A propósito de la fiesta de María Magdalena: Las mujeres en la Iglesia. Una cuestión pendiente

Hemos cambiado de pontificado y las noticias abundan sobre las primeras acciones de León XIV, reconociendo, en general, una continuidad con el pontificado de Francisco. Son estilos diferentes, como era de esperar, poque cada persona trae su forma de ser, su experiencia de vida, sus concepciones del ministerio pastoral, etc. Pero hay algunos aspectos que Francisco dejó pendientes y León XIV tendrá que dar alguna respuesta.
Uno muy importante es la situación de las mujeres en la Iglesia, su participación en niveles de decisión y en el acceso a los ministerios ordenados. Tan pronto asumió León XIV, por lo menos dos mujeres que conozco, religiosas y teólogas le escribieron cartas pidiéndole avances en este sentido. Una fue Magda Bennásar, española, pidiéndole “que se tome sumamente en serio el tema de la igualdad de la mujer en todos los aspectos de la Iglesia” y le pregunta: “¿Qué más necesita la Iglesia para sanar esta herida abierta por decisiones que excluyen? La falta de mujeres jóvenes en nuestras parroquias en Europa es signo de una Iglesia que no sabe acogerlas. Se van, no porque hayan perdido la fe, sino porque no encuentran un lugar que las valores y las incluya. ¿Cómo puede la Iglesia ser la última institución que no reconoce la igualdad plena entre hombres y mujeres?”. Y finaliza su carta diciendo: “le pido en nombre de miles de mujeres con vocación que escuche al Espíritu y sea valiente. No habrá nunca consenso absoluto, pero si esta decisión viene del Espíritu, Dios se encargará del resto”.
La otra fue Martha Zechmeister, austriaca, pero radicada en El Salvador hace muchos años, quien también en su carta le dice: “León, se dice que sabes escuchar. Por eso me atrevo a dirigirme a ti con parresía bíblica, con franqueza, sin miedo y sin rodeos: ya es hora que las mujeres sean incluidas sin restricciones en todos los ministerios y niveles de la Iglesia. No como gesto, no como excepción, no como señal simbólica. Sino en total igualdad. No se trata de poder. Se trata de dignidad. De verdad. De evangelio”.
Otra teóloga, Phyllis Zagano, norteamericana, experta en el tema del diaconado femenino, con muchísimas publicaciones sobre este asunto y quien participó en la primera comisión para el estudio del diaconado femenino, en un reciente artículo, contó las dificultades que se presentaron en el Sínodo de la sinodalidad para conocer los informes del Grupo de estudio n. 5 que debería tratar este tema. Definitivamente, no es una realidad que se quiera abordar desde muchos sectores de la Iglesia. Sin embargo, en el Documento final del Sínodo, numeral 60, se recoge esta petición y no se duda en seguir reclamando esa igualdad para las mujeres. El numeral es muy largo, aquí solo anoto, algunas afirmaciones importantes: “En virtud del Bautismo, hombres y mujeres gozan de igual dignidad en el Pueblo de Dios. Sin embargo, las mujeres siguen encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de sus carismas, su vocación y su lugar en los diversos sectores de la vida de la Iglesia, en detrimento de su servicio a la misión común (…) A una mujer, María Magdalena, se le confió el primer anuncio de la resurrección; (…). Esta Asamblea exige la plena implementación de todas las oportunidades ya previstas en la legislación vigente con respecto al papel de la mujer (…). La cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal también permanece abierta y el discernimiento al respecto es necesario (…)”.
Muchas otras mujeres están empujando estos cambios. Lamentablemente algunas no lo ven necesario porque creen que es suficiente el servicio que ya muchas mujeres prestan a la Iglesia. Así también pensaban nuestras bisabuelas, abuelas, madres con respecto a su rol en la sociedad. Estaban conformes de ser esposas abnegadas, madres excelentes y no veían importante su formación en todas las dimensiones de la persona, ni la necesidad de ocupar puestos de decisión. Pero nuestro mundo ha cambiado y las mujeres, por fin, tenemos más igualdad en la sociedad, más derechos, más oportunidades y esto no es una concesión de buena voluntad, son derechos que se nos habían negado.
Precisamente en este mes, el 22 de julio se celebra la Fiesta de María Magdalena, llamada “Apóstola de los apóstoles”, es decir con igual dignidad que los demás apóstoles. La conmemoración de su memoria ya existía, pero fue el papa Francisco quien, en 2016, la pasó a categoría de Fiesta. Tarde se está restituyendo su memoria, porque ella no fue una prostituta (la tradición la confundió con la pecadora arrepentida y de ahí surgió esa leyenda), sino una gran apóstola (la palabra en femenino la uso, por primera vez, Hipólito de Roma, en el S. III, por lo tanto, no hay que asustarse con el lenguaje inclusivo) y, como ya lo dijimos, la primera a la que Jesús confío el anuncio de su resurrección.
Pidámosle a Santa María Magdalena que acelere los cambios en la Iglesia, concretamente, en este tan urgente de la inclusión plena de las mujeres. Algunos dirán que no hay prisa. Pero, sinceramente, hay prisa en que la Iglesia se parezca más a la Iglesia de los orígenes, hay prisa porque su testimonio sea más nítido con respecto a las mujeres, hay prisa para caminar al ritmo de la historia, evitando que la Iglesia llegue tarde, como tantas otras veces ha llegado en momentos cruciales de la humanidad.
(Texto tomado de: https://www.reflexionyliberacion.cl/ryl/2024/07/31/maria-magdalena-apostola-de-los-apostoles/)