Audaz relectura del cristianismo (28). Creer en la estela de Antonio Piñero

Confieso de entrada que sigo a Antonio Piñero sin menoscabo de ser creyente, condición esta última que emana de una profunda convicción racional. A Antonio Piñero lo conocen seguramente la mayoría de los lectores de Religión Digital como pensador honesto e investigador infatigable del cristianismo del siglo primero. En su animado blog, que ojeo desde hace algún tiempo y en el que a veces me he atrevido a dejar algún comentario, ofrece pruebas irrefutables de ambas cosas. En su postal del 11 de septiembre pasado, respondiendo a preguntas de lectores, resume con extraordinaria concisión y claridad lo que piensa de Jesús de Nazaret y se moja a fondo a la hora de declarar su condición de agnóstico, no creyente pero sin ser ateo. Para la RAE, el agnosticismo es una “actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia”.

Las conclusiones de Antonio Piñero

Sobre Jesucristo dice: Ciertamente, estoy convencido de que existió Jesús de Nazaret como persona humana, carpintero u operario de la construcción especializado en madera, maestro de la Ley aficionado, muy religioso, etc., profundamente judío, que fracasó rotundamente en sus propósitos (y que) fue apresado por los romanos y ajusticiado como rebelde/sedicioso contra el Imperio Romano… Creo que sobre ese personaje se montó otra personalidad que es el Cristo celestial, sobre todo a partir de Pablo de Tarso, siguiendo pautas de un desarrollo teológico muy judío. Este mejoramiento o idealización del hombre Jesús es pura teología y por tanto (obra) humana. La mezcla de las dos personalidades, el Jesús de la historia -para el que hay muchos paralelos en la historia de Israel y es perfectamente plausible-, + (más) el Cristo celestial dio el denominado Jesucristo, quien como tal personaje complejo -historia más teología- solo existe en la mente humana… Ni Jesús mismo, ni ninguno de los intérpretes independientes del Nuevo Testamento, e (ni) igualmente muchos exégetas confesionales creyó (creyeron) que Jesús se pensara a sí mismo como hijo físico, óntico, real, de Dios. Eso es una especulación teológica tardía, una idealización del personaje, una apoteosis, una divinización, en suma, que tiene lugar a lo largo de siglos y que culmina en los concilios de Nicea, Éfeso y Calcedonia… ¿Qué tipo de persona era? Como (ocurre con) todo hombre grande y de impacto, (el tema) es bastante complejo: probablemente él se creyó ante todo un profeta y el proclamador del reino de Dios a Israel.

Sobre su actitud con relación a la fe cristiana dice lo siguiente: no creo en el Dios tradicional, pero no soy ateo, sino agnóstico. Creo más bien, al estilo del filósofo Baruc Spinoza, en deus sive natura. En mi opinión, Einstein, que también era judío, pensaba algo muy parecido.

Razón de mi creencia

Como creyente, no encuentro nada que objetar a los términos con que Piñero describe a Jesús de Nazaret, pero no veo que lo dicho eche por tierra o devalúe su misión de profeta. Que haya sido elevado después de su vida a la condición de “hijo de Dios engendrado, no creado”, a tenor del dogma cristiano, nada resta a que nos haya transmitido un “mensaje de salvación”. La lectura que hace Pablo de él, elevándolo a la condición de un segundo Adán que expía con su muerte el pecado del primero, es solo una de las muchas que se han hecho del Evangelio. Que Jesús sea el Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, es una lectura más que se hace a lo largo de la época dogmática a la que alude Piñero. Por genial que sea la de Pablo y por especulativa que resulte la de los Padres de la Iglesia, ambas lecturas son complementarias, interpretativas de un mismo Evangelio y no excluyentes de otras posibles que puedan ser incluso más aquilatadas y trascendentales. De Jesús sabemos que ha sido seguramente el personaje más influyente de la toda la historia humana, pero ignoramos si lo seguirá siendo o si incluso su importancia pueda aumentar.

A lo largo de la historia del cristianismo se han hecho otras relecturas y, sin duda, se seguirán haciendo más en el futuro. Hoy, no somos pocos lo que gemimos, como con dolores de parto, por el alumbramiento de otra visión del cristianismo que sea válida para los hombres de nuestro tiempo. Ya no nos vale ni es de recibo la imagen de un Dios justiciero, ofendido por un supuesto pecado original, que exige un sacrificio crudelísimo para aplacarse antes de conceder su perdón. Tampoco nos valen las elucubraciones conceptuales que se manejaron en la construcción de una Trinidad de personas, tras discusiones muy acaloradas, debidas a sutilísimos distingos entre naturaleza y persona. No creo que hoy importe en absoluto que, en el seno de un Dios a quien el creyente entrega complacido su vida, haya tres personas distintas, cada una con su propia misión: el Padre crea, el Hijo redime y el Espíritu Santo sostiene la obra de salvación.

