El Papa móvil

Con gusto acepto participar en la concelebración del segundo aniversario del Papa Francisco, promovida por José Manuel Vidal en Religión Digital. En esta revista hispana de cultura religiosa encontrábamos refugio simbólico en tiempos inclementes, y ahora en tiempos clementes nos reunimos para apoyar la apertura de Francisco, el Papa móvil y simpatético.

Calculaba el cardenal Martini, jesuita y papable, que nuestra Iglesia llevaba 200 años de retraso respecto a la modernidad ilustrada. Pero el cardenal Bergoglio, jesuita y posterior Papa, debió entender que eran 2000 años o bien añadió por su cuenta un cero a la cifra intencionadamente. Este cálculo papal le ha permitido palpablemente recuperar y relanzar el originario Evangelio cristiano de salvación y redención, frente a toda perdición e irredención.

En efecto, este Papa jesuita y franciscano intenta por una parte recuperar la Ilustración moderna, pero recuperarla a la luz del iluminismo religioso, es decir, de la iluminación evangélica. El resultado está siendo una regeneración humana y cristiana del cuerpo y el tejido eclesial, una reanimación fogosa del alma del mundo y una corriente de aire fresco proveniente del Espíritu amoroso y misericordioso. Su inspiración es netamente jesusiana y proviene de la compasión popular: misereor super turbas (Mateo, 15,32).

Así que han aparecido flores en nuestra tierra, son las florecillas del Papa Francisco, las cuales señalan, como dice el Cántico de los cantos, el tiempo del cómputo situacional y de la poda de viejas adherencias putrefactas: flores apparuerunt in terra nostra, tempus putationis advenit. En este sentido, Francisco personifica una nueva gestualidad simpática y una empatía universal, basada en una rotunda reafirmación cristiana de la Encarnación como humanización.

El lema/tema de este papado es la apertura de la Iglesia, madre y hermana, a los depauperados de este mundo, tal y como lo enuncia el salmo 112: dispersit dedit pauperibus. La apertura a los pobres se realiza ahora en nombre de la justicia social y de la caridad cristiana. Por eso se aboga por una Iglesia pobre, aunque a veces se piense que quizás sería mejor una Iglesia rica en beneficio de la gente pobre.

Sería mejor teóricamente, pero quizás no tan bueno prácticamente. Pues el peligro de la riqueza suntuosa es la pobreza propia o interior y ajena o exterior. No hay que olvidar que este Papa es el valedor del Sur, allí donde el pobre más sufre la riqueza tanto interna como exterior, nacional e internacional, propiciada por un capitalismo desbocado, impersonal y abstracto. En un tal contexto depauperado la Iglesia debe ayudar a sufragar al pobre, curar o sanar al enfermo y salvar o redimir al pecador.

Dime qué Dios adoras y te diré qué añoras, dime qué Dios tienes y te diré a qué te atienes, dime qué Dios prefieres y te diré qué tipo eres. El Dios franciscano es el heterodoxo Dios-amor de Jesús, frente al ortodoxo Dios-temor del Antiguo Testamento. Pero a menudo nuestro fariseísmo clerical nos ha retrotraído del Nuevo al Viejo Testamento, de la gracia a la ley y del Dios-paternal al Dios-patrón o paternalista de carácter patrimonial. Acaso por ello este Papa aparece sintomáticamente como una especie de Papá (abbá), no ya como un Patriarca sino como un Fratriarca.

En el famoso film “El nombre de la rosa”, basado en la conocida novela de Umberto Eco, el Dios del abad benedictino es apocalíptico, y personifica el destino fatal o fatídico, es el Dios justiciero y vengador. Por su parte, el Dios del inquisidor dominico es dictatorial y arbitrario, dogmático y patriarcal, fundamentalista. Solo el Dios franciscano del protagonista Guillermo de Baskerville y su joven ayudante Adso encarna el sentido amoroso o afectivo, capaz de detectar precisamente el desamor y el desafecto, el odio y el rencor que propician la maldad y los crímenes en el monasterio de la película y en nuestra sociedad real. Pues bien, este es el sentido franciscano del Papa Francisco, un sentido amoroso o afectivo, compasivo o misericordioso, en una palabra religioso o religador.

Sin embargo, algunos observadores confirman que nuestro Papa Francisco no era tan abierto y empático antes de serlo, sino más serio y meditabundo. Bueno, por una parte está la gracia del carisma papal y la resolución personal, pero tampoco habría que olvidar en este contexto la penosa situación de la Iglesia antes de su nombramiento como Pontífice. Un pontificado todavía breve pero que ya ha revitalizado la escena eclesial y aún mundial, precisamente tendiendo puentes a través del diálogo y la comunicación, que es la condición existencial de toda comunión.

Como ha sugerido el teólogo J.C. Scannone, la idiosincrasia personal de Francisco obtiene un obvio matiz latino e hispano, argentino. Pero se inmiscuye en la espontaneidad humana de este Papa el designio jesuita, la voluntad efectiva o eficiente y, en su caso, la voluntad benefactora y la benevolencia afectiva, la cual es una voluntad de bondad humana y de bonificación de este mundo realmente maleado. La clave cifrada estaría en que hacer el bien y hacer las cosas bien nos hace bien a nosotros mismos y a los demás.

(Bibliografía mínima) Puede contextualizarse y amplificarse este breve apunte sobre el Papa Francisco consultando nuestro libro “El Dios heterodoxo”, así como “Actitudes ante la vida”. En la red puede verse nuestro Blog Fratría en Religión Digital, así como Tendencias-21 de las religiones (Comillas).
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