España en síndrome del 13 al 26 de enero de 2019.

Imposible pasar por alto algo que ha estremecido a toda la sociedad. Cierto es que todo terminó y hoy es "el día siguiente", el comienzo del duelo. Cierto que todo pasó pero es imposible enajenar las dos semanas últimas y no ser conscientes del único sentimiento que nos embarga, la pena, el dolor y el desconsuelo por lo que podía haber sido y desgraciadamente no fue.
Si entendemos por síndrome un conjunto de síntomas, España se encontraba desde hacía dos semanas en un shock mental traumático, un síndrome, producido por ese conjunto de circunstancias que han confluido en el drama de todos conocido y sentido. Dos nombres clavados a diario en el frontispicio de todas las horas: Julen, Totalán.
La tragedia comenzó a las 14,30 del domingo 13 y ha concluido en las primeras horas del sábado 26, a la 1,35 de la madrugada. Ha muerto un niño en un contexto múltiple que ha hecho tal muerte un drama singular, enormemente conmovedor y difícilmente asimilable por cualquiera que se haya agarrado como ha podido a la esperanza.
Era el sentimiento el que sostenía la esperanza, aunque la razón temiera lo peor y la razón dijera que no podía ser, sobre todo por el pasar de las horas y las dificultades encontradas. Pero ha sido la razón la que ha puesto todos los medios para sostener tal sentimiento.
Son demasiadas coincidencias las que confluyen en hacer del caso algo trágicamente singular: un día alegre a pasar en el campo; un niño de dos años (en mi caso tengo dos nietos que van a cumplir pronto dos años) engullido por la tierra; muerte de un hermanito el año anterior... ¿Cómo el dolor no va a destrozar el psiquismo de unos padres jóvenes? Es el grito de "¡Otra vez no!" que se ha clavado en el corazón y en los ojos de todos.
Y España ha sentido y vivido todo eso. El corazón de España ha estado día y noche latiendo en esa ladera, queriendo acompañar como fuera a esos trescientos héroes que han hecho todo lo posible por salvar al niño, junto a los vecinos del pueblo malagueño que tan cerca sentían la tragedia.
De un drama tan grande y tan intensamente vivido es difícil recuperarse y sólo el tiempo y la vida que sigue su curso obligarán a ello. A rastras vivimos algunas veces.
Queda el monumento que un niño de dos años ha conseguido generar con su muerte: la solidaridad de toda España; el sentimiento de fraternidad forjado; el aliento que todos estábamos dando a quienes directamente trabajaban por su rescate; el reconocimiento y el aplauso que se merecen...
Quizá pueda ser un gramo de consuelo para los padres saber lo que un niño de dos años ha conseguido a precio tan alto: aunar sentimientos y despertar el más alto grado de empatía que se ha visto hasta hoy en toda una nación...
Ante esto sobran espectáculos y disquisiciones. Y sobra el regodeo en el dolor: hechos así hay que superarlos para poder vivir. Y aprender lo que se pueda aprender.