Cuanto dice Piñero no me impide creer en el mensaje de salvación que predica Jesús de Nazaret o en la fraternidad universal que propugna. Aunque él mismo no tuviera conciencia de quién era realmente ni conociera el final del camino que proponía, sí que veía su mensaje de salvación como un “grano de mostaza” (Mt. 13, 31-35) llamado a convertirse en un gran arbusto.

Hoy valoramos lamentablemente la ramificación de las iglesias cristianas como una gran hecatombe debida a fracturas que es preciso restañar. Me parece un grave desenfoque que el ecumenismo trate de restaurar la unidad supuestamente rota, cuando lo obvio es que deberíamos esforzarnos por comprender, aceptar y explotar la necesaria y benefactora diversidad cristiana. No es tiempo de retornar al “grano de mostaza” sino de anidar cómodamente en el hermoso árbol que ha brotado de él.

El agnosticismo de Piñero

La confidencia que hace Piñero sobre su condición de “agnóstico”, es decir, ni ateo ni creyente, revela la pereza de un vago o cómodo querer y no poder, algo así como jugar un partido para solo echar balones fuera. Merece la pena ahondar algo:

1º) Dios es un concepto muy oscuro, pues realmente nada sabemos de su contenido. Nadie lo ha visto ni sabe cómo es. Hasta discutimos de si existe o de si nos es realmente necesario para algo. Piñero no aprecia la “Teología” y a mí me parece, francamente, que toda ella es una especie de cuento de hadas (la Biblia es una magnífica novela), es decir, mucha floritura para no decir nada sustancioso sobre Dios por la suprema razón de que nada podemos saber de él. La revelación me parece ilusa, además de muy interesada. Dios no habla a Israel. Más bien, es Israel quien idea un Dios a imagen y semejanza suya (un Dios celoso, colérico y batallador), como núcleo aglutinador de su propio ser cultural y político; un Dios que solo es majestuoso en el Génesis, cuando crea el mundo, pero que luego, en todo el desarrollo, se ve reducido a una especie de ídolo de una pequeña tribu que lo cocina a su conveniencia.

“Dios Trinidad” y “deus sive natura” me parecen dos conceptos o expresiones muy opacos y, por tanto, inservibles, inútiles. Si queremos hablar de conocimiento de Dios por revelación suya, la única revelación indubitable y, desde luego, la más esplendorosa posible es la misma naturaleza y, más en concreto, el ser humano.

2º) Partiendo de la contingencia de todo lo existente, es decir, de la condición de inestabilidad y cambio a que todo lo existente está sometido, los principios racionales de causalidad y finalidad, lo de que se existe por algo y para algo, nos llevan a pensar en un Existente ignoto que no sea contingente y que dé razón incluso de la contingencia de todo lo demás. Sin embargo, tampoco eso nos dice nada importante sobre un ser que existe de por sí y para sí, al que hemos convenido en llamar “Dios”. Y nada cambia que lo llamemos también Yahvé, Trinidad, Alá o Naturaleza. Tampoco tiene mayor importancia que, con relación a él, hablemos de fe o creencias porque, aunque no lo veamos, lo palpamos intelectualmente en la conciencia de que existimos sin ser la causa de nuestro existir y en el primor que destilan nuestros comportamientos de amor y ternura.

3º) El cristianismo, como reducto en que se asienta la “fe cristiana”, proveniente de “Cristo”, nombre sobreañadido por la tradición a Jesús de Nazaret, se reduce todo él a un mensaje evangélico de salvación que bien podría llamarse igualmente de muchas otras maneras. Ahora bien, ese cristianismo no es una idea o creencia especulativa, sino la propuesta de recorrer un camino, muy concreto, claramente delineado, que conduce a una forma de vida plena de comunión con los demás seres humanos, sustentada en la condición primigenia de Jesús de Nazaret, quien se entregó por completo, hasta una muerte de cruz, a su misión salvadora.

