Hermenéutica heráldico-emblemática: el escudo de Casa Ortiz en Tardienta

Andrés Ortiz-Osés
Maxi Ortiz Bosque

Comprender es comprenderse
(H.G.Gadamer).


La Cátedra de Emblemática de la Institución Fernando el Católico de Zaragoza, por mediación de Alberto Montaner, me invita a escribir y conferenciar sobre algún Símbolo, así que elijo el escudo de mi Casa Ortiz en Tardienta (Monegros, Huesca). No soy experto en Heráldica y ni siquiera en Emblemática, sino en Hermenéutica simbólica, la cual se define como la interpretación del sentido antropológico de lo real en un contexto lingüístico o relacional. La divisa de la Hermenéutica simbólica es que las cosas no significan meramente algo en-sí (significado), sino que significan algo para alguien -el hombre- : un sentido de significación no meramente entitativa sino simbólica o axiológica (valorativa).

Ha sido la complicidad con Alberto Montaner Frutos la que ha dado sus frutos, consiguiendo este mi arrimo a la Heráldica y la Emblemática , siquiera desde mi propia posición de hermeneuta. Su abuelo el catedrático Eugenio Frutos me recibió en la Facultad de Filosofía de la Universidad zaragozana como joven profesor invitado, y ahora es su nieto quien me recibe como provecto jubilado invitado. Gracias, mas pido excusas por mi aceptación aventurada aunque condicionada.

Condicionada a un acercamiento estrictamente hermenéutico a la Heráldica y la Emblemática, hermenéutica que puede resultar interesante no solo por realizarse seguramente por vez primera, sino porque puede ampliar el horizonte simbólico del sentido, el cual siempre es antropológico y humano, incluso antropomórfico, más acá y más allá de los estrictos planteamientos tradicionales de signo formulista o formalista. El caso es que interpretar el blasón en cuestión es interpretar un paisaje de vida en particular abierto a lo universal, así como un código codificado simbólica o emblemáticamente. En tal aventura cultural me ha acompañado la profesora Maxi Ortiz Bosque como coautora, ya que sin sus aportes no hubiera sido posible este escrito.

El interés del apellido Ortiz crece hoy por la figura de nuestra reina Letizia Ortiz. Pero obtiene también un interés local si se tiene en cuenta que bajo la protección de Casa Ortiz y su pequeño blasón nació Martina Ortiz, la madre del buen pintor aragonés Francisco Pradilla Ortiz, natural de la cercana villa de Villanueva de Gállego. El propio escudo está sito en la calle dedicada a Miguel Ortiz Alcubierre, el ilustre tío canónigo compostelano que fuera Canciller-Secretario de las diócesis de Huesca, Vitoria y Santiago sucesivamente; el mismo que le leyó un discurso crítico al Presidente General Primo de Rivera, impulsor del gran Canal de Tardienta, invitado a la villa por Mariano Gavín, fundador de la gran Harinera, edificada junto a la importante estación del ferrocarril. Pero el mayor interés cultural de Tardienta está en la compresencia de Francisco de Goya en su territorio para pintar alguno de sus cuadros oscuros, como el titulado “Fundición de balas a la luz de la luna en la sierra de Tardienta”.

Por lo demás, cumplo con esta disquisición una cierta obligación personal y social, al tratar de descifrar o descodificar en la vejez el pequeño código familiar cifrado, el cual siempre me intrigó desde la adolescencia, y cuyo enigma me espoleó para adentrarme y adiestrarme en la teoría y práctica de la interpretación, hasta llegar a editar el internacional Diccionario de Hermenéutica, encabezado por H.G.Gadamer y editado por mi Universidad de Deusto en Bilbao. A esta obra conocida hay que sumar al respecto la publicación de nuestro colectivo Diccionario de la existencia, propiciada por la editorial Anthropos de Barcelona y México. Como afirmaba irónicamente Freud del propio psicoanálisis, quizás también la hermenéutica es como una benévola “plaga” en el contexto interpretativo de los símbolos heráldicos y emblemáticos, plagado él mismo de trampas, aunque también de finos análisis.
Por ello pienso realizar mi aproximación hermenéutica al símbolo en cuestión de acuerdo a un itinerario objetivo y subjetivo, hipotético y tentativo:

-en primer lugar, ofrezco una idea cercana de la Hermenéutica que sirva como falsilla de toda interpretación simbólica de lo real, incluyendo la propia;
-en segundo lugar, realizamos una somera descripción fenomenológica del viejo blasón familiar, tratando de auscultar el logos significante de los fenómenos esculpidos;
-en tercer lugar, practicamos la interpretación hermenéutica del escudo desde una perspectiva simbólica, tratando de sonsacar el sentido antropológico subyacente al símbolo;
-finalmente, sintetizamos en la conclusión nuestra re-visión del sentido o significación antropológica de dicho objeto simbólico, cerrando el texto con una bibliografía elemental.

