Un pontificado del Vaticano II, que armonizó silencio-palabra-acción Francisco, un papa místico para el siglo XXI

Papa y Víctor
Papa y Víctor

"Porque la mística no es el privilegio exclusivo de unos pocos, -por el contrario-, es una vía humanizadora, como lo supo sostener Panikkar"

"La encíclica 'Laudato si'  es un rasgo concreto de su visión mística, de su capacidad de encontrar a Dios en la Casa Común, como lo hizo el Pobre de Asís"

"Francisco defendió con todo su cristianismo sin atacar otras tradiciones; su mejor defensa no fue el ataque sino la apertura: en esta Casa del cristianismo hay lugar para todos, todos, todos"

“Ya se ha dicho que el cristiano del futuro será un místico o habrá dejado de serlo” sentenció Karl Rahner, siguiendo las meditaciones de Raimon Panikkar al referirse a los creyentes del futuro en general. Se afirma así que el cristiano sería un “místico”, es decir, alguien que ha “experimentado” algo, o de otro modo no podría ser más un auténtico creyente.

Francisco, desde el inicio de su pontificado presentó todas las características de un místico para este siglo XXI, pues supo armonizar el silencio, propio de la adoración y la contemplación, la Palabra profética, oportuna y esperanzadora y la acción centrada en el cuidado de los pobres, de la creación y de la interioridad de la humanidad. La mejor versión del Vaticano II que hemos visto en un obispo de Roma.

Especial Papa Francisco y Cónclave

Misticismo

La afirmación de Rahner, procede del contexto de su rigurosa caracterización de la espiritualidad y de la mística como actitud audaz y resuelta en el corazón mismo de la experiencia histórica; es el redescubrimiento de la necesidad y del reto de ser místicos. Porque la mística no es el privilegio exclusivo de unos pocos, -por el contrario-, es una vía humanizadora, como lo supo sostener Panikkar. Y el mismo Francisco, con otros lenguajes, cercanos a la cotidianidad y a las problemáticas mundiales, eclesiales y domésticas, habló como un místico, y nos dejó un legado de espiritualidad propia del Concilio Vaticano II.

El místico contempla a Dios presente en todas las circunstancias de la existencia, encuentra Su rostro en todos sus hermanos, los hombres, y reconoce sus continuas manifestaciones en la creación. La vida mística dispone a la santificación del creyente como Obra constante del Espíritu de Dios y cima de la montaña a la que se ha de ascender. La contundente Carta Encíclica Laudato Si’, de Francisco, con su respectivo Evangelio de la creación que tiene suficientes palabras para hablar a toda la humanidad sobre el cuidado de la creación, unido al cuidado de los pobres; es un rasgo concreto de su visión mística, de su capacidad de encontrar a Dios en la Casa Común, como lo hizo el Pobre de Asís.

La mística requiere de un camino, de una espiritualidad, que no deje por fuera ninguna dimensión de la existencia humana. Francisco fue integral: no dejó por fuera ni a los migrantes, ni a las víctimas de las guerras, ni a los sintecho, ni dejó de atender a los poderosos y a los magnates; para todos estuvo, pero siempre con la actitud y postura de su Maestro y Señor Jesucristo. Así, mística, espiritualidad y santificación fueron juntas en el pontificado de Francisco. Quien no lo haya visto hasta ahora, redescúbralo.

Decenas de catequesis dedicadas a la oración, en la que habló desde la contemplación hasta la religiosidad popular, defendiendo todas las posibilidades en el camino cristiano. Signo claro de su capacidad de integrar todos los caminos en la Iglesia. Por eso también supo poner en su lugar a los dogmáticos, a aquellos que se creen dueños de la verdad, a movimientos, congregaciones y demás entidades que buscan imponer estilos de una espiritualidad que suelen esconder perversiones, mientras se muestran con rostros de santos.

Papa y la Virgen

La espiritualidad como camino de ha de tener clara su meta: la experiencia mística, que, integrada en la cotidianidad, permitirá la actualización de nuevos matices de santidad en el siglo XXI. Por eso Francisco será canonizado como un rostro nuevo de santidad eclesial. Porque quienes creen que existe un solo rostro de santidad, un solo estilo de gobierno piramidal eclesial o una sola forma doctrinera de hablar a las gentes, ahora se encontraron con un Papa de espiritualidad y santidad poliédrica.

¿Y qué decir de Fratelli Tutti? Todo un signo de apertura de amistad social, de fraternidad humana. Un místico no se encierra en sí, creyendo que solo él tiene a Dios en su corazón. El místico descubre la pluralidad, el pluralismo y la pluriformidad de posibilidades con que el Espíritu Santo obra en el mundo. Francisco defendió con todo su cristianismo sin atacar otras tradiciones; su mejor defensa no fue el ataque sino la apertura: en esta Casa del cristianismo hay lugar para todos, todos, todos. Esto no lo entiende un pensamiento sectario y etnocéntrico; esto lo entiende un místico, porque es capaz de ver el rostro de Dios en Todos.

Concluyamos esta pequeña consideración mirando a los descartados en la Iglesia que tanto buscó integrar Francisco con su mirada mística: las mujeres, que buscan su merecido lugar por la fuerza del bautismo que todos tenemos por igual, pero que al director de ceremonias de la Santa Sede se le olvidó excluyendo estrepitosamente a las mujeres en el funeral de un Papa, que tantas puertas abrió a las mujeres.

También a aquellos que, por su condición sexual muchos descartan como indignos para vivir un camino de experiencia espiritual que les permita encontrar a un Dios que los acompaña en sus vidas. Para Francisco no hubo ningún problema: “si buscan a Dios con sinceridad, ¿quién soy yo para juzgarlos?” sentenció, ante la alegría de la humanidad que con el mismo gozo, lee el Evangelio de un Jesús que se sentaba a la mesa con los descartados del fariseísmo.

Fratelli tutti

Mientras tanto, miro con detenimiento a aquellos que arman tramas, buscan puestos, se sostienen en su clericalismo, que creen que ser cardenal es ser un príncipe, cuando la verdad un místico sabe perfectamente que el rojo que endosan en sus vestiduras, simboliza su obligación de inmolarse por el bien de los pobres del Eavangelio, tal como lo hizo Francisco, un papa místico para el siglo XXI.

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