La vieja luna de Bilbao

Joseba Zulaika es el antropólogo vasco por antonomasia, profesor de la Universidad de Nevada (USA) y autor de su reciente obra “Vieja luna de Bilbao”, una excelente crónica abigarrada de su generación que es también la mía. Este libro espléndido pasa repaso a la historia viva del País Vasco encarnada en Bilbao, una historia de pasión, muerte y resurrección, de infierno franquista, purgatorio posfranquista y paraíso posmoderno o artificioso en la actualidad.

A continuación realizo una hermenéutica personal de la visión del antropólogo vasco-americano, lo que me permite revisitar el País Vasco en general y Bilbao en particular, recordando los años centrales de mi vida dichosa en la Universidad jesuítica de Deusto. En las páginas de este libro se evocan los Altos Hornos y los bajos fondos, la cultura y la incultura, la alegría y el dolor de vivir.

1 (Pasión y muerte)

El libro que comentamos tiene su punto de partida crítico en Gernika, la villa vasca bombardeada por la aviación fascista y reproducida pictóricamente por Pablo Picasso. Este es el infierno amenazado por las fuerzas del mal, presididas por Hitler, Musolini y Franco. Se trata del infierno franquista, contra cuya victoria cruel promana una reacción agresiva y violenta comandada por Eta y su socialnacionalismo, el cual invierte trágicamente al nacionalsocialismo fascista.

Eta procede del tronco nacionalista o abertzale (PNV), pero enseguida deriva hacia posiciones radicales, mezclando peligrosamente el viejo nacionalismo carlistoide con el nuevo marxismo comunistoide. Esta mezcla explosiva será letal, desembocando en el llamado terrorismo vasco, caracterizado por un heroísmo duro, con algún aspecto edípico. En efecto, el terrorismo es un “terrismo”, por cuanto se identifica con la madre tierra como madre patria, frente al gran Padre (el Estado español) y su patrono (Franco).

Nuestro antropólogo apunta certeramente a la orfandad de aquellos jóvenes violentos, que han vivido la derrota de sus padres republicanos a manos del nacionalismo español. Se da pues una venganza por la derrota paterna, en el nombre de la tierra vasca contra el cielo español, de la vieja luna contra el nuevo sol fascista, de los jóvenes huérfanos de padres contra el patriarcado impuesto y dominante.

2 (Vacío y límite)

El escultor Jorge Oteiza es la figura destacada que representa bien la pasión vasca a nivel cultural. Mientras que el terrorismo es el Minotauro ciego o cegado, fanático, Oteiza es el Minotauro que asume la derrota críticamente, una figura lunar que recoge la tradición cultural de Unamuno, el hombre religioso vasco que parte del infinito –Dios- para arribar al cero o vacío (uts). Este cero oteiziano es el vaciado simbólico y la autocrítica final de una cultura histérica, la desocupación o vaciamiento del espacio conflagrado por un tiempo dislocado, la esfera rota erigida por el escultor frente al Ayuntamiento de Bilbao.

Junto a Oteiza, nuestro antropólogo coloca políticamente la figura de Yoyes, la etarra que abandona las armas por la vida y el amor, siendo asesinada por sus propios correligionarios acusada de traidora y antiheroica. Joseba Zulaika contempla la figura de Yoyes como una Ariadna que salva in extremis al terrorismo vasco de su error, horror y terror, así como de su hiperpolitización.

La hiperpolitización vasca reacciona sin duda desmesuradamente a la prohibición política del franquismo, pero arriba a un callejón sin salida por su absolutismo frente al mundo de la vida en nombre de la muerte: su lema es “patria o muerte”. Pero sintomáticamente el mundo de la vida, lo que yo denomino la “matria”, está personificado por esa mujer y madre.

Yoyes es una mujer matriarcal, que se enfrenta al heroísmo etarra y desafía su poder masculino en nombre de la potencia femenina, hasta caer herida de muerte. En todo hay una grieta, canta L.Cohen, y por ahí entra la luz. La grieta mortal de Yoyes permite trágicamente la entrada de una luz otra, ya no la luz solar de la violencia masculina, sino la luz lunar de la valencia femenina.

3 (Renacimiento)

El gran museo Guggenheim de F. Gehry a la orilla de la ría bilbaína, representa el renacimiento de Bilbao como faro o foco del País Vasco. Según nuestro autor, el Guggenheim es el gran laberinto del minotauro amansado, con Ariadna a su flanco en la figura de Madre arácnida (la Araña Madre de Bourgeois).

El Guggen es un “barco náufrago” tras la catástrofe, un barco que alberga cual útero materno los restos salvados del naufragio, entre los que destaca la vieja serpiente sublimada o trasfigurada de R.Serra, así como sus esculturas tituladas sintomáticamente “Mater-materia del tiempo” (Matter of time).