Pero antes de comenzar nuestra exposición queremos dejar aquí una pincelada sobre la protohistoria de Aragón en el contexto de la vieja Iberia, con el fin de contextualizar y situar elementalmente nuestra incursión interpretativa. El historiador José Luis Corral ha ubicado los antiguos pueblos de Aragón en el siguiente esquematismo: en el ámbito noroccidental de Huesca se asentaron tribus precélticas que, como los jacetanos, tienen origen o afinidad vascona. En el centro de Aragón, alrededor de Zaragoza y en el Bajo Aragón, se asentaron los iberos de cultura mediterránea. Finalmente los celtíberos se ubicaron en los campos de Teruel, así como en las serranías de Tarazona y Albarracín. La romanización reúne culturalmente a todos, hasta la llegada de los visigodos cristianizados. La posterior invasión de los musulmanes marca una época dorada en el siglo XI, por la agricultura y el comercio, así como la posterior Reconquista cristiana que culmina con los Reyes Católicos marca otra época dorada en el siglo XV y XVI, por el desarrollo artístico y cultural, aunque incluya la polémica expulsión de moros y judíos.

El escudo de Aragón refleja heráldica y emblemáticamente esta encrucijada arábigo-cristiana, albergando simbólicamente cuatro cabezas de moros con la cruz de san Jorge. La propia bandera aragonesa y catalana, con el amarillo y el rojo que perduran en la enseña española, reflejarían los antiguos colores de la Santa Sede, bajo cuya autoridad coloca el rey Sancho Ramírez a su reino de Aragón en 1068. Este vasallaje con la Santa Sede no se quiebra hasta 1837, en tiempos de la Desamortización, en los que la Iglesia pero también los Ayuntamientos pierden sus tierras feudales, y quedan abolidos los señoríos medievales.

Tras esta pincelada histórica que encuadra nuestra reflexión, pasemos ahora a exponer los principios de nuestra hermenéutica simbólica, con el fin de preparar su aplicación posterior a nuestro escudo de armas.

1.HERMENÉUTICA SIMBÓLICA

La Hermenéutica contemporánea es una filosofía de la interpretación refundada por H.G.Gadamer, perteneciente a la Escuela de Heidegger, en su obra magna “Verdad y método” (1960). Esta obra sirve de pauta a la teoría y práctica de la comprensión humana de lo real, una comprensión redefinida como interpretación cuasi lingüística o relacional de lo real. En efecto, la realidad es considerada como una articulación de elementos en relación, de modo que cada cosa es como una palabra que forma parte de un lenguaje común, el interlenguaje humano. La realidad es aquí como un texto que se apalabra en un contexto dialógico. Podemos hablar entonces del lenguaje de las cosas como una relación de elementos que configuran un relato o narración, una especie de “relaciocinio” que es narrado o relatado, interpretado, por el raciocinio simbólico del hombre.

Así que en la Hermenéutica comprender algo es interpretarlo relacionalmente, interpretación que realiza el hombre como un diálogo entre la realidad de las cosas y la realidad del hombre, entre el lenguaje de las cosas y el logos humano, entre lo real y lo simbólico. Pues la realidad no solo significa algo, sino que también simboliza algo para alguien; ello se potencia al máximo cuando es una realidad o realización humana la que habla al hombre, como es el caso de un escudo o blasón. Las cosas hablan al hombre implícitamente, pero el hombre las hace hablar explícitamente de un modo simbólico y axiológico, valorativo e imaginal, pasando así del mero significado cósico o entitativo al sentido humano, encarnado o incardinado en el hombre. En esta operación el lenguaje comparece como la expresión humana de la impresión de realidad, o sea, como el médium o mediación entre lo real y lo ideal, el objeto y el sujeto, la cosa y su significación, tal y como destaca nuestro colega Luis Garagalza.

Desde esta perspectiva, H.G. Gadamer entiende la metodología hermenéutica como un diálogo entre objetividad y subjetividad, diálogo mediado por el lenguaje humano, el cual se define así como objetivo-subjetivo. El propio autor propugna una fusión de horizontes entre lo interpretado y el intérprete, lo dado en-sí y lo puesto o añadido por nosotros, la realidad natural y su recreación cultural. Frente al objetivismo clásico o tradicional de signo escolástico, la Hermenéutica afirma los derechos de la subjetividad, una afirmación moderna que comparte moderadamente con Descartes,Kant y Hegel, Kierkegaard y Dilthey, Husserl y Scheler. Como afirma la Filosofía perenne, lo recibido se recibe según el recipiente o receptor: en donde la objetividad consiste en darse cuenta de la subjetividad.

De aquí que la Hermenéutica conciba la comprensión como la comprensión del otro y de sí mismo, en diálogo dialéctico, correlativo y coimplicativo. En este sentido F.Schleiermacher acuñó la divisa hermenéutica de entender a un autor mejor de lo que se entendió a sí mismo; digamos que al menos de un modo renovado y actualizado y, en consecuencia, recreadoramente. Una tal Hermenéutica no es por tanto meramente reproductiva, sino productiva y re-creativa. Yo diría que la interpretación del sentido no es la comprensión de algo estático o reificado, sino la recreación de lo dado a través del simbolismo y su imaginario, el cual añade a lo dado naturalmente lo puesto culturalmente por el hombre. Por ello toda hermenéutica es una hermenéutica abierta, por cuanto abre y no cierra la significación a través de la amplificación del sentido, como postulaba C.G.Jung desde la psicología simbólica o arquetipal.

Nuestra Hermenéutica es por lo tanto una explícita hermenéutica simbólica del sentido, el cual se define no como mero significado sino como significación humana, no como mero objeto sino como objeto simbólico para el humano intérprete. La Escuela de Jung (el Círculo Eranos) con G.Durand a la cabeza ha contribuido decisivamente a esta versión de nuestra Hermenéutica simbólica, la cual es el fruto del cruce entre la Filosofía hermenéutica de la Escuela de Heidegger (Gadamer y Ricoeur) con la Psicología simbólica de la Escuela de Jung (Durand y Eliade).

