Novell es el único prelado catalán que se declara públicamente independentista La senyera y la cruz: Todos los obispos son catalanistas, pero nueve de los catorce no son nacionalistas
(José Manuel Vidal).- Está difuminada, pero puede verse perfectamente. En el centro del altar monumental de la basílica de la Sagrada Familia, obra de Gaudí, campea una senyera. Como fondo de la cruz. El símbolo del cristianismo arropado y como fundido en la bandera catalana. Como si la esencia de Cataluña y de la fe fuesen la misma cosa.
En una basílica donde todo es arte, belleza, historia y fe, no deja de sorprender este signo explícito de nacionalismo en el en uno de los lugares más sagrados de la Basílica. Es como si la identidad catalana llegase al altar y pretendiese quedarse para siempre. Solo ella y en exclusiva. O al menos, de forma predominante.
Y sorprende fundamentalmente por dos motivos. Primero, por lo poco habitual del signo. Aunque el Derecho Canónico no se muestra muy explícito al respecto de los símbolos nacionales en las iglesias, no es normal ver banderas pintadas en los altares. Y en segundo lugar y sobre todo, por tratarse de un símbolo fijo y permanente. Porque no se trata de una bandera de quita y pon, como otras muchas que lucen en las iglesias en las fiestas patronales, locales, regionales o nacionales.
Y eso que la senyera está pintada en un altar, cuya roca no es catalana, sino iraní. El pórfido -nombre que recibe una roca compacta y dura formada por una sustancia amorfa- que Benedicto XVI regó con abundante aceite para consagrarlo, pesa 7,5 toneladas y mide 3 metros. Y se importó de Irán.
Tras la unción del crisma ha quedado declarado territorio de Dios. Con la senyera catalana en su frontal. Quizás, para plasmar, como dijo el cardenal Sistach, entonces arzobispo de Barcelona, que Cataluña es un pueblo de "hondas raíces cristianas" y que presume, desde hace siglos, de ser "católica, apostólica y romana". Y, por supuesto, catalana.
La Iglesia en Cataluña, como en cualquier otra parte del mundo, está formada por jerarquía y fieles. Está claro que entre los fieles catalanes hay de todo, como en la viña del Señor. De entrada, Cataluña es la comunidad española más secularizada y la que menos pone la equis en la declaración de la renta a favor de la Iglesia. Además, sólo la mitad de la población se define como católica, un 30% se declara atea o agnóstica y el resto participa de otras religiones. De hecho, desde 1980 hasta 2017, el número de católicos practicantes ha pasado del 33,8% al 13,7%, lo que indica una caída de 20 puntos.

Una población catalana, pues, culturalmente católica, pero cada vez más alejada de la Iglesia y cada vez menos practicante, dirigida por dos arzobispos, ocho obispos residenciales y cuatro auxiliares. El territorio eclesiástico catalán, integrada en la Conferencia episcopal tarraconense (CET) comprende mayoritariamente territorio de la comunidad catalana, pero también de Valencia y Andorra. En total son dos archidiócesis (Barcelona y Tarragona) y ocho diócesis. Tortosa (que ocupa parte de la comunidad valenciana), Lleida, Urgell (que incluye Andorra), Solsona, Vic, Girona, San Feliú de Llobregat y Tarrasa.
Si los fieles católicos catalanes pertenecen a todo el arco político y se dividen casi a la mitad entre nacionalistas y no nacionalistas, entre la jerarquía hay muchos más matices a la hora de encasillarlos en uno u otro frente. En general, se puede decir que todos los obispos que viven y trabajan en Cataluña son catalanistas, es decir sienten y quieren a Cataluña (aunque hayan nacido en otras partes), hablan su idioma y su cultura, y se sienten parte de su gente y de su pueblo.
De la encarnación a la inculturación
Es lo que teológicamente se llama el principio de la encarnación en el Vaticano II y que, después, se plasmará en la categoría de la inculturación. Porque, como dice el propio Papa francisco en la 'Evangelii Gaudium', la fe entra en las personas a través de los pueblos y de su cultura. Para un obispo, encarnarse e inculturarse es hacerse uno con su gente, hasta llegar a identificarse con el alma del pueblo al que pastorea. Una obligación en nombre de la fe y del Evangelio.
Obispos 'encarnados' (que no rojos) en Cataluña u obispos catalanistas son, pues los 14 prelados. Unos de corazón y de nacimiento, otros por convicción y todos por fidelidad al principio de la encarnación evangélica.
¿Cuántos de ellos son nacionalistas e independentistas? Clara y abiertamente independentista sólo se declara uno, el obispo de Solsona. Monseñor Novell, partidario confeso de la autodeterminación, asegura que "el derecho de los pueblos a decidir es más importante que la unidad de España" y, por eso, invita a sus fieles a implicarse "en el proceso de participación ciudadana en la elaboración de la nueva Constitución".

