José de Segovia James I. Packer (4): Las paradojas de la vida

Para Packer, la clave de toda paradoja es que hay que mantener los dos por igual, sin hacer ninguna concesión al respecto.

Ya en 1959 Packer publica un estudio sobre el tratado de Owen, La muerte de la muerte en la muerte de Cristo, que argumenta la base bíblica de la redención particular.

La vida está llena de paradojas. Una paradoja no es una contradicción. Una contradicción es decir que algo es y no es, al mismo tiempo. Una paradoja es afirmar dos verdades igualmente ciertas, pero difíciles de relacionar en nuestra mente. El cristianismo está lleno de realidades paradójicas: un Dios que es uno en tres personas; Jesucristo como Dios verdadero y auténtico hombre; pero también la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. De eso trata el segundo libro de James I. Packer (1926-2020), “El Evangelismo y la soberanía de Dios” (1961) –publicado por Faro de Gracia en México en 2012–.

Por su carácter tímido y algo retraído, Packer no contemplaba el pastorado como una posibilidad real. Aunque fue ordenado al ministerio y cumplió el tiempo mínimo de servicio que pide la Iglesia de Inglaterra en una congregación de Birmingham, siendo ya profesor en Bristol –después de haber dado clase en Londres, tras hacer estudios clásicos y doctorarse en teología en Oxford–. A pesar de sus dificultades para hablar, debido al accidente que había tenido de niño, su dicción lenta y precisa era ideal para una clase. Predicaba y daba conferencias, pero sus dones excepcionales se veían en la distancia corta de un aula y en su extraordinaria capacidad para escribir.

No sé si por herencia materna –ya que su madre era maestra, como la mía–, pero desde que empezó a enseñar latín y griego en Oak Hill, se dio cuenta que podía enseñar. Su capacidad era tan evidente, que poco después le pidieron que diera clase también de materias bíblicas como el texto griego de Efesios, o filosofía –algo que le interesó tanto, un tiempo, que estudió con el principal filósofo de Oxford, Austin Ferrer–. Daba clases también de teología bíblica y filosofía en un centro especial femenino que hubo en Oxford, antes de que pudieran ser ordenadas las mujeres para el ministerio anglicano, St. Michael´s House. Su reputación como maestro se hizo enseguida tan conocida que era la razón por la que muchos estudiantes preferían ir a Tyndale en Bristol, que a otro centro evangélico anglicano.

Un maestro excepcional

¿Cómo era Packer como profesor? Aunque no era costumbre en Tyndale, Packer era el único miembro del personal docente que desayunaba con los estudiantes, antes de dar clase por la mañana. Estaba tan despierto a primera hora, que algunos tenían dificultades al principio, para seguir las cuestiones teológicas tan complejas con las que empezaba el día. Instituyó por eso, la costumbre de esperar al primer café para introducir el tema difícil que iba a tratar en esa ocasión. Como mi querido maestro, José Grau, lo mejor de sus clases era todo el tiempo que dejaba para preguntas, mucho más de lo que era habitual en aquella época.

Aunque predicaba y daba conferencias, sus dones excepcionales se veían en la distancia corta de un aula y su extraordinaria capacidad para escribir.

Cuando le hacían una pregunta a Packer, siempre reaccionaba igual. Dejaba la taza que tenía en la mano –generalmente con café–, ponía las manos sobre la cabeza y esperaba –como mínimo, diez segundos–. Luego daba una clara y completa respuesta en tres puntos, o a veces cinco. Ese tiempo de preguntas era el más apreciado por los alumnos, aunque algunos se quejaban de que nunca acababa el programa del curso. Era otra constante de él. Nunca llegaba al final de la materia. Teológicamente, no más de un tercio de estudiantes –generalmente, un cuarto– estaba en su línea teológica –digamos, calvinista, aunque como Lloyd-Jones, no solía usar el término–, pero Packer era siempre muy persuasivo, por la humildad y profundidad con la que presentaba la doctrina bíblica.

El rector de Tyndale, Stafford Wright, era también popular entre los alumnos. Aunque tímido y escrupuloso, tenía un seco sentido del humor que va mucho con el carácter inglés. Su especialidad era el Antiguo Testamento, aunque tenía un particular interés en las sectas. El decano era el famoso Gordon Wenham, cuyo texto para aprender el griego del Nuevo Testamento –publicado por la Universidad de Cambridge– seguía siendo el manual utilizado en Inglaterra, cuando estudié allí a principios de los 90.

Sentido de privacidad

Aunque vivió tantos años en Canadá, Packer era muy británico, algo que los norteamericanos no acaban de entender de él –como demuestran algunos de sus obituarios–. Un ejemplo típico era su sentido de privacidad. Aunque casado y con tres hijos –adoptados–, Packer no mostraba su familia en ese exhibicionismo característico de la cultura americana. Rara vez se le ve con su esposa en ningún sitio. Y es divertida la historia de su noviazgo, totalmente incomprensible para las costumbres de Estados Unidos. Ya que Packer mantuvo su relación en secreto, hasta su matrimonio.