En la antropología simbólica de G. Durand se distinguen fundamentalmente dos grandes campos semánticos, representados por la contraposición entre las categorías ascensionales de carácter heroico y uránico (celeste) y las categorías descensionales de carácter antiheroico o regresivo, telúricas o terráceas. Ambas categorías se reúnen dialécticamente en la simbólica de la mediación y la coimplicación, representadas por el símbolo mediador del Andrógino que reúne el ánimus masculino y el ánima femenina, así como por el Hermafrodita, que reúne a Hermes y Afrodita (logos y eros en unidad).

Esta tripartición durandiana se corresponde con la tripartición de nuestra propia Hermenéutica simbólica, la cual distingue por una parte la simbólica matriarcal, naturalista y comunalista, y por otra la simbólica patriarcal, abstraccionista e individualista. Las categorías matriarcal y patriarcal encuentran su mediación en las categorías mediales de la fratría y la fraternidad, así como en la persona y el personalismo, tal y como comparece simbólicamente tanto en la figura pagana de Hermes como en la cristiana del Cristo. Ambos arquetipos son los modelos antropológicos mediadores del sentido simbólico, el uno con el Caduceo integrador de los contrarios (tierra y aire), así como el otro con la Cruz integradora de los opuestos (cielo y tierra).

Según lo dicho, podríamos sintetizar la filosofía hermenéutica de Gadamer en el siguiente lema: la realidad que comprendemos e interpretamos tiene estructura lingüística. Por su parte, la antropología simbólica de G. Durand da un paso más y presenta como lema: la realidad que comprendemos e interpretamos tiene estructura lingüístico-simbólica. Finalmente nuestra Hermenéutica simbólica ofrece un matiz significativo o significacional que enunciamos así: la realidad que comprendemos e interpretamos alberga una urdimbre de sentido. Se trata sin duda del sentido simbólico, ya que el hombre inter-preta la cosa como asunto, el significado como significación y la letra como significante o significativa. Ahora bien, yo diría que tanto la Hermenéutica en general, como nuestra hermenéutica en particular, coinciden en concebir el ser como ser en el mundo, el mundo como mundo de la vida y la vida como texto existencial en un contexto humano. Y es que el texto existencial de la vida requiere la testa humana, como decía nuestro Baltasar Gracián, precisamente para su comprensión y dicción; lo cual proyecta al respecto un Humanismo radical.

Alguien se preguntará por-qué el mencionado dios Hermes es el patrón de la Hermenéutica, y la respuesta es clara: porque es el dios del lenguaje , el mediador de la objetividad y de la subjetividad, de la inmanecia real y de la trascendencia simbólica, del diálogo de los contrarios. En su famoso Caduceo se muestra bien la coimplicación de los contrarios reunidos, la serpiente terrestre o telúrica y las alas celestes o uránicas; por eso es el numen de la intermediación o inter-pretación. El lenguaje hermenéutico de Hermes es un lenguaje dialógico, ya que media entre los dioses y los hombres, la vida y la muerte, este mundo y la ultratumba.

En consecuencia, el lenguaje de la Hermenéutica no es un lenguaje formal o formalizado, sino el lenguaje interhumano e intersubjetivo, interlenguaje ordinario situado entre el protolenguaje materno(natural) y el metalenguaje paterno (formal o artificial); podemos hablar del lenguaje fraterno del sentido común elevado a sentido común dia-crítico. El cual reúne y diferencia los contrarios intersubjetivamente, y ello dice democráticamente, distinguiendo lo positivo a realizar y el negativo a positivizar, el bien y el mal. De este modo, el lenguaje hermenéutico es el lenguaje de la experiencia y de la convivencia, el lenguaje del sentido coexistencial del hombre en el mundo.

2.ESCUDO: DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA

El pequeño escudo de Casa Ortiz en Tardienta es rural y sencillo, tosco y deteriorado, pero resulta intrigante en medio de aquel paisaje seco y de su paisanaje recio. Nuestros antepasados se elevaron por encima del barro primigenio hasta tallar su blasón en piedra labrada, a modo de roturación del sentido. Sin embargo, desconocemos la fecha o época exacta de su realización, incluso desconocemos si el escudo pertenece al mismo apellido Ortiz. La propia inscripción o lema está incompleta, y solo queda la parte central. No tenemos explicaciones precisas, y las que había se perdieron en nuestra última guerra (in)civil, en la que Tardienta era la avanzada roja o republicana frente a la avanzada azul o nacional de Almudévar, famosa por ser la cuna del antihéroe legendario del siglo XVI o XVII Pedro Saputo, novelado por Braulio Foz.