Puede que haya algún otro obispo catalán independentista, pero sin declararlo públicamente. En cambio, se puede asegurar que la coordenada nacionalista no detenta la mayoría entre los prelados catalanes. Según nuestros cálculos (basados en las declaraciones de los propios interesados), hay, en estos momentos, 5 obispos claramente nacionalistas frente a 9 que no lo son.
En concreto, los prelados abiertamente nacionalistas serían: Joan Enric Vives, arzobispo de Urgell y copríncipe de Andorra; el arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol; el obispo de Solsona, Xavier Novell, el obispo de Girona, Francesc Pardo y el auxiliar de Barcelona y administrador apostólico de Mallorca, Sebastiá Taltavull. Cinco, en total.
En el frente no nacionalista estarían: El cardenal electo Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, asi como sus dos obispos auxiliares, Sergi Gordo y Antoni Vadell, recientemente nombrados y que aún no han tomado posesión de sus cargos; el obispo de Tarrasa, José Ángel Sáiz, y su auxiliar, Salvador Cristau; el titular de Vic, Romá Casanova; el de Lleida, Salvador Jiménez; el de San Feliú de Llobregat, Agustín Cortés, y el de Tortosa, Enrique Benavent. En total, 9 obispos no nacionalistas.
En cualquier caso, toda la jerarquía catalana asume y hace suya los grandes documentos fundantes del catalanismo religioso, que apuntan más a la inculturación que a la independencia. El primero no fue un documento, sino un eslogan en una manifestación: "Volem bisbes catalans". Una campaña que data de 1966, promovida por la mayoría del clero barcelonés, a la que se sumaron algunos políticos, como Jordi Pujol.
A pesar de las protestas en la calle de cientos de curas ensotanados, Pablo VI siguió apostando por su candidato para Barcelona, el super conservador Marcelo González Martín, entonces obispo de Astorga y que, después, sería Primado de España y jefe de filas del grupo de los 15 prelados más conservadores de España. Pero Don Marcelo nunca fue aceptado y, sólo cuatro años después, el Vaticano tuvo que promoverlo a la sede de Toledo y y nombrar un sucesor catalán, monseñor Narcís Jubany.

La 'Biblia' del catalanismo religioso
La 'Biblia' del catalanismo religioso no se redacta hasta 1985. Se trata de un documento, obra del obispo nacionalista, Joan Carrera, titulado 'Les arrels cristianes de Catalunya', en el que se aborda en profundidad la relación entre el catolicismo y la sociedad catalana. En él, se reconocen los elementos de la identidad de Cataluña, "nacida políticamente hace mil años", y la jerarquía se comprometen a estar siempre al servicio de su pueblo.
La referencia a 'Les arrels' es continua desde entonces y, en 2010, 25 aniversario del documento, Los obispos lo actualizaron y revisaron en otro, titulado 'Al servei del nostre poble', en el que reiteran su compromiso con Catalunya. Eso sí, retomando los principios, pero sin concretarlos políticamente. De tal forma que el documento les vale a los prelados nacionalistas para reivindicar la autodeterminación y la independencia y a los menos nacionalistas para no decantarse por ninguna opción política concreta.
Así lo hacía, recientemente, el cardenal electo, monseñor Omella, al ser preguntado sobre su postura ante el 'proceso catalán'. Omella, que es catalán-parlante, pero nacido en Cretas, provincia de Teruel, se remitió a 'Les arrels', cuando dice que "la Iglesia camina con el pueblo". Y el arzobispo matizó: "Es una postura sensata. Lo demás ya lo harán los políticos. Yo soy pastor y vengo con las siglas del Evangelio".

