"Ser testigo del amor de Dios en medio del dolor humano" Cuando el diácono lleva la comunión a los enfermos

Cuando el diácono lleva la comunión a los enfermos
Cuando el diácono lleva la comunión a los enfermos

"Llevar la comunión a los enfermos y a los mayores que no pueden asistir a la iglesia ha sido una de las tareas más conmovedoras y significativas de mi ministerio diaconal"

"Con el paso del tiempo, llegó un nuevo párroco que decidió que este servicio lo asumieran personas laicas, especialmente mujeres que ya visitaban habitualmente a los enfermos"

"No puedo evitar recordar con cierta nostalgia las veces en las que, como ministro ordenado, llevaba la Eucaristía a quienes esperaban con alegría esa visita porque he sido testigo de muchas de esas despedidas eucarísticas"

"Este ministerio ha sido una escuela de vida, de fe y de humildad. Aún hoy, cuando ya no soy yo quien lleva el Cuerpo de Cristo, me siento unido a quienes siguen realizando esta labor con entrega y devoción"

Llevar la comunión a los enfermos y a los mayores que no pueden asistir a la iglesia ha sido una de las tareas más conmovedoras y significativas de mi ministerio diaconal. Durante años, me turnaba con el párroco y los vicarios parroquiales para este servicio pastoral, que no solo se reduce a una función litúrgica, sino que se convierte en un acto profundo de amor cristiano y de cercanía con quienes viven en la fragilidad del cuerpo o de la edad. Esta labor, asumida con responsabilidad y cariño, me ha permitido conocer la parroquia desde su rostro más humano: el de los enfermos, los ancianos, las cuidadoras, las familias que conviven con el sufrimiento diario y, sobre todo, el de tantos fieles que, aun postrados, seguían esperando con fe ese encuentro con Cristo en la Eucaristía.

Especial Papa León XIV

Con el paso del tiempo, llegó un nuevo párroco que decidió que este servicio lo asumieran personas laicas, especialmente mujeres que ya visitaban habitualmente a los enfermos. Y aunque esta decisión responde a una visión eclesiológica que valora la participación activa de los laicos y evita una excesiva clericalización, y tiene sin duda aspectos muy positivos, no puedo evitar recordar con cierta nostalgia las veces en las que, como ministro ordenado, llevaba la Eucaristía a quienes esperaban con alegría esa visita.

Comunión a los enfermos
Comunión a los enfermos

Recuerdo las palabras de un cardenal gallego al decir que, para un moribundo, más importante incluso que la unción es recibir el Viático, esa última comunión que prepara al alma para el encuentro definitivo con el Señor. Y eso me reconforta, porque he sido testigo de muchas de esas despedidas eucarísticas, de esos momentos en los que el cuerpo ya no puede más, pero el alma recibe con humildad y esperanza a Cristo sacramentado. Ahora pienso con agradecimiento en todas esas señoras laicas que siguen llevando en mi parroquia ese Pan de Vida a tantos moribundos, cumpliendo una misión silenciosa, pero inmensamente valiosa.

Podría contar cientos de anécdotas, porque fueron muchas las casas que visité, muchas las personas que abrían su puerta con una sonrisa al verme llegar. Aunque yo sé que no era por mí, sino por Aquel a quien llevaba en el portaviático. Siempre pedía a los enfermos que rezasen por mí, y estoy convencido de que muchos de ellos, ya desde el cielo, siguen intercediendo por este humilde diácono que les llevó al Señor en sus últimos días.

Uno de esos recuerdos imborrables fue cuando enfermó gravemente un querido parroquiano, el único varón mayor que acudía a la adoración nocturna y que compartía con mi esposa esa hermosa devoción. Cuando le visité postrado en la cama por un cáncer muy agresivo, y le pedí que rezara por mí, me miró con una expresión que parecía decirme: “Creo que más bien tú deberías rezar por mí”. Estoy seguro de que el Señor lo tiene en su gloria, y desde allí también se acordará de mí.

Este ministerio me permitió ver y tocar la realidad de los más vulnerables, descubrir la importancia de las cuidadoras, que son quienes llevan el peso cotidiano del cuidado físico, emocional y espiritual de los enfermos. Muchas veces, estas mujeres se unían con devoción a la oración que hacía junto a la persona enferma, creando un ambiente verdaderamente eclesial, una pequeña iglesia doméstica donde Cristo se hacía presente en medio del sufrimiento. Eran momentos de fe sencilla, pero profunda, que no se olvidan jamás.

Cuando empecé con esta tarea, la lista de enfermos era reducida y casi todos los visitaba yo. Recuerdo especialmente una ocasión en que, durante la visita pastoral de un obispo auxiliar a nuestra parroquia, se organizó una salida para que el obispo visitara a algunos enfermos. Claro está que le acompañaba el párroco  e incluso fueron los vicarios. Pasados unos días, volví como de costumbre a una de esas casas, y la hija de la enferma me comentó, aún sorprendida, que su madre, al ver llegar a varios sacerdotes que apenas conocía, lo primero que preguntó fue: “¿Y dónde está el diácono?”. Esa familiaridad, esa cercanía construida con el tiempo y la constancia, no se improvisa.

mayor hombre paseo en bicicleta a ciudad calle 21012597 Foto de stock en  Vecteezy

"Cristo llega a todos los rincones, a todas las situaciones, incluso a través de medios sencillos y humildes"

Mi barrio es extenso, se alarga junto al río Manzanares, y en muchas ocasiones debía recorrer largas distancias para llevar la comunión desde un extremo al otro. Por ello, solía hacerlo en bicicleta, y las veces que me he encontrado con el arzobispo primado de Toledo, al que conozco desde hace mucho le debe haber llamado la atención de mi tele servicio y me pregunta si sigo repartiendo el Cuerpo de Cristo en bici. Son pequeños detalles que reflejan una realidad profunda: que Cristo llega a todos los rincones, a todas las situaciones, incluso a través de medios sencillos y humildes. 

En Oriente la reserva eucarística se hace únicamente para los enfermos; en la Iglesia latina se ha promovido mucho la adoración eucarística y parece esa la finalidad de la reserva, pero no debemos olvidar que uno de los fines esenciales del Sagrario es precisamente guardar el Pan consagrado para llevarlo a quienes no pueden acercarse a la iglesia.

Este ministerio no solo ha sido una tarea pastoral, ha sido una escuela de vida, de fe y de humildad. He aprendido que la Eucaristía, cuando se lleva a los más débiles, se convierte en bálsamo, en esperanza, en compañía. He comprendido que cada visita era una oportunidad para ser testigo del amor de Dios en medio del dolor humano. Y he experimentado en carne propia cómo esa fragilidad, ese aparente “dar” de parte mía, era en realidad un recibir constante.

De los enfermos he recibido mucho más de lo que yo les podía ofrecer: su fe, su testimonio, sus oraciones, su mirada agradecida. Y por eso, aún hoy, cuando ya no soy yo quien lleva el Cuerpo de Cristo, me siento unido a quienes siguen realizando esta labor con entrega y devoción. Porque llevar la comunión a los enfermos es más que una función litúrgica: es un gesto de amor que hace presente a Cristo Siervo, el Buen Pastor, que no olvida a sus ovejas, especialmente a las que están heridas o cansadas.

Comunión a los enfermos
Comunión a los enfermos

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