Tardienta fue aldea de Almudévar hasta el siglo XVIII, de modo que la historia de esta es la historia de aquella. Pues bien, el pasado de Almudévar es ibero y romano, con el nombre de Burtina en medio de la “Vía-Lata” romana (convertida fantásticamente en el campo de la “Vio-lada”); pero también comparece la presencia vascona y posteriormente la visigoda. Fue emplazamiento musulmán hasta su reconquista en el siglo XII y su repoblación. Según Adolfo Castillo Genzor, aquí estarían las raíces de la hidalguía o infanzonía de ciertas familias, con sus fueros, privilegios y franquicias, en la Reconquista cristiana de territorios y poblaciones musulmanas. En una tradición familiar difusa, se habla de cierta recompensa por haber ofrecido comida a unas huestes, mientras que en otra se habla incluso de alguna incursión belicosa que sin embargo llega con tardanza, quizás conectando legendariamente esta “tardanza” con Tardienta, aunque parece que este sea un nombre pre-romano, el cual me evoca más bien la “tarde-ardiente” de mi mocedad bajo el ardor del sol de los Monegros: el mismo sol que “viola” ardientemente esa tierra y la ennegrece.

Entre Tardienta y Almudévar se yergue la Ermita de santa Quiteria en las estribaciones de la sierra de Alcubierre, ámbito de combates sangrientos en nuestra guerra (in)civil entre los hunos y los hotros, como los llamó críticamente Unamuno. Francisco de Goya situó alguna de sus pinturas oscuras en dicho promontorio, tituladas “Fabricación de pólvora y balas en la sierra de Tardienta”, sin duda armamento para la defensa de Zaragoza frente a la invasión francesa napoleónica.
Mas accedamos ya al escudo de nuestras pesquisas. Hay una historia del escudo de Casa Ortiz, encargada por mi hermano a Santiago Broto Aparicio, en la que resume bien el blasón en cuestión: “Escudo cuartelado. En el primer cuartel, en campo de oro, castillo de oro o de su color; en el segundo y tercero cuarteles, en campo de gules (rojo), un lobo de plata; y en el cuarto cuartel, en campo de oro, una liza o rastrillo de sable.” Este último es el símbolo más controvertido, ya que podría traducirse como una valla (de una empalizada), o bien de una puerta de sable (negro) del torreón o castillo. Incluso podría significar, según otros, un zurrón de peregrino; remitimos para todo este trasfondo heráldico-emblemático a la reflexión realizada por Alberto Montaner en otro lugar.

Por mi parte, no soy heráldico ni siquiera emblemático, y lo aprendido al respecto es tan humilde como el escudo que vamos a comentar. Me atendré en consecuencia a lo que sé, la hermenéutica simbólica, y trataremos de ofrecer una escueta fenomenología de las figuras objeto de nuestra interpretación, para proceder después a su entente simbólica, tanto en cuanto sea posible.
Así que nos confrontamos interpretativamente a una obra escultórica realizada por el hombre para expresar una identidad simbólica de carácter personal y familiar. Esta obra circunspecta que sobresale levemente en la fachada renovada de dicha Casa tardientana expone unos signos heráldicos y emblemáticos, que la hermenéutica interpreta desde ya como símbolos humanos. Quedó dicho que el símbolo es el signo propiamente humano y, por tanto, cargado de humana significación o sentido. El mero signo es cósico o entitativo, material y literal, arbitrario, mientras que el símbolo es antropológico y axiológico, anímico o espiritual, encarnado o humanado. En la visión hermenéutica el hombre reconduce el mero signo de algo en signo para alguien y, por lo tanto, en signo simbólico.
Pero el signo simbólico revierte en símbolo pleno cuando el objeto de estudio es un sujeto, o sea, cuando la cosa es un asunto humano, el significante una significación y el significado un sentido. Tal es el caso del escudo en cuestión, el cual representa signos simbólicos de sentido antropológico. Aquí la descripción fenomenológica no es de meras cosas sino de casos o fenómenos significativos, no de meros objetos sino de objetivos, no de meros significados sino de significados significantes humanamente. Los hechos que aquí se describen son hechuras del hombre, por eso en nuestra hermenéutica del blasón este funge como objeto-sujeto, mientras que nosotros funcionamos como sujetos-objetos de interpretación. En efecto, el intérprete debe asumir el efecto de lo interpretado y su afecto o afección, lo cual es doblemente válido en el caso de mi coapertenencia a la Casa del blasón.

Pero comencemos la descripción hermenéutica realizando una sucinta fenomenología del escudo. La fenomenología enseñó a la hermenéutica a estudiar la relación que se agazapa en todo fenómeno natural, así como el logos que se esconde en todo fenómeno cultural, con el fin de obviar una narración o relato de dicha relación de fondo. Tras un fenómeno natural hay un significado, y tras un fenómeno cultural hay una significación, así como tras lo sentido hay un (in)cierto sentido, un sentido que emerge a través de su interpretación simbólica.

Comencemos pues por el principio, teniendo presente que las cosas u objetos que vemos en el escudo de armas son sujetos o asuntos humanos, así pues fenómenos de signo antropológico/antropomórfico. Tal es el caso del Yelmo, casco o celada que preside nuestro escudo, el cual hace referencia al Caballero y su caballerosidad, a la dignidad propia del hidalgo o hijo-de-algo, al dignatario noble o infanzón. Curiosamente la cabeza del escudo es una cabeza vacía, un yelmo hueco y un casco vaciado, que contrasta abajo con la cabeza rellena de un Angeloide de rostro típicamente mofletudo o feminoide.