El cisma de la unidad en la Iglesia española
La cuestión catalana lleva años en la agenda política española, pero también en la eclesial. El tema divide tanto a los fieles como a sus obispos. Y eso que dicen que no hay nada más parecido a un obispo español que otro obispo español. Y es verdad en casi todo, menos en el tema de la "unidad de España". En este asunto, los obispos discrepan y reflejan una división casi calcada de la del resto de la sociedad, como se vio palpablemente, ya en 2006, en las votaciones sobre el documento titulado 'Orientaciones morales ante la situación actual de España'.
Ya entonces, el documento apostaba por la "unidad de España como bien moral" y, ya entonces, de los 78 obispos en activo (66 residenciales y 12 auxiliares), 53 votaron a favor y sólo 25, en contra. Y los números siguen así o, incluso, aumentaron a favor de la mayoría conservadora española. La minoría está integrada, ahora, sólo por una mano de obispos catalanes. Incluso entre los vascos, jubilados monseñor Setién y monseñor Uriarte, predominan los conservadores y no nacionalistas, encabezados por Munilla e Iceta.
Las posturas entre ambos bandos son irreconciliables. Los conservadores creen, incluso, que la unidad de España es un bien moral a proteger. "Un bien superior" sobre el que la Iglesia tiene que pronunciarse teológicamente y sin ambigüedades. Porque se juega su credibilidad social, tal y como viene reiterando, desde hace años, el cardenal Cañizares.
Por su lado, algunos prelados catalanes consideran que el episcopado no debe "sacralizar la idea de España" ni estigmatizar a los nacionalismos. Creen, además, que la Iglesia catalana traicionaría sus raíces, si no 'bendice' lo que decida su pueblo y se jugaría, asimismo, su propia credibilidad social.
Ambas partes esgrimen sus razones "teológicas", que las hay, tanto para defender la unidad como para apostar por la independencia. Hilari Raguer, historiador de reconocido prestigio y monje de Montserrat lo tiene claro: "Es doctrina universal de la Iglesia que el cuarto mandamiento, que manda honrar a nuestros padres, exige asimismo amar y servir a la patria, pues, como decía Pío XI, el patriotismo es la forma más amplia de la caridad cristiana. Pero hay pueblos y gobiernos que sacrílegamente se arrogan el derecho de imponer a otros su propia patria. No hay autoridad humana, ni civil ni tampoco eclesiástica, que pueda dictarme cuál es mi patria. Esto solo puede salir de lo más hondo de mi conciencia".

En cambio, José Ignacio González Faus, un teólogo jesuita referente de la izquierda eclesial durante décadas, de procedencia valenciana, pero que lleva toda su vida viviendo en Cataluña, alberga serias dudas al respecto: "Hay división de opiniones sobre este punto. Por lo que yo sé, la Iglesia defiende claramente la autodeterminación de las 'colonias', o territorios distantes del país rector, que están a veces en otro continente (lo que era la India respecto de Inglaterra). Cuando se trata de una separación o división de un territorio, ya no sé si aquella doctrina se aplica también aquí".
Más aún, Faus advierte que, en este terreno "no se puede apelar a la moral, porque ni la unidad de España ni una independencia tienen nada que ver con la moral. En todo caso, la moralidad podrá estar en el modo como se la gestiona, pero no en el hecho. Por ejemplo, en que las iglesias se dediquen a poner banderas, con estrella o sin ella, como si la casa de Dios no fuera casa de oración 'para todas las gentes'".
Mientras tanto, desde Roma se guardia un silencio respetuoso y prudente. El Vaticano no quiere (ni debe) mezclarse en esta 'guerra'. El Papa Francisco sólo se pronunció una vez sobre el tema, precisamente en una entrevista a La Vanguardia, en la que sentenció: "La secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas".