A diferencia de muchos de sus compañeros en el ministerio anglicano –como es el caso notorio de John Stott o Dick Lucas–, Packer no tenía vocación de soltero, ni don de celibato. Ya en 1945 había conocido en una escuela de verano a una chica de Bradford que encontró atractiva y empezó correspondencia con ella. Barbara –que tiene ahora el apellido de su marido, un conocido predicador y evangelista llamado Roy Barker– cuenta en la biografía de Packer –que hizo Alister McGrath– que “no entendía una palabra de sus cartas”. La relación no llegó a nada, ¡claro!

En 1952 había un grupo cristiano de médicos y otro de enfermeras en el hospital de St. Bartholomew en Londres. Tenían un retiro conjunto en un centro metodista de camping, cuando el conferenciante invitado descubrió que se había comprometido para dos cosas al mismo tiempo, sin darse cuenta. Y le pidió, por favor, a Packer que le sustituyera, para hacer cuatro exposiciones sobre Filipenses. Como no conocía a nadie, se sentía un poco fuera de sitio. Al observarlo, se le acercó una enfermera en prácticas que iba a la iglesia de Lloyd-Jones en Westminster Chapel. Se llamaba Kit y tenía guardia ese fin de semana, pero le había salido una infección en el ojo, que le había impedido ir a trabajar, aunque le permitió ir al retiro.

Kit le dijo que no había oído a ningún anglicano hablar así. Su predicación le recordaba al Doctor, como llamaban sus admiradores a Lloyd-Jones, que había sido médico de ese mismo hospital. Jim quedó tan impresionado con ella, que aquella noche no pudo dormir y le propuso quedar en la estación de Paddington en Londres, el sábado siguiente. Packer estaba todavía en Oxford y se encontró en la estación a la esposa de un profesor de Wycliffe, que iba a Londres para una clase de canto. Como muchos tímidos suelen hacer, Packer se mostró con una animosidad algo forzada. No paró de hablar en todo el viaje, mientras pensaba cómo deshacerse de ella en la estación, para que no viera a Kit. Lo logró, diciendo que tenía prisa.

Packer va en Londres a la iglesia donde predica Lloyd-Jones y asiste su futura esposa Kit, Westminster Chapel, que sirve de sede a las conferencias de estudios puritanos que organizan juntos.

Peor le fue la siguiente vez en Oxford. Estaba nevando mucho y Packer no conducía. Ya sólo en el camino a la parada de autobús, Kit estaba calada. Fueron a su habitación en Wycliffe, donde Jim calentó agua, para evitarle un resfriado. Y cuando estaba ligera de ropa, apareció de repente David Fountain –que organizaba la conferencia de estudios puritanos con Packer, Johnston y Lloyd-Jones–, para hacerle una visita espontánea. Se pueden imaginar la escena. El visitante avergonzado, se disculpó, desapareciendo de inmediato.

Ese año hablaba Packer sobre Baxter en la conferencia de Westminster. Kit fue a escucharle con una amiga. La asistencia era predominantemente masculina. Como la conferencia tenía un aspecto pastoral y eso estaba entonces limitado a los hombres, el Doctor se quejó en la pausa a Packer de por qué estaban esas mujeres allí. No creía que fuera por interés en los puritanos. Jim no había dicho nada de su noviazgo en la iglesia de Birmingham. La esposa del pastor lo descubrió por una llamada de Kit durante una reunión de consejo, pero a esas alturas ya estaban pensando en el matrimonio. Y Packer le soltó al Doctor: “Pues resulta que me voy a casar con una de ellas”. Lloyd-Jones le contestó impertérrito: “Bueno, tenía entonces razón sobre una de ellas, pero ¿qué pasa con la otra?”.

Aunque casado y con tres hijos, adoptados, Packer solo aparece con su esposa en fotos privadas, como esta.

Desde la cultura americana, esto es incomprensible, pero quien ha pasado tiempo en Gran Bretaña, como es mi caso –me llevaron allí con sólo unos meses–, es algo que te acompaña toda vida. Es ese sentido de privacidad, por el que entiendes que hay una diferencia entre lo público y lo personal, lo familiar y lo individual, que requiere una discreción y un respeto por la intimidad de las personas. Alguno argumentará que eso no es una distinción bíblica, pero es una diferencia cultural, te guste o no. Y Packer tenía celo por su privacidad. Era muy inglés en eso.