Cabeza vacía arriba y cabeza rellena abajo, casco sin rostro y rostro sin casco, caballero masculino y cara angélica feminoide. Esta primera oposición vertical se complementa estructuralmente con las oposiciones tanto verticales como horizontales del cuerpo central del escudo, cuartelado en cruz, dividido en cuatro cuarteles o cuadrantes. En el cuartel superior a nuestra izquierda aparece una Torre de castillo, viejo símbolo de poderío, defensa y protección, que contrasta con los dos animales contiguos, tanto arriba a nuestra derecha como debajo del torreón a nuestra izquierda. Los animales serían cánidos, probablemente lobos o quizás raposos, es decir, zorros, símbolos ambivalentes de (des)protección. Mientras que el lobo se caracteriza por su fuerza ambivalente (positiva en su potencia y negativa en todo corral de ganado), el zorro se caracteriza por su maña también ambivalente (positiva en su destreza y negativa en todo corral de gallinas).

Lo más intrigante del escudo de armas, como ya insinuamos, es el Artefacto situado a nuestra derecha en el cuadrante inferior. Parecen dos espadas enlazadas doblemente, que formarían una verja de fortaleza, con una significación asociada al torreón del castillo, o bien una valla para una empalizada (bélica o pacífica), aunque también pudiera representar el zurrón del peregrino. En este supuesto sería el zurrón campestre del hombre que peregrina, a través de la Ermita de santa Quiteria, hasta la Caseta familiar que aún subsiste en la sierra con el típico nombre de “paridera”, junto a una vieja balsa o balseta que recogía la exigua lluvia de los cielos. Sería un peregrino laico y un peregrinaje profano, en orden a permanecer un tiempo fuera, en la serranía, por motivos de agricultura o ganadería; pues tales eran los motivos materiales y las motivaciones económicas fundamentales de nuestros antepasados.

El escudo encuadra estos motivos simbólicos acuartelándolos en cruz, que es una forma de implicarlos y coimplicarlos en una unidad articulada co-relacionalmente. Alrededor del blasón aparecen una serie de adornos geométricos o abstractos, así como ramas y hojas vegetales que sirven de fondo y esplendor. De esta guisa, el escudo coimplica también los cinco reinos fundamentales: el reino mineral en el soporte de la piedra, el enramado vegetal, los animales, el hombre con su torreón y su artefacto o instrumento y, finalmente, el angeloide celeste. Pero penetremos ahora en los entresijos o urdimbre simbólica de la estructura heráldica y emblemática. A tal fin me atendré a una re-visión sincrónica o relacional, interpretando su realidad o realización como un conjunto simbólico de elementos en correlación, atendiendo al diálogo implicado entre las figuras y su configuración. Se trata pues de descodificar el código en cuestión antropológicamente.

3 (INTERPRETACIÓN SIMBÓLICA)

Si tuviera que dar la clave hermenéutica o interpretativa del escudo en cuestión la resumiría así: contraste entre el casco y el ángel, la torre y el animal, el artefacto y el otro animal. Me vienen a la mente las oposiciones estructurales que la antropología de C.Lévi-Strauss observa en toda realidad y realización humana, atravesada por un código binario, dualista o dicotómico de contrarios, contrastes y oposiciones. Pero a diferencia del estructuralismo, la hermenéutica no solo ha divisado los pares de oposición y las dicotomías, sino también su coimplicación, diálogo o mediación simbólica. Esta mediación simbólica de los opuestos está representada en nuestro escudo por la compartición en cruz de los contrarios, los cuales quedan así reunidos en una encrucijada o amalgama de sentido sintético.

En el caso del casco y del ángel, del caballero en hueco y del angeloide relleno, la línea vertical reúne el principio y el final, la tierra y el cielo, la inmanencia y la trascendencia, la lucha caballeresca y la paz celeste, la vida y la muerte o trasvida. Por su parte, en el caso de la torre humana y de los animales salvajes su reunión dialéctica o dualéctica es tanto horizontal como vertical. Otro tanto ocurre con la dualidad o dualitud entre el artefacto o instrumento humano y los animales no humanos. Finalmente, la propia piedra y el vegetal se conjugan o articulan amistosamente.
Podemos ver en este correlacionismo contrastante la conjugación cuasi lingüística de los contrarios. Por una parte lo humano (el castillo, el artefacto) se conjuga con lo infrahumano (los animales); por otra parte, lo humano (el casco del caballero) se conjuga con lo suprahumano (el ángel, lo celeste). En el trasfondo de la visión del escudo puede observarse asimismo el diálogo mudo entre la piedra y la yedra (las hojas, el laurel). La interpretación estructuralista nos confronta aquí a la oposición y separación entre naturaleza (mineral) y cultivo (vegetal), entre naturaleza (animal) y cultura (humana), entre naturaleza (humana) y sobrenaturaleza (suprahumana). Sin embargo, como ya adujimos, la clave hermenéutica está en la mediación o reunión cuasi lingüística de materia y vida, de naturaleza y cultura, de cultura y sobrenaturaleza, en una síntesis propia del sentido simbólico: el cual apunta al hombre como el microcosmos y la encrucijada de los opuestos.

Esta interpretación simbólica de las figuras queda corroborada en la interpretación simbólica de los colores propios del escudo o blasón complementariamente. El torreón en campo de oro simboliza la potencia explícita, mientras que la presunta valla o rastrillo de sable (negro) simboliza la potencia implícita también en campo de oro. Por su parte, los lobos pasantes representarían la fuerza implicada en campo de gules (rojo o rojizo). De acuerdo con ello, resultaría la siguiente ecuación correspondiente: la potencia (humana) es a la fuerza (animal) como la fuerza (animal) es a la potencia (humana). En donde la clave está en la coimplicación entre potencia humana o cultural y fuerza animal o natural.

