Entre perder y saber guardar las formas



El diálogo en el ecumenismo es fundamental, saludable y necesario. Cuando se practica debidamente, redunda siempre en bien de la unidad. No siendo así, podría ser hasta peligroso y, en consecuencia, desaconsejable. Por ejemplo, cuando no se sabe guardar las formas. O también, cuando, más que diálogo, atosiga prepotente y avasallador el monólogo. Con debidamente quiero dar a entender, pues, que el diálogo ecuménico tiene sus exigencias a no ser omitidas así como así. Tampoco pervertidas, por supuesto. El diálogo, en resumen, debe fluir sereno, inteligente y, en definitiva, cordial.

Viene todo esto a cuento de que en 2017 se cumple el año de dos hitos importantes dentro del ecumenismo que tuvieron su momento mediático en 2016. El uno guarda relación directa con el ecumenismo en sentido estricto. El otro, tiene que ver sobre todo con el diálogo interreligioso. Son ellos, de hecho, el famoso encuentro de La Habana entre el papa Francisco y Kirill, patriarca de Moscú y toda Rusia (12.02.2016), de un lado, y de otro, el del Vaticano entre el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, Muhammad al-Tayyeb (23.05.2016 [cf. P. Langa, «El encuentro es el mensaje»: martes 24.05.16: http://equipoecumenicosabinnanigo.blogspot.com.es/2016/05/encuentro-del-papa-francisco-y-el-iman.html]).

A propósito del primero, la Universidad de Friburgo se ha preocupado de recordarlo el pasado 12 de febrero del corriente 2017. Feliz iniciativa la suya, sí señor. Lo ha hecho con un acto conmemorativo para el que invitó al presidente del Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y al ministro de asuntos exteriores del patriarcado de Moscú, los cuales dos se desplazaron a tal efecto hasta Friburgo para mantener un intercambio de impresiones sobre los resultados de aquel histórico primer encuentro entre el papa Francisco y el patriarca Kirill.

Uno y otro, al fin y al cabo, fueron testigos cualificados de dicha cumbre en La Habana, además de negociadores y gestores del correspondiente protocolo. Sin revelaciones que hacer, ambos aportaron, no obstante, su punto de vista sobre dicha entrevista y los frutos hasta la fecha cosechados. El acercamiento es bien real, cierto, mas «la unidad se hace marchando», subrayaron ahora en Friburgo ambos prelados retomando una fórmula de la Declaración común, que, bien mirado, en España nos suena por el machadiano «caminante no hay camino, se hace camino al andar».



Ante unos 200 invitados y representantes de diversas Iglesias cristianas, reunidos en el aula de la Universidad, el metropolita Hilarión estimó que «el encuentro de Cuba ha tenido una importancia socio-política primordial» gracias a la declaración común de los jefes de las dos Iglesias dirigida a los líderes religiosos y políticos del mundo entero. En particular frente a la persecución de los cristianos y el terrorismo. El papa Francisco y el patriarca Kirill se encontraron como hermanos. «Las condiciones históricas […] nos obligan a aprender a vivir y actuar en este mundo no como competidores, sino como hermanos, incluso antes de la restauración de la plena comunión, a fin de defender juntos los valores que tenemos en común».

Citó asimismo Hilarión las diversas amenazas: extremismo, terrorismo, violación de los derechos y de las libertades religiosas en particular en el Oriente Próximo. Amenazas que pesan también sobre la familia en Occidente donde, «so capa de promocionar las ideas de tolerancia, democracia, difusión de los valores liberales, se desencadena una verdadera persecución contra el cristianismo y los valores tradicionales». Mencionó en particular el aborto, que ha interrumpido un millón de vidas en Rusia en 2013. «La declaración común de los dos primados fue una verdadera hoja de ruta que nos debe servir de señal y sobre la cual debemos regular nuestras acciones en los años futuros».



El cardenal Kurt Koch hizo de la Declaración común del papa Francisco y del patriarca Kirill una lectura a todas luces menos literal. Fue la suya una larga exégesis muy puntualizada, eso sí. Empezó por considerar que la Declaración es un principio y no un fin. «Documento de etapa –agregó-- que no pretende ser la perfección. Tampoco tiene otra ambición que la de expresar aquello que, en un contexto y momento dados, es posible decir conjuntamente […]. Pero un texto común genera inevitablemente insatisfacciones por ambas partes».

Para el cardenal, la Declaración es un documento pastoral. No es, por tanto, declaración política ni sociológica. Reclama una comprensión global «a fin de no interpretar tal o cual expresión particular fuera de su contexto». «Marca un paso histórico en las relaciones entre nuestras Iglesias», pero ella ha suscitado diversas críticas. Algunos han deplorado que no hable del bautismo y de los sacramentos. Otros han denunciado una visión demasiado ‘moral’ del ecumenismo «que pudiera dar la impresión de fundar el acercamiento católico-ortodoxo sobre ‘valores’ a defender». Por otra parte, en el seno de la Ortodoxia se han expresado críticas virulentas contra este acercamiento con los católicos. «Estos ataques, sin embargo, han permitido comprender mejor, sobre todo en Occidente, hasta qué punto se haya tratado de un gesto valiente por parte del primado de la Iglesia rusa».

