FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO: ¿ANTÍTESIS O SÍNTESIS?/ 4

 La vida sin indagación no la puede vivir un ser humano (Sócrates)

La ética griega también es intelectualista en mayor o menor medida, especialmente en la teoría socrática. Según la ética racionalista de Sócrates se obra mal por ignorancia, por falta de conocimiento de lo que sea el bien, pues nadie obra el mal de forma deliberada. La voluntad está determinada por el entendimiento y es un mero apéndice del conocimiento racional. La recta voluntad y la acción correcta dependen del recto conocimiento (gnôsis), de la sabiduría o prudencia (sophía o phrónesis), propia del sabio.

Los apotegmas de los siete sabios sirven de modelo intelectual y moral. Por ejemplo, el gnôthi seautón (conócete a ti mismo) de Quilón de Esparta o el medén ágan (nada demasiado) de Solón de Atenas son máximas que Sócrates asume como guías en su ética intelectualista, autónoma y autárquica, dirigida al individuo, por lo que fue considerado precursor de la ética kantiana, de corte ilustrado.

Para los pensadores griegos la decisión de la voluntad en todo acto volitivo depende del razonamiento previo sobre el objeto que se representa como querido. Por la misma razón, las virtudes superiores son las dianoéticas o intelectuales, relacionadas con el saber actuar, la sabiduría teórica,  práctica o técnica, junto a la templanza o moderación (sophrosýne), que consiste en saber moderar o templar las pasiones irracionales. De ahí que la forma de vida superior sea la teorética, la vida del intelecto (noûs), como señalaron Pitágoras o Anaxágoras, y que Aristóteles en el libro X de la Ética a Nicómaco consideraba asimilable  a la vida divina.

La conversión griega de la mente (metánoia = cambio de pensamiento) es un proceso intelectivo dirigido hacia la luz del conocimiento, procedimiento que sigue el prisionero de la caverna platónica, ascendiendo desde la oscuridad y penumbra del interior a la claridad del mundo exterior, que representa el conocimiento racional del ámbito inteligible.

En el campo de la teología, el dios aristotélico es noético, puesto que se concibe como un intelecto cuya actividad consiste en pensarse  a sí mismo (nóesis noéseos), idea esbozada antes por la Mente (Noûs) del jónico Anaxágoras y ampliada por la figura del Demiurgo platónico.

El cristianismo, sin embargo, realiza una inversión valorativa, pues es la voluntad la que tiene primacía sobre el entendimiento tanto en Dios como en las criaturas humanas y angélicas. En la teología cristiana todo depende ontológicamente del Dios personal o más bien tripersonal, en conformidad con el muy tardío Credo ortodoxo.

La creación, la revelación y la salvación son actividades manifestadas ad extra de un Deus absconditus y la existencia de todos los seres creados depende de la libérrima e infinita voluntad de  Dios, el Ser supremo que es esencialmente dinámico como la vida, no estático como la geometría griega.

En el pensamiento griego, lo finito y limitado era lo perfecto, como el círculo y la esfera en la geometría pitagórica, tan valorada por Platón. En cambio, en la teología cristiana la perfección se atribuye a la infinitud de Dios, a su voluntad infinita, su poder ilimitado (omnipotencia), su saber infinito (omnisciencia) y hasta su amor infinito, desmesurado y sin límite.

En el Dios cristiano la omnipotencia es un atributo más importante que la omnisciencia, como afirmaron los teólogos voluntaristas. El Dios que lo puede todo (éste es el significado del griego Pantokrátor) es capaz de crear el mundo de la nada o de aniquilarlo, devolviéndolo de nuevo a la nada. Todo el mundo creado es finito  e imperfecto en contraste con la perfección e infinitud divina.

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