Podríamos amplificar las correlaciones proyectando un cuadro de oposiciones complementarias entre el torreón y la valla o puerta en campo de oro (solar o ígneo) por un lado, y los dos lobos de plata (lunar o acuática) en campo de gules (rojizo). El hombre se compone aquí con la naturaleza (animal), y la naturaleza (animal) se recompone con el hombre. Se contrapone así el oro a la plata, lo solar a lo lunar, el campo áureo (dorado) al campo rojizo (marcial), el artificio humano (cultural) a lo meramente dado (elemental), el fuego y su cocción al agua natural, el día a la noche. Una contraposición que en la dia-lógica correlacional del propio escudo acaba en composición o coimplicación.

La otra clave hermenéutico-simbólica estaría en la leyenda, moto o mote del escudo, en su lema o tema superior. Pero es una leyenda enigmática por cuanto incompleta: faltan las primeras letras y las últimas. Lo que queda en el centro resulta fragmentario e ininteligible, lo cual confirma que no hay centro o medio sin concentración o mediación de los extremos. De todas formas, lo que parece poder leerse es lo siguiente: “---LVOLEA---“. La interpretación que hice en un momento de inspiración reza así: “vel voleat Deus (como Dios quiera)”, pero en este momento de espiración se me antoja una interpretación pía o piadosa, deudora de mi iniciación litúrgica y sacramental, religiosa, en el pequeño Oratorio familiar en nuestra niñez.

Sin embargo, la inscripción heráldica bien podría hacer valer el apellido Bolea o Volea. Y, en efecto, así lo piensa José A. Viñuales, afirmando que el escudo pertenecería a la familia Bolea y, al feminizarse el apellido, cambia el anterior linaje Bolea por el de Ortiz tras un probable casamiento; tanto los Bolea como los Ortiz serían infanzones pertenecientes al siglo XV o XVI. También cabe pensar que el escudo refleja dicho emparejamiento o matrimonio en sus símbolos respectivos asociados; y curiosamente existe la datación del matrimonio entre Antón Ortiz y Joana Bolea en 1609.

Por lo que hace al apellido Ortiz, que es el apellido tradicional vigente que alberga dicho escudo de armas, puede provenir del latín fortunius (fortuna), fortis (fuerte), hortus (huerto), así como del greco-latino ortix (codorniz). Pues bien, dado el rostro de cordorniz de nuestra reina Letizia Ortiz, antes de rasurar su barbilla y nariz, uno se apuntaría a esta última etimología, también en honor de nuestras correrías cinegéticas o cazadoras por la sierra de Tardienta en la adolescencia. Pero hay otras proveniencias posibles del apellido Ortiz, una mozárabe, otra judía (ortz en hebreo significaría luz en tierra) y otra sánscrita (significando: el de fuera). Por mi parte, me atrae según lo dicho la etimología de la codorniz, ya que me he sentido como tal viviendo casi 40 años en el País Vasco revoloteando bajo su “firmamento tormentoso”, que es lo que significa mi apellido materno según me notificó el lingüista Koldo Mitxelena (Osés provendría de Ortzaize-Ortzi). Quizás le convenga también el zurrón del peregrino a mi condición de hombre en tránsito (homo viator), fuera de mi tierra hasta el presente retorno final.

Lo dicho hasta aquí del viejo escudo pone en crítica todo purismo y puritanismo, puesto que al parecer nos las habemos con el entrelazamiento de Bolea y Ortiz, Ortiz y Bolea. Por lo demás, el viejo torreón del castillo se convirtió en fortaleza industrial de abonos fertilizantes, mientras que la presunta puerta o zurrón revirtió en tienda de comestibles. Actualmente el propio apellido Ortiz está en suspenso o suspensión, sin descendencia directa, mientras en la Casa algo vacía o vaciada todavía se cosecha un recio vino de Monegros y un fino cava elaborado. Trasladando el viejo escudo a sus actuales titulares cabría realizar una aplicación informal y aún lúdica de carácter psicológico. El símbolo del torreón se aduna bien a la fortaleza y empuje del hermano mayor, así como la verja, valla o portón al pragmatismo del hermano menor. Nuestra hermana podría estar bien representada por un cánido lobezno, una lobezna símbolo de fuerza (carácter), mientras que yo mismo me identificaría más con un cánido raposo o zorro, emblema de cierta maña (cultural). El yelmo dejado vacío por los Bolea y los Ortiz prosigue vacante, ya que el último vástago de estos no tiene descendencia, mientras que su hermana podría identificarse con el angeloide feminoide. Pero tras este paréntesis informal e idiosincrásico, atendamos al sentido propiamente cultural del blasón.

5 (EL SENTIDO SIMBÓLICO)

Resulta difícil elucidar el sentido simbólico de semejante escudo en semejante situación a la intemperie. Pero quizás sea esta precisamente la clave de su código: el contraste entre la intemperie y la temperie, el afuera animalesco y el adentro humano, el exterior salvaje y el interior civilizado o cultivado. Sería un contraste atemperado, ya que no resulta abrupto o absoluto, aunque tampoco sublimado o idealizado. El medio media, y la tosquedad material media aquí una cierta tosquedad cultural: en cuyo contexto el hombre parece buscar cierta armonía en dicha disarmonía, cierto equilibrio entre la naturaleza desvencijada y su cultivo.