4º) Los contenidos esenciales del mensaje evangélico de salvación se condensan, en cuanto a principios, en todas las connotaciones positivas de la palabra “padre”, y, en cuanto a la forma de vida, en las de la palabra “amor”. El cristianismo no es la Biblia, ni los dogmas, ni los papas, ni los obispos, ni los templos, ni los ornamentos, ni los ritos. Jesús nos ha enseñado a llamar “padre” al Existente y ha redimensionado, como filial, nuestro trato con él. No sabemos realmente quién es Dios y qué hace, pero sí sabemos que es nuestro padre y que todos los seres humanos, incluidos los diferentes, los malnacidos, los hijos de puta y los babosos, somos hermanos.

5º) Este gran principio se refleja, según el Evangelio de Jesús de Nazaret, en el ejercicio de la solidaridad con todos los hombres sin excepción, en la práctica del único mandamiento válido, el del amor.

6º) Creer se reduce, por tanto, a llamar a Dios “padre” y a transformarse uno mismo en sacramento de amor, en “eucaristía”, es decir, en pan que se parte y se comparte en el ejercicio de un amor efectivo a todos y cada uno de los seres humanos sin excepción. Lo de la “Iglesia de los pobres” no deja de tener resonancias demagógicas, pues la única mirada cristiana válida hacia los pobres debe dirigirse a sacarlos de su pobreza, a que también ellos puedan vivir una vida digna.

Frente a esta relectura del cristianismo, por la que hoy claman millones de seres humanos, el que uno diga que es creyente porque profesa un credo muy complejo de verdades indescifrables y ajusta su conducta a los miles de preceptos del Código Canónico, o proclame que es ateo porque no cree en ningún dios, o se declare agnóstico como si aceptara un dios desvaído o indefinido, subsumido en la naturaleza, carece en absoluto de relieve. Frente a la enorme envergadura del ser humano, que uno se declare creyente, ateo o agnóstico no llega ni siquiera a rozar la epidermis. Es algo así como si la piel nos picara y nos rascáramos suavemente, cuando de lo que se trata realmente es de penetrar a fondo en nuestro interior para calmar y colmar tanto nuestro espíritu inquisidor como nuestro corazón anhelante.

Por todo ello, sin objetar nada a cuanto dice el maestro Piñero, tengo que concluir que yo sí “creo” en un cristianismo que me enseña a llamar “padre” a un Existente que es la razón de mi existir y da sentido a mi vida, siguiendo las huellas de Jesús de Nazaret.

Mi quehacer de creyente consiste en convertirme en pan partido y compartido como expresión sacramental de una vida de amor incondicional a todos mis semejantes. Todo lo demás, “rien de rien”, puro adorno y entretenimiento, trátese lo mismo de novelas de misterio que de densos tratados especulativos de Teología, de esos que hablan sin parar de quien honestamente nada pueden decir.

Iglesia en construcción

Temas como los abusos sexuales, el celibato, las intrigas palaciegas del Vaticano y de las conferencias episcopales, la falta de curas, la ordenación de mujeres y la reforma de la Curia Romana, llenan hoy la agenda eclesial, pero todo ello, por mucho que se lo quiera valorar, no son más más que circunstancias perfectamente cambiables. Lo que el hombre de nuestro tiempo no acepta es que la Iglesia de Jesús se haya transformado en un emporio de poder y dinero. No se entiende que a los presbíteros occidentales se les imponga un celibato innecesario cuando, para mayor escándalo, una parte no pequeña del clero es pederasta y otra, tampoco pequeña, vive amancebada o recurre al sexo pagado. No es de recibo que, por el sacratísimo deber de evitar escándalos, se haya amparado en las altas esferas eclesiales a corrosivos delincuentes. Y no deja de ser una aberración obsoleta que, en la cultura occidental, se obligue todavía hoy a las mujeres a reclamar su condición de seres humanos frente a una jerarquía eclesiástica que las minusvalora descaradamente. Por problemático y difícil que sea abordar unos cambios que son solo epidérmicos, la sociedad del s. XXI, seducida por la necesidad de una mejora constante de nuestra forma de vida, no se escandalizará y hasta los aplaudirá y los asimilará rápidamente con sosiego y gozo, por más que chirríen quienes vean más que diezmado su poder. Estoy seguro de que, cuando los cristianos seamos capaces de plasmar en nuestras vidas el auténtico rostro de un Dios que es padre de todos, muchos católicos nominales se convertirán al auténtico cristianismo y muchos ateos, agnósticos e indiferentes rendirán sus armas.

Volver arriba