Hoy es Navidad. ¿Pero qué celebramos y por qué nos felicitamos?

Por supuesto, la Navidad. O sea, el florilegio de los deseos, la felicitación de no se sabe por qué, la compulsión de comilonas, el paseo bajo techo de luminarias... Ah, sí, también el nacimiento en un día que no fue, ni en tal año que no existió y en un lugar que no pudo ser, de Jesús, al que hicieron fundador de una religión sin él decir ni palabra.

Ayer especialmente y hoy si ayer no fue posible, el público festivo se sintió sumido en la compulsión de tener que felicitar la Navidad. Me felicitan a mí también pero me quedo un tanto absorto: ¿por qué me felicitan si yo no he hecho nada especial digno de mención?

Dado que las cosas son así y que todo es un deseo para este corto tiempo del año y para el curso que viene, vaya también nuestro deseo de "muchas felicidades", así, en plural a cuantos se dignen echar la vista sobre estas letras.

No podemos pasar por alto lo que es este día, lo que supone para los creyentes cristianos, lo que celebran los que no son cristianos o lo que pretenden quienes miran más al sol y las constelaciones que a la sociología de las efemérides.

La Navidad es natividad, o sea, nacimiento. Lo queramos o no, este nacimiento por antonomasia, como símbolo o encarnación de todos los nacimientos,  es el del niño Jesús, que luego dijeron que era el nacimiento de un dios.

La civilización se hizo cristiana, se unió al gran poder temporal de todos los tiempos y ambas, la una de la mano de la otra, se dedicaron a conquistar el mundo. Y lograron imponer  celebraciones nuevas sustituyendo a las preexistentes y apropiándose de cuantos ritos celebraban lo que era común a todos los humanos, los de Caldas de Reinha, los de Damasco o los de Saigón, pasando por Pekín.

Pero si descendemos a la sociología más barata, la de andar por casa, la de la vuelta de la esquina, ya ni se sabe qué se celebra: ¿el “tener que” reunirse la familia, el solsticio de invierno, la empresa que compendia todo un año en torno a una mesa, el prurito de confeccionar platos novedosos para la cena de Nochebuena o Noche vieja, con la satisfacción que eso produce? A falta de celebraciones festivas en el templo, que queda para una minoría, todo se resume en cuestiones relacionadas con la gastronomía.

Bueno, me olvido de las masas peregrinas por la calle Huertas, por la Puerta del Sol o por la Cava Baja; de los guiris inundando la Plaza Mayor, de los más subidos en cultura que asisten a conciertos de Navidad o exposiciones de Nebrija. Es decir, el mundo exterior a templos y hogares, que da para mucho.

Pero los que ya hemos pasado por eso y de eso, la reclusión en el claustro del hogar gozamos, quizá y por un rato, de los gritos y cánticos de nietos chillones y alborotadores, cuando no peleones. O del placer de la soledad. 

Navidad es también resumen del año, como pretendía y pretende hacer durante un cuarto de hora el rey de turno. ¡Cuántos años oyendo la voz atiplada de aquel que ha tenido la gran honra de trasladarse se sepultura, Franco! Y luego el emérito. Y ahora el ínclito. Todos diciendo lo mismo y la prensa y los entendidos tratando de leer entre líneas. Si esto sirviera para algo…

Lo cierto es, y así lo vemos los que tenemos una cierta perspectiva, que España se encuentra sin saber qué hacer. O sea como sin saber qué celebrar en Navidad. España camina como pollo sin cabeza, que ya saben los tumbos que da durante breves segundos cuando se la han seccionado. Y esto, sigo hablando como quien tiene la perspectiva que otros no tienen, nos produce nostalgia, decepción y tristeza.

España no tiene proyecto alguno. La sociedad o gran empresa que es España, no consigue mirarse, para saber por dónde caminar, en las empresas que sí tienen éxito o en las personas que han destacado por sus hechos. Una selección o equipo de fútbol que vive con ilusión la lucha por un título; una empresa textil que descuella de las demás; un proyecto desarrollado por cuatro amigos en un garaje; un grupo de músicos que inunda de sonido los aires; una vuelta al mundo para conmemorar la gran gesta de Elcano…

Qué pena dan aquellos que deberían ser adalides de la regeneración, de crear ilusión en el pueblo, de encaminar el rumbo de quienes se sentirían orgullosos de participar en la empresa de hacer España más grande y abierta, de saber destinar ese ingente montón de dinero de que disponen en proyectos del ciento por uno. No los hay. 

Y esos políticos de chichinabo, navegan por charcos de nimiedad. Y destinan millones sacados de nuestro esfuerzo en particularismos a la altura de su rasero intelectual. España sumida en alcantarillas de poder, España carente de proyecto, por más que hablen de agendas de no se sabe qué, nubes pasajeras de gestión deleznable, ministerios que no saben qué hacer, lucha por ver si tal o cual ocurrencia prospera, sabiendo que la historia no recogerá ni una miga del pan horneado en fogones sin combustión.

España, no te podemos felicitar.  Y así, a falta de algo común, nos disgregamos y recluimos a la espera del próximo balance navideño. Sí, pero un año más es mucho tiempo para quienes ven cómo se acorta su periplo.

Volver arriba