Una lectura horizontal y vertical del cuerpo central del blasón nos da su ecuación simbólica: la cultura es a la naturaleza como la naturaleza es a la cultura. Por su parte, la dialéctica o dualéctica del arriba y del abajo en el mismo escudo nos ofrece un diálogo levemente sublimado entre el casco del caballero y la cara angeloide. En el dialogo de los colores volvemos a encontrar el contraste entre lo solar y lo lunar, el oro y la plata, lo dorado y el desdoro (lo desdorado).
El diálogo establecido entre los opuestos –naturaleza y cultura, cultura y naturaleza- reflejaría un hábitat duro y rudo, un modo de vida rural y rústico, una forma de vivir entre lo crudo y lo cocido (para decirlo lévi-straussianamente). En donde lo crudo natural es duro de cocer, mientras que lo cocido cultural o humano es duro de roer. Los recuerdos infantiles en diálogo con la abuela, así como con el vecindario tardientano, corroboran lo que venimos diciendo sobre la naturaleza simbolizada por los animales y la cultura simbolizada por el torreón y el artefacto. Aún rememoro al respecto la impresión que nos hizo la visita de un vecino de Torralba a nuestra casona familiar, con su raposa domesticada pero de espesa larga cola o rabo (de aquí provendría el nombre de rabosa/raposa). Sin embargo, quizá el escudo remite a otros tiempos más dorados, un dorado solar contrapunteado por la plata lunar y el negro terrestre, por la piedra y el tiempo. La antigua Iglesia de Tardienta, destruida durante la guerra civil, data de esa época dorada, era de estilo gótico-mudéjar y albergaba tesoros artísticos como el Retablo de santa Ana de Pedro de Zuera, actualmente en el Museo Diocesano de Huesca. Es la época dorada en la que se edifican la Colegiata de Bolea y la Seo de Zaragoza. Curiosamente estas tierras no fueron antaño secas y áridas, sino bosque: la región de los Monegros era antaño denominada de los Montes-Negros, por el verdor oscuro de su boscaje.

En cuanto al escudo con su simbólica del contraste cabría enmarcarlo en el ámbito del arte contrastrante típicamente aragonés, tal y como aparece en el arte mudéjar como contraste entre la sobriedad exterior y la filigrana interior, entre la tosquedad del ladrillo y su refinado ornamental con cerámica vidriada o azulejos esmaltados. En mi libro “Actitudes ante la vida”, he escrito una breve teoría del contraste aragonés, partiendo de la definición de este por J.Gil-Albert como “bronco y cordial”, que yo matizo como bronco por fuera y cordial por dentro. Mi propia filosofía antropológica se entiende como “coimplicacionismo simbólico” de los contrarios, basado en la concitada dialéctica o dualéctica de los opuestos compuestos, es decir, mediados en su composición, relación o reunión. En este contexto hermenéutico se inscribe nuestra concepción del sentido como “sutura simbólica de la fisura real”, así pues como remediación cultural de la realidad natural. Pero hay una diferencia significativa. En la hermenéutica la cultura trasfigura, sublima o trasciende la naturaleza, mientras que en el escudo en cuestión la cultura o lo cultural (humano) asume la naturaleza, pero a su vez la naturaleza reasume a la cultura. Esto es lo que dice la ecuación del escudo: que la cultura es a la naturaleza como la naturaleza a la cultura. Lo cual quiere decir que la hermenéutica es más cultural (culturalista), mientras que el escudo se muestra más natural (naturalista). Por eso en esta ocasión me he acercado al naturalismo lévi-straussiano y a su antropología estructural.

Quisiera añadir, para ir finalizando, lo que ha significado el escudo comentado para mi propia hermenéutica personal. Por una parte, representa el símbolo familiar de identidad paterna, así como de disidencia materna, ya que me embarco media vida en el País Vasco, mi tierra materna. Por otra parte, representa la terca o tozuda presencia de una ausencia, ya que sufro la prematura orfandad del padre. El escudo es la presencia de una ausencia (paterna), la cual se compadece con mi orfandad en cuanto ausencia de una presencia (paterna). Por eso dicho blasón me aparece como un diálogo radical de presencia y ausencia, de ausencia y presencia. Ello es así no solo por lo dicho biográficamente, sino porque presenta y ofrece un sentido que a su vez retira o ausenta, tal y como se comprueba en el episodio capital de su lema, motto o escritura rota.

Algo parecido podríamos decir del extraño Artefacto o instrumento mentado, con sus dos espadas enlazados por doble vínculo, una especie de oscura simbólica premonitoria de mi posterior dialéctica o dualéctica coimplicadora de los opuestos: dos líneas verticales enlazadas por dos líneas horizontales, y viceversa. El gran símbolo aragonés (y universal) de san Jorge y el Dragón evoca esta lucha heraclítea entre los opuestos, héroe y monstruo, arriba y abajo, derecha e izquierda, mediados por su mutuo contacto a través de la lanza. La cual funciona a modo de lanzadera simbólica, ya que coimplica los opuestos en un escenario emblemático: vida y muerte, luz y tinieblas, positividad y negatividad, bien y mal.