El Guggen, con su Guggy o perro floreal de Kroons, ha ablandado la dureza del Bilbao ferruginoso, devolviendo el verdor a su entorno y un simbolismo acristalado y traslúcido, ya no titánico sino de titanio mate o plateado (lunar). Joseba Zulaika llama al Guggenheim el milagro de la rosa, ya que lo corona una especie de rosa abierta que surge de las antiguas ruinas industriales.

Incluso le atribuye un carácter maternal que devuelve al País Vasco su trasfondo matricial o matriarcal, sonsacado en la mitología vasca por Barandiarán e interpretado simbólicamente por mí mismo.

Bilbao pasa así de la lucha edípica al modelo posedípico y pacífico, en cuanto ciudad de ocio y servicios. En el entreacto ha caído el pasado fabril y febril de Bilbao. En su lugar vacío emerge ahora un nuevo Bocho, agujero u hoyo de signo maternal. La dura identidad de Bilbao cede a una nueva “didentidad” o identidad diferida y herida, identidad masculina herida femeninamente, identidad viril rajada o abierta culturalmente a un nuevo emplazamiento: el enpazamiento de la paz.

Afirmaba Pessoa que vivir es ser otro, devenir, y Bilbao muestra y demuestra esta acción de otración u otraje, de apertura a su otredad, recuperando así la vieja mitología matrial vasca.

4 (Reconciliación)

Se trata pues de llegar a ser el que eres, pero pasando por lo que no eres para asumirlo dialécticamente. Hoy Bilbao, como símbolo del País Vasco, aparece como una “concordia discors” o concordia discordante, como intento de reconciliación medial aunque no final, como una complección o complexión cultural que ya no aspira al purismo violentamente, ni a la perfección puritana, ni a la verdad dogmática, sino al sentido democrático.

Pero para ello se precisa el perdón, una virtud específicamente cristiana según Blake, así como el recuerdo o memoria de la pasión y muerte, una virtualidad específicamente humana.
La historia de la luna es la historia de la muerte y la resurrección, dice J.Zulaika. Bueno, la muerte es real y la resurrección simbólica, y mientras tanto uno ha visto la muerte pero aún no la resurrección, sino cierta estupefacción por lo ocurrido violentamente. Es el desencanto tras la utopía, la resaca tras la orgía carnavalesca y trágica, el “impasse” que queda tras el paso de la posesión lunática.

Es el momento de hacer reflexión crítica sobre el extremismo, al pasar de la dictadura franquista a la dictadura terrorista, del viejo comunitarismo al nuevo comunismo, del fascismo español a la violencia vasca, de la vieja religiosidad carlista/carquista al radicalismo irreligioso e irreligado, de la vieja música coral a una melopea generalizada de armas tomar.

5 (La melopea vasca)

La melopea vasca es el nacionalismo vasco, un pseudonacionalismo que en lugar de abrir la nación la encierra. Un nacionalismo que mezclado de comunismo es pura dinamita mortífera. De ahí la estridencia de la música vasca violenta, pues melopea significa música de borrachera, canto ebrio, celebración heroica de la muerte bajo un Minotauro desabrido.

A este respecto, Joseba Zulaika aporta una buena dosis de crítica y autocrítica, acudiendo a Lacan para coafirmar la libertad y la ley, acudiendo al lehendakari Aguirre para afirmar la codependencia del problema vasco y español, acudiendo a la literatura para corroborar que un exceso de amor o amor excesivo puede matar y mata. Por eso propugna junto al amor, el humor, incluso en referencia a lo más sagrado, y destaca el humor de O.Terol en el programa “Vaya semanita” de la televisión vasca.

Sin embargo, echo algo en falta y de menos en el libro de Zulaika que comentamos, algo importante, y es la crítica al izquierdismo radical, sea anarquista o marxista, nacionalista o internacionalista. La crítica se centra aquí en la derechona, llámese Hitler, Mussolini o Franco, pero ni una palabra sobre la izquierdona y los horrores de Stalin, Mao y sus secuaces, incluida nuestra breve república española y sus fechorías.
El libro se queja con razón de la dictadura de Franco, la cual es en realidad una dictablanda en comparación con las repúblicas soviéticas o prosoviéticas. Lo que hubiera hecho nuestra república española sovietizada de haber ganado la guerra, lo imaginamos al ver lo que han hecho otras repúblicas soviéticas del este de Europa.

Y bien, se trata de un tic progre propio de nuestra generación y su progresía, pero a estas alturas hay que criticar lúcidamente a los hunos y a los hotros, como por cierto hizo ya Unamuno en su librito póstumo “Del resentimiento trágico de la vida”. Y es que, como escribió Rimbaud, en el límite extremo “toda luna es atroz, y todo sol amargo”, al menos la luna lunática y el sol desolador.