El acto de Friburgo sirvió de marco también para el capítulo de realizaciones concretas llevadas a cabo después de un año. Un punto en el que los dos prelados destacaron una larga lista de iniciativas comunes: visita del cardenal Koch al patriarca Kirill y del metropolita Hilarión al papa Francisco; intercambios de estudiantes entre Roma y Moscú; visita común en Siria y en el Líbano; declaración de la comisión de diálogo teológico ortodoxo-católico; conciertos; exposición de los museos del Vaticano en Moscú; etc. Numerosas acciones concretas, pues. Todas laudables, ciertamente.

Para el futuro, además del diálogo teológico promovido de manera multilateral con el conjunto de la Ortodoxia, el cardenal Koch evocó tres perspectivas: el ecumenismo de los santos, el ecumenismo cultural y el ecumenismo de la acción común. A falta de una celebración litúrgica conjunta, el encuentro de Friburgo terminó con un concierto espiritual de músicas sacras de Oriente y de Occidente.

En lo tocante al intercambio de regalos, el Instituto de estudios ecuménicos de la Universidad de Friburgo entregó a los dos prelados un cuadro representando la fachada de la catedral de San Nicolás de Friburgo. El santo obispo de Mira es, en efecto, venerado lo mismo en Oriente que en Occidente.

Pero no podía faltar en el orden del día de Friburgo, el caso Ucrania. En su exposición, el metropolita Hilarión soltó una virulenta andanada de inconvenientes contra la Iglesia greco-católica de Ucrania, a la que calificó de uniata, con ese tono negativo que para los ortodoxos reviste la palabra. Destacó, por ejemplo, que «el uniatismo se revela una fuerza que siembra hostilidad y odio impidiendo sistemática y voluntariamente la reconciliación entre el Oriente y el Occidente». «En estas circunstancias trágicas […] las Iglesias son llamadas a actuar conjuntamente en nombre de la paz. No se podrá triunfar en este punto sin que los ortodoxos y los greco-católicos se esfuercen por superar su enemistad histórica», destacó él.

A esta acusación frontal o cerrada diatriba del metropolita Hilarión no dejó de responder, guardando siempre las formas, el cardenal Koch. Su eminencia Koch subrayó que uno de los frutos del encuentro de La Habana pudiera y debiera ser el restablecimiento del diálogo en Ucrania. Evocó la creación de una comisión histórica conjunta sobre las heridas sufridas por los unos y por los otros, con vistas a purificar la memoria. Lanzar esta mirada hacia atrás es necesario, sí, pero sin dejarse paralizar por el pasado. De ahí --concluyó el cardenal-- la importancia de un diálogo sobre las dificultades actuales, que son nacionales y políticas y no religiosas o teológicas, a fin de restablecer una coexistencia pacífica.



En cuanto al aniversario del histórico encuentro del 23 de mayo de 2016, entre el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb, faltan todavía unos meses para que se cumpla el año, pero los pasos dados hasta la fecha tienen toda la pinta de discurrir mejor que el de La Habana. Por de pronto, una delegación vaticana encabezada por el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso, acompañado del obispo Miguel Ángel Ayuso Guixot y por monseñor Khaled Akasheh, respectivamente secretario y Jefe de oficina para el Islam de ese dicasterio, a los que se sumó el arzobispo Bruno Musarò, nuncio apostólico en Egipto, tomaron parte del miércoles 22 al jueves 23 de febrero en El Cairo (Egipto) en un seminario de la Universidad de Al-Azhar, programado bajo el tema «El papel de Al-Azhar Al-Sharif y del Vaticano para contrarrestar el fenómeno del fanatismo, el extremismo y la violencia en nombre de la religión».

En realidad, tras el histórico encuentro del 23 de mayo de 2016, entre el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, el obispo Ayuso Guixot se ha dejado ver varias veces por El Cairo para participar en encuentros y reuniones preliminares. La reunión tuvo lugar, como otras veces, en la víspera del 24 de febrero para recordar la visita de san Juan Pablo II a Al-Azhar ese día del año 2000.

A su regreso de la cumbre concluida el domingo 26 de febrero en El Cairo, Universidad Al-Azhar, principal institución del islam sunita, el cardenal francés Jean-Louis Tauran concedió una entrevista durante la cual manifestó que los terroristas querrían «demostrar que no es posible vivir juntos con los musulmanes; nosotros –precisó el purpurado-- afirmamos lo contrario».