Así como el sentido del lema del blasón está atravesado por el sinsentido de su rotura, así la existencia está atravesada por la dexistencia. La espada derecha está unida a su correspondiente izquierda: la espada que salva es también la espada que mata. De ahí el mutuo enlace paradójico entre la espada real y maléfica del torero o matador y la espada simbólica o festiva del danzador o danzante. Para finalizar, señalar sucintamente que el escudo de armas es un escudo dextrado, como mandan los cánones del derecho y la derecha, o sea, mirando sus figuras a su derecha (excepto el angeloide que mira de frente en su presente eterno). Pero he aquí que la derecha del blasón resulta ser nuestra izquierda. De nuevo la ambivalencia asumida de los contrarios, es decir, la reunión simbólica de del pasado derechoso del objeto de interpretación y del presente crítico del sujeto o intérprete. Y es que el escudo dextrado ha quedado siniestrado por el paso del tiempo: coimplicativamente.

6 (CONCLUSIÓN: LA ECUACIÓN)

El escudo de armas objeto de nuestra disquisición hermenéutica proyecta una especie de protección simbólica, que el hombre levanta en medio de la naturaleza a modo de fuerte o fortaleza. Es una protección cultural en lucha abierta con la naturaleza, como muestra el blasón en el contraste simbólico entre lo humano y lo animalesco, así como entre lo humano y lo angélico. Es la doble lucha del hombre con el animal y el ángel, buscando encarnadura humana en diálogo dialéctico, el cual se continúa en los colores coimplicados en el blasón dialéctica/dualécticamente: oro y plata, solar y lunar, fuego y agua, día y noche.

Más en concreto, esta lucha polémica del hombre con su entorno material y espiritual, terrestre y celeste, resulta una contienda por su identidad alanceada o lacerada. La identidad humana se gana en diálogo consigo mismo, el otro y lo otro (el mundo), y se gana o consigue relacionalmente, pero también relativamente. Es por tanto una identidad ganada y finalmente perdida inexorablemente. Por ello todo blasón blasona una identidad, pero una identidad diferida y herida, cruzada de diferencias y atravesada de incidencias, como se ha mostrado en nuestro caso. A este respecto, todo escudo es oscuro y todo blasón encierra algún baldón, puesto que toda honra asume deshonras y todo honor deshonor.

La búsqueda de la identidad se topa pues con lo que he llamado en mi filosofía antropológica la Didentidad, esa identidad bastarda por cuanto confusa y difusa, oscura. En la búsqueda de la comprensión radical, el hombre se topa con la incomprensión radicada. El literato E. Vila-Matas se ha referido a ello lúcidamente:

“Pero, ¿de verdad no entender es una condena?

Más bien diría lo contrario, no entender es la puerta que se abre.
El filme de Resnais y Robbe-Grillet “El año pasado en Marienbad” deja
entrever cómo será el sueño que a todos nos espera después de la vida.”
(El País 23-V-2015).

Por su parte, la poetisa norteamericana Louise Glück habla también de la oscuridad de fondo de la humana vida o existencia mortal:

“Me he convertido en una anciana, he acogido con agrado la oscuridad.
Sólo se sabe después de muchos años, solo después de una larga vida,
si uno está preparado para entender la ecuación” (Vita Nova).

Entender la ecuación. La ecuación fruto de nuestras pesquisas sobre el símbolo heráldico-emblemático resulta exigua pero intrigante, y dice así: la cultura es a la naturaleza como la naturaleza es a la cultura. Se trata de una visión revertida de lo real, de una re-visión paradójica del mundo, en la cual lo real se desploma sobre su propia realidad.

Es la ecuación de la vida y de la muerte, simbolizados respectivamente por el oro solar y la plata lunar. Por si alguien todavía no lo ha entendido, la ecuación puede traducirse finalmente así: la vida es a la muerte como la muerte es a la vida: coimplicación, oscura claridad, comprensión de lo incomprensible.

BLIBIOGRAFÍA MÍNIMA:

---Andrés Ortiz-Osés (Diccionario de hermenéutica, así como Diccionario de la existencia)
---Varios (Claves de hermenéutica, así como Claves de la existencia)
---Hans-Georg Gadamer (Verdad y método)
---Gilbert Durand (Las estructuras simbólicas de lo imaginario)
---Mircea Eliade (Imágenes y símbolos)
---C. Lévi-Strauss (Antropología estructural)
---Marvin Harris (Introducción a la antropología general)
---Juan E.Cirlot (Diccionario de símbolos)
---Luis Garagalza (El sentido de la hermenéutica)
---Mauricio Beuchot (Hermenéutica analógica)
---Blanca Solares (Los lenguajes del símbolo)
---Alain Verjat y otros (El retorno de Hermes)
---Alberto Montaner (en Emblemata 16, 2010, pp. 45-79, así como Emblemata 18, 2012, pp.41-70)
---Santiago Sebastián (Emblemática e historia del arte)
---José Luis Corral (Historia contada de Aragón)
---Adolfo Castillo Genzor (La villa de Tardienta, en: Heraldo de Aragón)
---Santiago Broto Aparicio (Los Ortiz: un linaje noble)
---Escudo-Heráldica (véase Wikipedia).
---Glosario heráldico: Libro de Armoria (internet)
---Gonzalo Borrás (El arte mudéjar)
---Andrés Ortiz-Osés (La identidad cultural aragonesa, así como Mitología cultural y Memorias antropológicas).
Volver arriba