DIOS (14) El conocimiento de Dios… ¡vaya usted a saber cómo.!

A veces hay que introducir el humor o la ironía en estas cosas de Dios si no queremos sucumbir al excesivo calor que las mismas pueden provocar en el cortex cerebral.
¿Conocemos a Dios? Casi podríamos de decir que “de milagro”.
Cuando en nuestra clases infantiles los próceres profesores religiosos hablaban de las leyes que rigen el Universo, siempre hacían referencia a Dios, a que todo lo gobierna con sabiduría y bondad, a que Dios ha ordenado el mundo con infinita sapiencia, a que ha establecido unas leyes inmutables por las que todo se gobierna. Y esas leyes el hombre las ha ido descubriendo poco a poco, descubrimientos que antes provocaban alabanzas al Creador y hoy parecen ser alimento de la soberbia humana.
“Newton descubrió la ley de la gravedad, descubrió una ley que Dios, en su infinita omnipotencia y sabiduría, había escrito en la Naturaleza desde los inicios de la creación. Newton la desveló concretándola en una definición...”
Y del mismo modo una retahíla de científicos desveladores de la revelación de Dios.
Vaya por delante que éste es un artículo de interrogaciones, no tanto de conocimientos y afirmaciones que, a fuer de no ser ni científico ni incrédulo, estamos acreditados para hacer. Estas interrogaciones generan espinosas dudas que interpelan seriamente a cualquier persona desde una posición humanista, racional. Incertidumbres tan decorosas y dignas como las certezas dogmáticas.
Innegablemente existen las Leyes Naturales que rigen el universo desde su remotísimo y arcano origen. Entre ellas, la impresionante y sorprendente Ley de la Gravitación Universal. Todas estas leyes absolutas nos hablan de algo evidente e indiscutible, el Orden Natural.
No se trata aquí de elaborar una disertación sobre los esfuerzos de los científicos por explicar hipótesis y llegar a establecer teorías que interpreten este Orden Natural con cierta garantía de verdad. Son de todos conocidas.
El propósito es otro. Se trata de hacer caer en la cuenta de cómo, según los creyentes y al margen y por encima de la ciencia, se ha llegado a una certeza absoluta, infalible y parece que también irrefutable, sin cómos ni porqués. La cuestión está clarísima y zanjada: la respuesta a todo es ¡¡Dios!! El es la Razón creadora.
Así nos lo recordó alguien, vicario de Dios en la tierra, insigne teólogo que, con suprema autoridad infalible, pontificó sobre la evolución (parece ser que fue la última vez que alguien se atrevió a decirlo): “La teoría de la evolución es irracional” (resumido). Dios, en sus infinitos y profundos designios divinos, ha trazado un plan sobre toda naturaleza, la animada y la inanimada. El es el Señor del Universo...
¿Para qué los empeños y esfuerzos humanos? ¿Para qué las discrepancias y acuerdos científicos? ¿Para qué las convenciones y congresos mundiales?...
Pero, por más que al Supremo Pastor y, lógicamente, al rebaño de Dios les parezca que todo es evidente, una y otra vez los malhadados pensadores se empeñan en discrepar y hacerse las preguntas más estúpidas que pensarse puedan :
1.- Esta Ley que rige el Orden natural ¿es autónoma o ha sido instituida por Dios? En este caso, no sería natural, sino sobrenatural. Y con todas sus consecuencias, entre ellas que los únicos que pueden interpretar a Dios son los pastores de almas y la suprema Jerarquía sagrada.
2.- Y los tozudos pensadores siguen en sus trece: "Pero, ¿puede existir algo natural que tenga una identidad –esencia-- sobrenatural?"
3.- Si es una ley infaliblemente natural de esencia sobrenatural, ¿por qué no la reveló Dios claramente en la Biblia? Por ejemplo, ¿quién gira alrededor de quién, el sol o la tierra?
4.- ¿Por qué han tenido que ser los hombres los que descubrieran que estas leyes son más naturales de lo que parecen?
4.- Si es de origen sobrenatural, ¿puede Dios alterar esta ley natural?
5.- Y, según esto, ¿cómo es posible que Dios descienda a bajezas tan humanas como aquello de que “quien hace la ley hace la trampa”?
Trampa son los milagros, que contravienen las leyes naturales: Eventos científicamente inexplicables que controvierten la leyes naturales. ¿Y cómo ocurren? Pues, la verdad es que el enigma se mantiene entre Dios y su Iglesia: es un Secreto de Estado. El milagro se presenta como el sello de Dios, su identificación. Los milagros vienen a ser la prueba más fehaciente de que Dios existe.
Supongamos que lo aceptamos, nosotros que dudamos de todo. Las respuestas y soluciones pías generan otra catarata de preguntas que a veces se convierten en angustiosas interpelaciones:
--¿Por qué Dios hace estas excepciones solamente en beneficio de algunas personas que le son especialmente amadas, los santos, a los que quiere o ha querido elevar al honor de los altares porque han vivido en olor de santidad?... ¡Qué emotivo!
--¿Por qué Dios no cambia estas leyes naturales en beneficio de tantas víctimas inocentes que provocan los terremotos, shunamis, huracanes, inundaciones, sequías, hambrunas, epidemias...?... ¡Qué insensible!
--¿Quién dijo o dónde se dice que Dios no tiene acepción de personas?... ¡Qué arbitrario!
Y pregunta del millón: ¿No será que estas leyes son tan naturales que Dios no tiene nada que ver con ellas? Este supuesto suprime de un plumazo todas las dudas “humanas”.
Pero, claro, si así fuera, ¿dónde se quedarían los prodigios y milagros? ¿Dónde y cómo se manifestaría el poder de Dios y su infinita omnipotencia?
Así que, podemos concluir que... conocemos a Dios... ¡de milagro!
¡Ah!, sin olvidar la necesaria mención de las condenas formuladas por los intérpretes divinos contra aquellos que descubrieron y se atrevieron a difundir los entresijos de las leyes naturales: Galileo, Miguel Servet, Darwin...