«Encuentros como los aquí realizados –prosiguió-- son dones hechos a la humanidad, porque demuestran que es posible trabajar juntos […] Cuanto más aumenta la violencia –y esto es grave– más se vuelve necesario multiplicar este tipo de encuentros», afirmó el cardenal. Hemos buscado juntos la causa de la violencia y nos hemos puesto de acuerdo -particularmente los musulmanes- en afirmar que no se puede invocar la religión para justificar la violencia. Tenemos que seguir en este camino».

Aseguró también que musulmanes y católicos «concordaron sobre la gravedad de la situación de violencia y la necesidad de transmitir valores a las jóvenes generaciones». El encuentro, a su entender, ha marcado «una nueva etapa» en las relacione con los musulmanes: «Hemos dicho deliberadamente que nosotros queremos trabajar juntos hoy y mañana, y yo creo –subrayó-- que esto no deja de tener su importancia, porque es algo concreto. Digamos que el camino se puede recorrer nuevamente».

En qué concuerden y qué acuerden ambas partes el próximo 23 de mayo, día aniversario del encuentro en el Vaticano, todavía no se sabe, por supuesto, pero me da el pálpito que aquí suena otra música con otra letra, aunque sea en ámbito interreligioso y no del estricto ecumenismo.

Lo de La Habana tuvo de momento más repercusión mediática, pero luego se ha ido diluyendo bastante y las críticas hechas a la Declaración común –sobre las que se ha pronunciado el cardenal Koch en Friburgo de manera no menos elegante que realista- no hacen presagiar un futuro precisamente fácil. Y es que en dicha Declaración ha quedado muy en sordina el crudo asunto de Ucrania, donde la Iglesia ortodoxa rusa tiene varios frentes abiertos, siendo tal vez el menor el de la Iglesia greco-católica, contra la que dispara de modo feroz sus dardos el sutil Hilarión. También pudiera ser que le salga el tiro por la culata. El tiempo lo dirá.

Por de pronto, a raíz del encuentro en La Habana ocurrió el feo desplante de la Iglesia ortodoxa rusa en el Concilio panortodoxo de Creta, indiscreto lance que dejó punto menos que boquiabierto al mismo Vaticano, y desde luego a medio mundo, que esperaba mucho más de una Iglesia ortodoxa rusa. Aquel pulso al Patriarca Ecuménico, su santidad Bartolomé I, es de temer que Constantinopla no lo olvide tan pronto.

Pero es que luego está lo que los titulares mediáticos han resaltado a propósito de lo de Friburgo: «Un nuevo encuentro entre el papa Francisco y el patriarca Kirill no está actualmente en la agenda». O sea, que la cosa se ha quedado en vía muerta por el momento. Y me temo que con destempladas intervenciones del metropolita Hilarión, como la de Friburgo hablando sobre Ucrania, la cosa va para largo.

Para rematar estas reflexiones, quiero hacer mías precisamente estas palabras suyas en Friburgo: «Las condiciones históricas […] nos obligan a aprender a vivir y actuar en este mundo no como competidores, sino como hermanos, incluso antes de la restauración de la plena comunión, a fin de defender juntos los valores que tenemos en común» (cf. Hilarión). De acuerdo; perfectamente de acuerdo, Eminencia.

Así las cosas, entonces, ¿a qué vienen esas andanadas de usted contra la Iglesia greco-católica de Ucrania? ¿Por qué no ha pedido perdón en nombre de la Iglesia ortodoxa rusa a esta Iglesia greco-católica mártir por el intolerable atropello perpetrado contra ella por la Iglesia ortodoxa rusa en el Pseudo-sínodo de Liópolis de 1946?

¿Por qué su eminencia no ha roto protocolos sentándose a la mesa con el Arzobispo mayor de los greco-católicos de Ucrania, su beatitud Sviatoslav (Shevchuk): (cf. Pedro Langa, «El pseudo-Sínodo de Leópolis (10.III.1946). I Parte: La terrible verdad» [10.III.2016]; II Parte: Defensor unitatis»[15.III.2016]; III Parte: Caridad y verdad»[30.III.2016]: http://equipoecumenicosabinnanigo.blogspot.com. es/2016/03/el-pseudo-sinodo-de-leopolis-10iii1946.html).

¿Por qué no tiene usted ese gesto valiente de verdadera reconciliación con los greco-católicos, siendo así que patriotas rusófilos de la Iglesia de usted en Ucrania ya lo han tenido? ¿Teme tal vez que ello supondría desencadenar un cisco descomunal en las relaciones de la Iglesia ortodoxa rusa con las otras Iglesias ortodoxas de Ucrania?

Sabe usted muy bien que de iniciativas tales se compone la purificación de la memoria, dato fundamental del ecumenismo. Entiendo que a su despejada inteligencia, que sabe de teología, de música y decibelios, no le resultará difícil comprender el dilema: o elegir el riesgo que entrañaría ese paso reconciliador, o soportar que el diálogo de su eminencia en el ecumenismo pierda cada vez más credibilidad. A fin de cuentas, usted ya me entiende --yo por lo menos así lo espero--, en el diálogo ecuménico todo se queda entre perder y saber guardar las formas.

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