Equilibrio bíblico

En los años 50 se produce todo un resurgir del calvinismo en el mundo evangélico británico, como no hemos conocido tal vez hasta ahora mismo. El problema es que esas modas suelen ir acompañadas de muchos extremismos y bastante ignorancia, tanto por sus defensores como por sus oponentes. Si para Packer se han usado términos tan confusos como “fundamentalista” o “calvinista”, él tenía muy claro lo que eran. Igual que distinguía entre “evangélicos” y “fundamentalistas”, sabía muy bien la diferencia entre “calvinismo” e “hipercalvinismo”. Muchos siguen pensando hasta el día de hoy que la distinción en el calvinismo está entre la aceptación, o no, de la redención particular –los llamados “calvinistas de cuatro o cinco puntos” –. Para Packer, el calvinismo no era cuestión de “cinco puntos”.

Ya en 1959 el autor de “El evangelismo y la soberanía de Dios” publica un estudio sobre el tratado de Owen, “La muerte de la muerte en la muerte de Cristo”, que argumenta la base bíblica de la redención particular. Para Packer, eso no es “hipercalvinismo”. La diferencia histórica ha estado siempre en la llamada “libre oferta del Evangelio”, que es el tema de su segundo libro en 1961. El “hipercalvinista” siempre especula sobre la base de que si la fe y el arrepentimiento son dones de Dios, que da sólo a sus elegidos, ¿cómo puedes ofrecer el Evangelio indiscriminadamente, a cualquier persona?

Predicadores como Spurgeon se enfrentaron al “hipercalvinismo” que contrapone la soberanía de Dios al evangelismo, como dos realidades en tensión, que hay que tener mucho cuidado en cómo se expresan. La clave para Packer de toda paradoja, es que hay que mantener los dos por igual, sin hacer ninguna concesión al respecto. Si restas de una, para sumar la otra, o a la inversa, pierdes el equilibrio bíblico. De hecho, ¿qué es la herejía, si no una media verdad? Por eso es peligrosa la presentación de la fe reformada que sólo parte de la soberanía de Dios, como la explicación de la fe que sólo toma en cuenta la responsabilidad de la persona.

La vida está llena de paradojas, pero una paradoja no es una contradicción.

Para ser bíblico, no hay que sacrificar la tensión que hay en la Escritura, sino aceptarla. Ya que la mente de Dios no es nuestra mente, ni sus pensamientos nuestros pensamientos (Isaías 55:8-9). Esa “antinomia”, aparente oposición de la que habla Packer, hace que “para nuestras mentes finitas, sea algo inexplicable”. Como “suena como una contradicción, nuestra primera reacción es quejarnos diciendo que es algo absurdo”. Si tanto la soberanía de Dios como la “obligación” de predicar el Evangelio –por usar el término puritano– son igualmente ciertas, ¿cómo se puede mantener esa tensión en nuestra mente? La respuesta para Packer, está en la oración.

Como solía decir Grau, calvinistas y arminianos se unen en la dependencia de Dios que expresamos en oración. Packer dice que “de pie podemos discutir sobre ello, pero de rodillas estamos de acuerdo”. La oración reconoce la soberanía de Dios en nuestra responsabilidad de dar testimonio del Evangelio a toda persona. Ya que “no es un intento de forzar la mano de Dios, sino un reconocimiento humilde de nuestra impotencia y dependencia”. Puesto que la eficacia de la predicación del Evangelio “no depende de la sabiduría humana, su poder y técnicas especializadas, sino del poder y la gracia de Dios, que actúa en este mundo”.

Su segundo libro fue publicado en 1961, pero traducido por faro de gracia en México en 2012.

Igual que la doctrina de Keswick presenta para Packer, una confusión en la enseñanza de santidad entre la soberanía de Dios y la responsabilidad humana, así también la idea de avivamiento se ha confundido en la Historia desde los días de Finney, convirtiendo el avivamiento en “avivamentalismo”.Como Packer dice en su conferencia sobre Jonathan Edwards y la teología del avivamiento en 1960, este es una obra de Dios. En Él tiene su origen e instigación, no en el esfuerzo humano y en su planificación. Cuando los avivamientos se programan, como pretende Finney, se olvida que “no son organizados o planeados por el hombre”, pero eso no significa que no tengamos “la tarea” de predicar el Evangelio.

A diferencia de Stott, Packer tenía más compresión por el pentecostalismo y el movimiento carismático, no sólo por su visión puritana del bautismo del Espíritu, sino por la expectativa real que tenía de que Dios “avivará su obra en medio de los tiempos” (Habacuc 3:2). Como Lloyd-Jones, Packer cree en la necesidad del avivamiento. Aunque “hemos de tener claro que no podemos crearlo o producirlo”, debemos orar por él. Es por eso por lo que finalmente, la teología de Packer es devocional. Puesto que la verdad de Dios te ha de llevar a la oración. Y ¿qué es la oración sino la expresión de nuestra necesidad y dependencia de Él?

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