Estiaje: elogio del estío

De repente no hacer nada, hacer la nada veraniegamente, castillos en el aire, secarse el cuerpo y apaciguar el alma, librarse por igual del puro espíritu y del afán impuro, estirar públicamente los miembros enmohecidos por la vieja humedad. Pasear cual tránsfuga por las orillas del Ebro recuperadas por la Expo, darse el lujo de tomar algo en un velador al aire libre, ver el cielo desde la tierra y la vertical desde la horizontal en la yerba, la arena o el mar.

De joven me sofocaba el calor, de viejo me refocilo en la calor. El frío es lo rígido y lo frígido, la conservación de lo muermo o muerto (aunque sea un jamón); por el contrario, el calor es el color de la vida y del amor, el fuego y el sol. Parafraseando a J.R. Jiménez, el verano es la trasparencia eterna y la eternidad trasparente: “lo eterno, lo que arde, lo que ama”.

Por eso el verano está marcado por los santos ígneos. Al principio está el fuego solsticial de san Juan y al final la espada flamígera de san Miguel, expulsándonos del paraíso estival: en medio arden el fogoso Santiago y el abrasado san Lorenzo. El verano comienza con el calor, pero el estío concluye en la calor junto al estiaje y su sequedad: es la mengua del agua de los ríos por la sequía veraniega o estival. Naturalmente, es posible huir al monte, al mar o a la piscina, pero yo prefiero la planicie abrupta para este tiempo de molicie y vicio (comedido).

Ortega habló del “vago estío”, oponiendo así la vaguedad y lo vagoroso a lo riguroso o rigoroso, la vagancia o vacancia a lo rijoso. Curiosamente el estío es capaz de asumir el hastío, trasfigurando el aburrimiento sedentario o aburramiento en trasparencia solar o abrimiento. Lo estival resulta un festival si se sabe asumir la tibieza del aire y el contrasol de la sombra agazapada, pues como decía un viejo alquimista “a la sombra del sol está el suave calor lunar”. El cual es un calor umbrío o umbroso.

En todo caso, no se trata de recalentarse ni acalorarse. La naturaleza hace que, al llegar al cénit del calor, comience el contrapunto complementario que nos llevará al nadir de la frialdad. El invierno es el auténtico inframundo, ya que el frío es lo más quemante por dentro, como lo comprueba una tradición del infierno, recogida por Dante, según la cual el último subsuelo infernal es de hielo abrasivo. Bien lo sabemos nosotros por este valle del Ebro, cuando sopla en el invierno/infierno el cierzo helador que requema las entrañas y cristaliza el hálito. Dejémonos entretanto agostar la piel durante la canícula del mes de agosto, para así degustar mejor las llegada del cierzo. Entonces pasaremos del estiaje veraniego al esquiaje pirenaico.

Por mi parte, friolero exagerado, pienso requemar mis huesos en verano en el desierto de los Monegros que me vio nacer tiritando en invierno. Es también mi venganza del frío alpino y albino –níveo- de Innsbruck, el retorno definitivo al hogar o fogón familiar y a esta tierra calcinada por un sol volcánico, bebiendo en el entreacto su vino ardiente achampanado. Aquí me espera aquella eternidad del verano cantada por el mismísimo Shakespeare: “porque eterno será el verano tuyo”. Huérfano de Aragón, lo recupero tras 37 años de humedad pertinaz en Bilbao, junto al mar. Finalmente puedo calentarme también bajo el manto de la Virgen del Pilar.

Quiero recordar aquí a los caloreros que les gusta consecuentemente el frío, que este es un elogio del calor por parte de un friolero profesional. Como tal pienso, en efecto, que la temperatura real/ideal es la propia del cuerpo humano, o sea, 36 grados y pico: por encima hace calor angélico, y por debajo frío inhumano. Por lo demás, solo el calor tiene entidad propia y definida o positiva, ya que se trata de un flujo o trasferencia de energía. Frente a esta sustancialidad energética del calor, el frío es científicamente insustancial y negativo, puesto que se define como mera “ausencia de calor”. El frío es así como un escalofrío en medio de la calidez existencial, una falta o resta de vida y de color/calor. Buen verano.

Posdata: A pesar de mi friolera o precisamente por ella, debo ser finalmente autocrítico y afirmar que el frío no es algo meramente negativo, como quiere la termodinámica, sino algo sustancial; por eso definirlo como una mera falta de calor es una falta o falla de la ciencia (abstracta). En cualquier caso, parece claro que el futuro es del friolero, bien preparado para un calentamiento global.
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