Pero el benedictino Raguer interpreta así las palabras de Bergoglio: "No suponen una condena del independentismo catalán, antes bien lo abonan, pues nuestro caso es precisamente el de una unidad impuesta por la fuerza, desde 1714 y a lo largo de tres siglos, hasta el presente, con ininterrumpidos movimientos de protesta y sus mártires". Y de hecho, uno de sus ensayos lleva este sugerente título: "Ser independentista no es pecado".
Montserrat, la montaña sagrada del nacionalismo catalán
Ya en el entronización de la Moreneta, el 27 de abril de 1947, quedó claro que Montserrat aspiraba a convertirse en el monte Sinaí del catalanismo. Con su Moisés benedictino, Aureli Maria Escarré, que saltaría a la fama 16 años después.
En el mes de noviembre de 1963, el entonces abad de Montserrat, Aureli Maria Escarré, se enfrentó abiertamente al régimen de Franco con unas declaraciones al diario Le Monde. "El régimen español se llama cristiano, pero no obedece los principios básicos del cristianismo", proclamó. Y añadía: "Defender la lengua no es sólo un deber, es una necesidad: porque cuando se pierde la lengua, la religión se marcha con ella".
Estas declaraciones le condujeron al exilio italiano en 1965, donde recibió el apoyo de 400 curas catalanes. Volvería a Cataluña a morir en 1968, y su funeral, celebrado en el monasterio de Montserrat, reuniría a las fuerzas de la oposición catalana. Escarré se convirtió en un referente del nacionalismo catalán, Montserrat, en un monte sacro y la Moreneta, en un icono. Jordi Pujol fundó en 1974 Convergencia Democrática en el monasterio, aunque éste no siempre fuese un icono nacionalista.
Como dice el montserratino Raguer, "el santuario y el monasterio de Montserrat tienen un simbolismo nacional y fue un núcleo de resistencia cultural durante el franquismo, pero ha sido siempre también lugar de acogida y diálogo entre personas y grupos diversos por la política o la cultura".
En cambio para el jesuita González Faus, "Montserrat ha sido siempre un símbolo de la catalanidad, pero de una Cataluña unida. Precisamente por eso, Montserrat ha estado siempre del lado de lo que parecía menos integrado en esa unidad. Y así puede resultar que antes parecía estar más de un lado y ahora más del otro. Pero me parece que el criterio es el mismo".

De hecho, en el 'Virolai', el himno a la Virgen de Montserrat que a diario canta la Escolanía a mediodía, en el acto más concurrido del santuario se proclama: "Dels catalans sempre sereu princesa; dels espanyols, estrella d'Orient".
Además, en la fachada de Montserrat la frase que está esculpida es la siguiente: "Cataluña será cristiana o no será". EL cristianismo como raíz fundante y sin alusión a la independencia. Era lo que pensaba Torras i Bages, uno de los padres clericales de la patria catalana.
La saga de Escarré la encarna hoy, a la perfección, otro abad, culto e intelectual, con carisma y personalidad, Josep María Soler, referente, también él, de la cultura catalana y 'líder moral' del independentismo. Tiene más prestigio que muchos obispos y sus palabras son analizadas, como si fueran las de un oráculo que habla desde el monte santo. "Evidentemente, Catalunya es una nación. Incluso los obispos catalanes lo han reconocido en dos o tres documentos. Y si es una nación, tiene derecho a todo lo que le pertenece a una nación y a decidir sobre su futuro y su relación con los otros pueblos de España y de Europa", dijo en una entrevista televisada en 2013, en la que pese a no autocalificarse como independentista, sí que se mostró "partidario de que Catalunya decida su futuro".
De hecho, ha llamado a votar en numerosas ocasiones. Más aún, el pasado mes de mayo, Josep María Soler aseguraba que, si Catalunya se convierte en un Estado, el Vaticano lo reconocería como país independiente. "Normalmente reconoce a todos los estados nuevos que se crean, por tanto creo que el Vaticano lo reconocería", afirmó en una entrevista de la televisión pública TV3.
Además, el abad también apuntó que el papa Francisco "está al tanto de la situación" de Catalunya, sobre la que hablaron brevemente el pasado septiembre. De hecho, la aceptación del Vaticano a un Estado catalán ya estuvo en boca del abad hace ahora cinco años, lo que le valió una reprimenda de la Conferencia Episcopal por "no reflejar en absoluto la posición de la Santa Sede". Pero aquella era otra época eclesiástica. Ahora, en Roma, florece una nueva primavera, impulsada por un Papa que quiere una Iglesia en salida y 'encarnada'.
