¿Dónde estabas, Dios mío?

Dos párrafos del discurso:
Tomar la palabra en este lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia, es casi imposible; y es particularmente difícil y deprimente para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?... ...¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?
Ese mismo papa fue testigo indirecto del accidente del Metro de Valencia (3 julio 2006) que se cobró 43 víctimas mortales. Ocurrió pocos días antes de la visita de Benedicto a la ciudad. Parece que el arzobispo de Valencia recogió el exabrupto del Papa para dudar de la asistencia de Dios a sus fieles. Sus palabras son precisamente un eco de Benedicto:
"Los sentimientos que experimentamos son tan intensos que las palabras parecen insuficientes para un mensaje de esperanza. Siempre surge la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en ese momento?" "Lo único que podemos decir es que la vida del hombre es frágil".
No hay respuestas directas, sólo divagaciones sobre la maldad y la dignidad del hombre y similares consideraciones "humanísticas" y religiosas.
Si fuera yo quien lanzara esta desconcertante pregunta, me vería inmediatamente acosado y acusado de irreverente, malicioso, indecoroso o blasfemo. Pero cuando proviene del presunto Vicario de Cristo en la Tierra, el interrogante cobra un sensato sentido enigmático. ¿De confusión, de incertidumbre, de perplejidad?
Estos días atrás, han casi coincidido diversas catástrofes naturales, a cual más escalofriante. Copiosas inundaciones en el Levante español, especialmente en Mallorca, con viviendas y campos anegados, familias sin hogar y víctimas mortales; temporales y desastres naturales en otras partes del mundo, como en Francia, Méjico, Indonesia (terremoto y tsunami con 2.045 muertos), EE.UU. y su Huracán Michael, el tifón Mangkhut de Filipinas, más terremotos en las Antillas...
¿Quién no se siente afectado por estas escalofriantes catástrofes? Aquí no concurren culpables “opresores”, como en Auschwitz; pero sí existen inocentes oprimidos. Y también aquí cabe preguntarse angustiosamente: ¡¡¿Dónde estaba Dios mientras este horror sucedía?!! ¿Será que Dios ha ratificado aquella inapelable sentencia que decretó el diluvio: “Exterminaré de la tierra a los hombres que he creado, pues me pesa haberlos creado”?
Solidaridad con las víctimas. Es lo que se dice en estas circunstancias. Pero nada más. Como mucho, presuntamente, en las plegarias dominicales se habrán escuchado intercesiones: “Por la víctimas… para que Dios les dé consuelo y fuerza para superar esta adversidad, roguemos al Señor. Te rogamos, óyenos” Y Dios, haciendo oídos sordos. ¡¡Qué sarcasmo!!
¡¡El silencio de Dios!! ¡¡Absurda paradoja entre el Dios que se revela glorioso y potente, victorioso y libertador, entrañable y humanitario y el Dios que enmudece insensible y hermético, inclemente y despiadado ante la desgracia y la muerte.
El silencio de Dios se usa como tapadera para muchas situaciones incomprensibles e inexplicables. Es el tópico que siempre quiere explicar el mal en el mundo. La "teología del silencio de Dios" se ha convertido, en la práctica, en la "teología de la resignación". La "ilusoria esperanza" de los creyentes ante ese Dios que "irrumpe aparatosamente en la historia humana" (¿historia de la salvación?), se transforma en "conformismo con la voluntad de Dios": "Hágase tu voluntad" .Este soniquete es un grito huero, más de "crédulos confiados" que de "firmes creyentes". Dios jamás ha intervenido en la historia.
A los políticos les exigimos “responsabilidades” ante desgracias naturales que desbordan las previsiones, o tras lamentables accidentes (aviones, metros, trenes...). Y a Dios, “creador del universo" (¿también “responsable” como “arquitecto”?), que con su providencia divina “vela por sus creaturas”, ¿no se le pueden pedir también “responsabilidades” por ese “silencio” que acredita como si la “cosa no fuera con él”? Quien dividió prodigiosamente las aguas del Mar Rojo o quien calmó la encrespada galerna del mar de Tiberiades, ¿no podría haber mitigado las sacudidas sísmicas y serenado las tormentosas aguas del tsunami?
¿Dónde resuenan, ahora, aquellas bíblicas lamentaciones divinas: "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto y he escuchado sus gritos por los maltratos de sus opresores... El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto la opresión a que los egipcios los someten."? ¿Dónde están las “pruebas” de aquellas palabras de Jesús sobre los pajaritos y las florecillas del campo? ¿Dónde está el “Señor y dador de vida”?... ¡El silencio de Dios!
Y sin afán de parecer un sádico neurótico, ¿no podríamos recordar también aquella "filial" exclamación, aquel "grito estentóreo" que dice san Marcos: "¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado!!", como una prueba más del silencio de Dios? Dios no responde, de manera que la pregunta de Jesús la siguen gritando millones de torturados y angustiados, sin escuchar una respuesta.
Dios se calla porque no tiene nada que decir y menos que hacer. Ese "silencio de Dios" es la "impotencia de Dios". ¿Se puede pensar que un ser todopoderoso, incomparablemente sabio, inmensamente bueno, infinitamente misericordioso... llegue a pasar "estoicamente" ante tanta desgracia, miseria, desastres y calamidades, ante tantas muertes (por “causas naturales”) de inocentes seres humanos...?
O ese dios no existe o es un cruel y sanguinario personaje. Y continuando las premisas de un posible silogismo al estilo de días pasados: como Dios no puede ser cruel ni sanguinario, Dios no existe. Lo de siempre, el mal destruye a Dios, porque el mal con Dios es una contradicción inexplicable.
Como decíamos ayer respecto a defensas con ataques, los comentarios me tacharán de usar los “típicos tópicos” para objetar la existencia de Dios. Pero también el recurso al “silencio de Dios”, para explicar lo inexplicable, es un típico topicazo.