Lo de “picoteo” no quiere decir que hoy nos vayamos de parranda ni que, riendo por no llorar, remedemos al cavernícola virus covid19, pues ese sí que picotea, a traición y por sorpresa, donde le apetece y, sobre todo, donde se lo ponen fácil. A este propósito, no salgo de mi asombro sobre cómo somos los españoles, tan disciplinados  durante un largo confinamiento en el que hemos doblegado el ímpetu de un virus al que obligamos a refugiarse en sus trincheras, y que ahora nos desmadramos e incluso nos aprestamos a torearlo. De veras, es algo que me desborda y me supera por completo y más cuando algunos, al parecer, se comportan como agentes comisionistas del mismo. En fin, tendremos que armarnos de paciencia, pues nuestro desayuno de hoy discurre por otros derroteros, poniéndonos encima de la mesa platos muy variados.

Lo primero que nos sale al paso es que hoy se celebra el “día mundial del peatón”, día importante porque un comportamiento vial de sentido común puede ahorrar muchos accidentes, a veces incluso mortales. Y en este tema, lo primero que debo hacer es confesarme pecador irredento, acostumbrado como estoy a una anarquía de comportamiento vial por el solo hecho de ahorrar unos pasos al no cruzar la calle por donde está indicado. Es curioso que, cuando me ha tocado ir a buscar a mi nieto al colegio, llevándolo a él de la mano de vuelta a casa, previa la compra de algún chuche o similar, no me ha quedado más remedio que seguir a rajatabla el ordenamiento vial, cruzando la calle solo cuando el semáforo está en verde o por el paso de peatones. A él se lo han enseñado así y, claro, enseguida te señala si tú no lo cumbres. ¡Delicioso!

La OMS promueve esta celebración desde 1897 con el objetivo de difundir la cultura vial del peatón, promover los espacios adecuados para esta forma de moverse en las ciudades y recordar las obligaciones que implica la movilidad a pie. Los organizadores no piden ni imponen nada que no sea de sentido común: cruzar por donde se debe; mirar siempre en ambas direcciones antes de cruzar, incluso teniendo el semáforo abierto o preferencia de paso; exigir que las señales estén bien y sean visibles; llevar ropa clara o refractaria cuando se camina de noche y, sobre todo, estar en lo que se celebra, por ejemplo, no llevando los auriculares puestos. ¡Muy bien por mi nieto y por tantos miles de niños que exigen a sus padres y abuelos que, al caminar por la calle, lo hagan como es debido!

El día nos pone encima de la mesa, además, la perenne preocupación por los animales domésticos, pues hoy se celebra también el “día internacional del animal sin hogar”. A tal efecto, ISAR (Sociedad Internacional de los Derechos de los Animales) promueve, además de la regulación de la adopción de mascotas, la organización de jornadas de vacunación, de castración y esterilización; charlas en los colegios y en las clínicas veterinarias; distribución de panfletos, programas de radio, exposiciones, colectas benéficas y bendiciones de animales. El principal problema que empuja al abandono de las mascotas, sobre todo de los perros, es económico, pues tener en casa un animal cuesta dinero. Otros grandes problemas son el descontrol de una natalidad no prevista ni querida y el desconocimiento de las necesidades del animal como el ser vivo que es. No hace falta insistir en lo que los dueños de los animales están obligados a hacer tratando a su mascota como es debido y procurando que no extorsione la buena vecindad ni incomode a los ciudadanos al sacarla a la calle. La superpoblación animal y la desidia de los ciudadanos hace que cada hora en España se abandonen 16 mascotas.

Menos trascendencia por su menor impacto tiene el hecho de que hoy se celebre, además, el “día internacional de la enfermedad de Coats”, enfermedad poco frecuente, consistente en una pérdida progresiva de la visión, conocida como “síndrome de retinitis exudativa”. Su proceso, que es crónico, comienza en la niñez y se desarrolla de forma lenta y progresiva. Produce estrabismo y, en sus fases más avanzadas, desprendimiento de retina. En una sociedad avanzada, cosa de la que presume sobremanera la nuestra, todas las enfermedades raras deberían recibir la atención que merecen los ciudadanos que, directa o indirectamente, las padecen. Pero, realmente, ¡qué poco avanzada es una sociedad en la que ni siquiera hay medios suficientes para combatir un virus hasta eliminarlo!

