FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO: ¿ANTÍTESIS O SÍNTESIS?/ 2

Toda fe es ciega y es la razón quien aporta evidencia (Ortega y Gasset)

Pese al desencuentro inicial entre filosofía griega y cristianismo, que aparece en las cartas de Pabolo, a partir del siglo II los Padres de la Iglesia convirtieron las relaciones en duraderas, hasta que al cabo de los siglos el matrimonio se disolvió en el otoño de la Edad Media (s. XIV), con la crítica de la Escolástica realizado por Guillermo de Occam y por su escuela nominalista.

El cristianismo, proclamando la superioridad de su verdad recibida por revelación, redujo la filosofía a la condición de sirvienta (ancilla), hasta que ésta logró su emancipación  como saber autónomo, lo mismo que la ciencia, a partir del Renacimiento.

En sentido estricto, el encuentro de filosofía griega y cristianismo ha de entenderse a partir de un judaísmo previamente helenizado, desde la expansión política e imperialista de Alejandro Magno.

El helenismo, con la prestigiosa y rica lengua griega, inundó de elementos griegos los textos del Nuevo Testamento, comenzando por Pablo, y muy acentuados en el Evangelio de Juan desde el mismo  prólogo, donde se identifica a Cristo con el Lógos encarnado y con la Luz del mundo. 

El griego será la lengua de los principales escritores orientales, como los apologetas, los alejandrinos y los capadocios, y también de los textos de los primeros concilios. Más tarde, con la hegemonía de la iglesia de Roma, será sustituido por el latín durante siglos, llegando hasta nuestros días.

La religión cristiana nace en el s. I e. c. como una rama o secta apocalíptica dentro del árbol frondoso y multiforme del judaísmo. El grupo de los “nazarenos” dará lugar al movimiento de los “cristianos” (christianoì). Este nombre, aplicado desde fuera, aparece por primera vez en Antioquía de Siria (Hch 11, 26) y significa los “mesiánicos”, es decir, los discípulos que creían que Jesús era el Mesías de Israel prometido por los profetas, lo que los diferenciaba de las demás sectas judías (fariseos, saduceos o esenios) del s. I.

La nueva religión se va construyendo en un proceso histórico largo y complejo, en medio de grandes disputas teológicas entre los diversos grupos cristianos, que hacen interpretaciones diferentes  sobre la personalidad del Mesías Jesús.

Por ello, conviene aclarar que en realidad  no se puede hablar de cristianismo en singular, sino de múltiples y variados cristianismos, desde los mismos comienzos. Tampoco se puede hablar de teología ni de cristología en singular, sino de variadas y múltiples teologías y cristologías, no sólo en los textos del llamado Nuevo Testamento, sino en los textos teológicos y conciliares de los primeros siglos.

Existe, en efecto, una notable evolución y diferencia de ideas desde la cristología paulina a la sinóptica posterior y a la más tardía de la escuela joannea, como indicó Alfredo Fierro en su libro Después de Cristo. En sentido estricto, tampoco se podría hablar de filosofía griega en singular, puesto que desde su nacimiento hasta el siglo VI de la era cristiana, con el cierre de la Academia platónica de Atenas por Justiniano, proliferaron diferentes escuelas y corrientes, desde los jónicos presocráticos a los neoplatónicos.

Filosofía griega y religión cristiana eran, sin duda,  dos mundos antitéticos, con dos concepciones del mundo no solo diferentes, sino opuestas.

Como escribió  Ortega y Gasset en su obra En torno a Galileo

no es fácil imaginar dos inspiraciones más antagónicas que la cristiana y la griega. Sin embargo, aquella no tiene más remedio que adaptarse a ésta, adaptarse desde su raíz misma. El cristianismo ha tenido en este orden un destino trágico. No ha podido hablar nunca su idioma: en su teo-logía -su hablar de Dios- el theós es cristiano y el lógos predominante de Grecia. Y mirando las cosas con un poco de rigor se advierte que el lógos griego traiciona constantemente e inevitablemente la intuición cristiana... El griego es ciego para el trasmundo, para lo sobrenatural. El cristiano, por su parte, es ciego para el intramundo, para la naturaleza.

O sea, el filósofo griego se fía de la luz natural del conocimiento intelectual y de la lógica del silogismo, pero está ciego para la luz sobrenatural de la fe, que pone al cristiano en contacto con los misterios de su religión, según afirma la teología dogmática.

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