6 (Testigo de encargo)

Quisiera concluir esta revisión de Bilbao y el País Vasco a través de la lectura del libro del amigo Zulaika de un modo personal, no solo por haber pasado la parte central de mi vida, media vida, en Deusto-Bilbao, sino por haber sido concitado amablemente en el libro por el autor a la vera de Oteiza, nuestro común amigo y cofrade.

Quisiera decir que mi proyección del matriarcalismo vasco es una interpretación de la mitología vasca recopilada por J.M.Barandiarán, centrada en el numen Mari que yo concibo como la vieja Diosa vasca (lunar). El matriarcalismo vasco es por lo tanto un matriarcado simbólico, que funciona como trasfondo cultural crítico del patriarcado en general, y del patriarcado franquista en particular.

Zulaika subraya muy oportunamente la idea del padre vasco borroso y de la madre plena o plenaria (plenilunio), tradicionalmente bajo la advocación cristiana de la Virgen Madre de Begoña y otras denominaciones marianas.

Es verdad que, como dice Zulaika que le dije, mi interpretación matriarcalista está posibilitada por mi madre vasconavarra “frente” a mi padre aragonés. Dicen que A.van Gennep concibió su idea del rito liminar de paso o pasaje convaleciendo en la cama ante su casamiento, realizado bajo la presión de su madre.

El caso es que mi padre demócrata-cristiano y luego falangista fue salvado por los republicanos al comienzo de nuestra guerra incivil, pero en la posguerra fue asesinado por un maqui camuflado que huyó a Francia, tras asesinar también al sacerdote del pueblo y a un primo civil de izquierdas (por rencor).

Ahora bien, debo añadir por si no lo hice, que mi progenitor salvó la vida (o al menos el encarcelamiento) a su asesino, que había sido teniente del ejército rojo, por razones cristianas o humanitarias, y que murió perdonándolo, según nos confesó su confesor.
Y es que es muy importante reconocer hoy las positividades y negatividades de un bando y del otro; al respecto resulta modélico en el libro que comentamos el tratamiento de la emblemática familia Ybarra.

7 (Conclusión personal)

En fin, en el entreacto me he jubilado de Deusto y me he retirado feliz a mi tierra paterna, junto a la familia y los viejos amigos. El caso es que el obispo opusdeísta de Bilbao y sus vicarios nacionalistas me dejaron “colgado” tras el cierre de nuestra residencia diocesana por la crisis económica, aunque fui ayudado precisamente por un colega opusdeísta y por un amigo nacionalista (el cantautor G.Mendibil) a reubicarme en el Colegio Mayor Deusto, acogido por su Director y el Provincial de los jesuitas.

Pero finalmente decidí volver desde la vieja luna de Bilbao al viejo sol de Zaragoza, para ir preparando el éxitus o salida final bajo el manto de la Virgen del Pilar, un Pilar más cálido que el frío titanio del Guggenheim.

Perdí a mi padre aragonés violentamente en Aragón, y he perdido a mi madre vasconavarra violentadamente en el País Vasco, justo aquel día prenavideño en el que el obispado bilbaíno me dejó “tirado”; pero aún me queda la hermandad de los hermanos.
He dejado atrás el viejo patriarcado aragonés y el reciente matriarcado vasco, para acceder finalmente al fratriarcado definitivo, la hermandad de los hermanos naturales y también culturales, los amigos, sin olvidar la bella amistad vasca. Por eso sintomáticamente mi nuevo blog en Religión Digital lleva el nombre de fratría.
En este contexto, uno entiende que vascos y catalanes se distancien de la España de la dejadez o la incuria; pero uno no entiende que vascos y catalanes se distancien antipáticamente de la España diligente y amable.

(Final)

Acabo de dar en la Uni de Zaragoza la clase de hermenéutica que debí dar hace cuarenta años, recién venido de la Universidad de Innsbruck, y que no pude dar porque me presionaron para que hablara de marxismo. El viejo peligro de convertir la cultura en política se continúa hoy con el peligro de convertir la política en incultura. Pasamos del apoliticismo franquista a una hiperpolitización que ha acabado corrupta y abruptamente.

Curiosamente, acaso mi mayor éxito paradójico haya sido el no haber recibido ningún premio en este contexto de corrupciones y corruptelas, aunque se defienden actualmente tres Tesis Doctorales sobre mis filosofemas.

Me he retirado en el Seminario de san Carlos, donde vivió, enseñó y fue censurado mi maestro Baltasar Gracián. Espero recibir su herencia aforística, aunque no su herencia inquisitorial, encomendándome al Papa Francisco: un Papa Fratriarca y ya no Patriarca.
Puedo decir al fin que el cristianismo me ha salvado de peligros y corrupciones, de corruptelas y melopeas, especialmente por su lema religioso e ilustrado de la fraternidad universal.
Volver arriba