También de menor impacto es el hecho de que, un día como hoy de 1784, se establecieran en Madrid los sellos de fecha para las cartas. Correos es todo un mundo que tiene mucha importancia en nuestra cultura y que ha dado lugar a infinidad de historias, tanto en el campo de la comunicación humana como en el del coleccionismo promovido por la Filatelia. Justo cuando se procedía a su reforma en Gran Bretaña en 1834 y se sacaba el primer sello de franqueo, el “penny black, se produjo una deliciosa anécdota, real o ficticia, sobre un trapicheo que también se dio después de alguna manera en el manejo del teléfono.  Una posadera recibió una carta, revisó atentamente la dirección y la devolvió al cartero alegando que no tenía dinero para pagar el franqueo (hasta la reforma mencionada, el franqueo se pagaba en destino en función del peso de la carta y de los kilómetros recorridos). Un huésped, generoso, pagó el franqueo para que ella no se quedara sin las noticias que la carta se suponía que le comunicaba. La posadera cogió entonces la carta y la depositó sobre una mesa sin abrirla. El huésped, extrañado, la animó a que lo hiciera, pero ella le replicó que no era necesario, pues dentro no había nada. Atónito se quedó el generoso huésped cuando la posadera le dijo que todo el mensaje de aquella carta estaba en su dirección, cada una de cuyas líneas había sido escrita por un miembro de su familia en señal de que todos estaban bien, razón por la que no necesitaba pagar el franqueo para saberlo. Algo parecido vi hacer con el teléfono cuando las conferencias costaban bastante dinero: tras un largo viaje, se llamaba a la familia y se colgaba después del tener tono y se volvía a repetir la operación. Sin descolgar, la familia destinataria sabía así que habían llegado bien, sin que la llamaba costara nada. ¡Bonitos tiempos de picarescas casi inocentes!

Por lo demás, el día nos recuerda, por un lado, la primera vuelta a la Tierra que dieron en 1962 dos astronautas soviéticos, evento que tuvo gran impacto y que significó el primer paso del dominio del hombre sobre el espacio, y, por otro, el atentado terrorista ocurrido, hoy hace tres años, en Cataluña, en las Ramblas de Barcelona, en el que murieron 16 personas. Terrible impacto este último, que conmocionó a toda España y dio lugar a que el sentir nacional se manifestara en forma de condolencia, solidaridad y colaboración. Lo digo porque ello viene a demostrar, por sí solo, cuánto nos beneficiaría a todos los españoles que los políticos se ocuparan solo de lo más propiamente suyo: de administrar los dineros públicos de tal manera que la nación entera creciera y mejorara en todos los órdenes, en vez de fragmentarse, crisparse y, llegado el caso, zurrarse.

Hoy no podría quedarme tranquilo si no hiciera mención, siquiera, de la atroz tragedia ocurrida ayer mismo en la Ribera de Cabanes (Castellón). Los medios cuentan que un padre ha acuchillado a sus dos hijos, una niña de diez años y un niño de doce, con el resultado de la muerte del niño y de la gravedad de la niña. ¡Pobres niños! De salir adelante, ¿quién podrá atemperar siquiera los efectos de tal tragedia en la mente de la niña? ¿Cómo poder encajar el linchamiento salvaje de un niño a tan corta edad, realizado por su propio padre? Pienso que solo el bálsamo del tiempo y la bondad de Dios podrán obrar tal milagro. En cuanto al padre, tras la fulminante condena de su proceder, la carne me tiembla al preguntarme qué pudo pasar por su mente y qué situación más degradada tuvo que sufrir para perder del todo la cabeza y lanzarse a semejante salvajada con los de su propia sangre.

¡Qué complicada resulta a veces la vida! Sin embargo, nosotros, los cristianos, contamos con un recurso de extraordinario valor: el de poder interpretar cuanto en ella acontece en clave de providencia divina, es decir, de que incluso las tragedias terminarán aportándonos sentido y razón. Sea lo que sea lo que cada día nos salga al paso, sabemos que todo redundará, a la postre, en nuestro propio provecho. De ese discernimiento proviene la convicción del refrán que nos asegura que “no hay mal que por bien no venga”. Aunque esa convicción no resuelva el problema, nos sirve, cuando menos, para redimensionarlo y para aprovechar su propia inercia, a la vez que nos ayuda a ser más precavidos y a evitar las tragedias que desencadenamos nosotros mismos. Por ello, ser cristiano es un plus de extraordinario valor y resulta sumamente rentable para la vida. Es, en una palabra, una gracia.

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