y a Suecia: abrazando a ortodoxos y a luteranos. Faltaba la tercera pata del trípode, y acaba de ponerla: con los anglicanos de Roma y, casi seguro, el Primado anglicano en Sudán del Sur. Francisco, pues, mueve ficha, sí, esta vez con los anglicanos. ¿O no estaría mejor decir que quien la mueve es el Espíritu Santo?

Frente a quienes tachan estas iniciativas suyas de inapropiadas y estrafalarias, y lo hacen además, que es lo triste, con estilo derrotista, ofensivo y antievangélico, habrá que decir y seguir diciendo, en cualquier caso, que el papa Francisco no hace sino poner al día iniciativas tomadas ya por el concilio Vaticano II y desdichadamente no activadas hasta la fecha por desidia, falta de valor, o quién sabe si de sagacidad. Sus dos alas en este campo se llaman de momento, pura y simplemente, Nostra aetate y Unitatis redintegratio.

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