Audaz relectura del cristianismo (68) Vae victis!

El peso de la vida

Cristo de Dalí

Vae victis!
es una exclamación latina que suena a previsión amenazadora pero que también puede expresar compasión ante los damnificados por las hecatombes naturales y las dolorosas secuelas de las injusticias. ¡Ay de los vencidos! Aunque esta exclamación brotara algunos cientos de años antes, lo primero que viene a la mente de alguien que se confiesa cristiano es que el más contundente vencido de la historia, la víctima más propiciatoria de todo su acontecer, ha sido sin duda alguna Jesús de Nazaret.

amenazas de eta

La casa de los horrores

Teniéndole a él por estandarte o pancarta, uno se siente férreamente armado para acercarse amorosamente a cualquier otra víctima del humano acontecer. Son muchos millones los seres humanos que, en esta todavía corta historia nuestra, han padecido el atropello de sus semejantes y sufrido, en sus carnes o en las de sus seres queridos, tormentos y muertes atroces.

¿Alguien podría cuantificar la cantidad de sufrimiento con que los seres humanos nos hemos flagelado unos a otros a lo largo de la historia? ¿Cabrían en un inabarcable elenco del horror las muertes violentas ocasionadas por tantas guerras? ¿Qué decir de las torturas de tantos interminables interrogatorios para arrancar confesiones de supuestas traiciones u otras informaciones útiles, sirviéndose de instrumentos para producir dolor cuya sola visión pone los pelos de punta? ¿Acaso las agresiones físicas y el maltrato sicológico no son el pan nuestro de cada día? Descorazona asistir impotente a las fatales depresiones que ocasiona sobrevivir en el sistema de vida que nos hemos dado. Nos ahogan las náuseas de tanta descarada depredación.

Obviamente no es un carrito de comida

Al nacer, nos convertimos en carne de cañón del dolor. Soportamos un enorme peso de la vida con las quiebras de la salud: innumerables enfermedades y horribles dolores de muelas, de oídos y de estómago; desgastes óseos; envejecimiento y demencias seniles y, con demasiada frecuencia, muertes horribles. La página del sufrimiento humano se ennegrece todavía mucho más con los azotes que nos propina la misma naturaleza (calor y frío, inundaciones, terremotos, huracanes, etc.), y, sobre todo, con lo que quizá resulte lo más insoportable, con el sufrimiento que nos viene de la comunidad humana: maltratos y violencias,  retos educativos,  asilvestrada crueldad de los compañeros de estudios (“los niños son crueles”), desprecios y humillaciones de amigos y enemigos, quiebra de empresas en las que trabajamos, fracaso de proyectos propios, zancadillas de competidores, traiciones de amigos, celos de quienes pretenden poseernos e indiferencia de quienes no pueden ignorarnos. ¡Imposible cuantificar el sufrimiento producido por las numerosas quiebras de las relaciones humanas de familia, de amistad, de trabajo, de juego, de sociedad, de política y de religión! ¿Qué decir de los destrozos que causa el odio, la codicia, la violencia y el egoísmo de tantos? Más allá de todo ello, está el sufrimiento inaudito de la soledad consustancial de cada uno frente a la responsabilidad inherente a sus comportamientos y, sobre todo, a la consumación de su propia vida en la muerte.

Víctimas de ETA

Víctimas del terrorismo

Para darle a esta reflexión una pincelada de actualidad, diremos que, si hay algo radicalmente insensato y desnortado en la sociedad española, es el intento de edulcorar la extrema crueldad de quienes pretenden conseguir cotas de poder recolectando el satánico fruto de la siembra de miedo y terror, el de quienes vinieron a decirnos: “si no te sometes por completo a mi voluntad, te amargo la existencia y desencadeno el horror del infierno sobre ti y los tuyos”. Además, para convencernos de la contundencia de su amenaza, golpearon aquí y allá sin la menor piedad, sembrando su camino de cuerpos destrozados por explosivos o de cadáveres con un tiro en la nuca. Como la mayoría no se sometió a los dictámenes de su alocada dictadura, los terroristas, tratando de justificar en vano sus actos vandálicos como extrema acción política para defender supuestos derechos, desencadenaron las fuerzas del infierno para llevarse por delante a unos con salvaje crueldad y dejar marcados a otros de por vida, con estigmas imborrables, al tiempo que esculpían el miedo en el frontispicio de los hogares españoles.

Mal que bien, la población española se sacudió de encima la presión terrorista y, aunque se alivió con la deposición de sus armas, los muertos siguen muertos y sus familiares, marcados de por vida, no han recibido todavía el consuelo y el apoyo a que su dolor los hace acreedores ni desde el ámbito político en general ni desde el social separatista en particular. Son muchas las veces que los españoles han manifestado su simpatía y su afecto a esas víctimas, pero desgraciadamente los intereses políticos parecen impedir que los terroristas sean tratados como vulgares asesinos y las víctimas reciban el apoyo político y social necesario para un mínimo de dignidad. La sinrazón alcanza su cénit cuando, en determinadas situaciones y a despecho de las víctimas, se pretende cambiar los papeles convirtiendo a los terroristas en víctimas heroicas de un supuesto sistema político represor.

Punto de inflexión

Cada cosa en su lugar

Por muchas vueltas que se le dé a esta tortilla, el huevo de la sensatez siempre envolverá la patata. Necesitamos ciertamente serenidad para valorar un pasado tan lúgubre y coraje para llamar a cada cosa por su nombre. Si bien es encomiable que la población, por lo general compasiva y predispuesta a servirse del tiempo como de un bálsamo, perdone tan inútiles atrocidades, olvidarlas dejaría el camino expedito para que se repitan. Las “hazañas” terroristas requieren “corona de espinas”. Las víctimas supervivientes necesitan apoyo social para restaurar en lo posible sus vidas menguadas. Afortunadamente, mientras la memoria esté viva, a las víctimas nunca les faltará la comprensión de muchos. Pero se necesita temple social y firmeza política para calificar como asesinatos los linchamientos terroristas, para seguir enclaustrando a sus actores mientras no confiesen su equivocación, no colaboren con la justicia y reparen los daños causados. La amargura que las despiadadas alimañas terroristas inocularon en sus víctimas solo podrá ser contrarrestada por la dulzura y la compasión para con ellas de toda la sociedad.

El amor cristiano

Desde el irrenunciable e incondicional amor cristiano a todo prójimo, hemos de mirar a los terroristas con un corazón compasivo, pues también ellos, aun sin demostrarlo, son seres humanos acreedores al perdón, aunque no lo pidan. Pero a lo hecho, pecho. 

mapa de atentados de eta

Deben apechugar con las secuelas de sus actos. Conforme a la teoría sobre la cárcel, esbozada en los inicios de este mismo blog, en ella solo deben permanecer quienes sean peligrosos para la sociedad, pero todos los delincuentes deben reparar los daños causados. Ello requiere que algunos terroristas no salgan jamás de la cárcel y que todos ellos, además de no disponer de patrimonio alguno, lleven una vida austera. Lo primero, porque siguen siendo peligrosos para la sociedad; lo segundo, porque lo astronómico de los daños no deja otra opción.

Por lo demás, el tributo que todos pagamos por la vida es tan alto que nos exonera de pasar por ningún purgatorio y hasta nos libra de la condena de ir de patitas al infierno, el horroroso e inconcebible lugar en el que no tendrían reparo en meternos algunos moralistas quisquillosos.

Y, como cristianos, nunca cambiaremos el vae victis! de las injusticias por el vae invictis! de las venganzas. Lo propio nuestro es el perdón, la compasión y la mejora sostenida de todo lo humano.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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