FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO / 4

Neque enim quaero intelligere ut credam, sed credo ut intelligam / Pues no busco entender para creer, sino que creo para entender (Anselmo)
Una filosofía religiosa no es ni religión ni filosofía (L. Feuerbach)

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En el apóstol Pablo encontramos una actitud ambigua con respecto a la filosofía griega, que conoció bien en su Tarso natal. Por un lado, en la primera carta a los corintios condena la sabiduría griega, que es de este mundo, y la subordina a la sabiduría cristiana de la fe en el Cristo crucificado, que es sabiduría de Dios, la única que salva.

Pero por otro, en su última carta (Rom 1,19-21 reconoce que los no creyentes pueden llegar por la razón natural al conocimiento de Dios, a partir del espectáculo de las criaturas, tesis defendida antes por el libro de la Sabiduría (13, 5-9).

Posteriormente, en los Hechos de los apóstoles (cap.17) aparece discutiendo en el Areópago de Atenas con los filósofos griegos sobre el “Dios desconocido”, que él anuncia junto con la resurrección de los muertos, lo que provocó las burlas de los filósofos.

El término “filosofía” sólo aparece una vez en todo el N. T. (un hápax), con un sentido negativo, en la carta a los colosenses, que es de un discípulo de Pablo: “mirad que nadie os engañe mediante la vana falacia de una filosofía (dià tês philosphías), fundada en tradiciones humanas, en los elementos del mundo y no en Cristo” (Col 2, 8).

Para los escritores cristianos el término “filosofía” equivalía a “sabiduría pagana”, sentido que conservará durante siglos, en contraposición a la “sabiduría cristiana”, que es la verdadera por basarse en la fe en la Revelación y tener origen divino.

El medievalista Etienne Gilson señala las dos actitudes que adoptaron los pensadores o teólogos cristianos, incluso más allá de la Edad Media: la actitud adversa de condena y la valoración positiva para ponerla al servicio de la teología: “La filosofía no aparece en la historia del Cristianismo hasta el momento en que ciertos cristianos toman posición ante ella, sea para condenarla, sea para absorberla en la religión nueva, sea para utilizarla con fines de apologética cristiana” (E. Gilson: La filosofía en la Edad Media).

Así, por ejemplo, en los primeros siglos Taciano y Tertuliano condenan la filosofía. Defienden la fe de los simples y poco instruidos frente a la sabiduría griega, idea sostenida ya por el evangelio de Mateo, que contrapone los “népioi” a los sabios. Para ambos, cristianismo y filosofía son mundos antitéticos, sin posible conciliación entre Atenas y Jerusalén. Esta actitud negativa se prolongará en otros teólogos medievales.

Sin embargo, la actitud positiva será la que se imponga en numerosos pensadores, como Clemente, Orígenes y sobre todo en los grandes teólogos como Agustín o Tomás de Aquino, pero desde una postura de subordinación de la razón a la fe y de la filosofía a la teología (philosophia ancilla theologiae), con fines apologéticos, prolongando la vieja alegoría usada por Filón, de la señora (Sara) y la esclava (Agar), recogida en la sentencia del Damasceno: “es conveniente que la reina se sirva de sus damas de honor”.

Tertuliano afirmó que tan absurdo es un filósofo cristiano como un cristiano filósofo, pero, ¿existe en realidad una “filosofía cristiana”? Esta es una cuestión muy disputada en los siglos XIX y XX. Para el racionalista A. Harnack filosofía y cristianismo se excluyen mutuamente, lo mismo que razón y fe.

También para Feuerbach la filosofía es un saber independiente que sólo depende de la razón. Por ello, tan absurdo es hablar de filosofía cristiana como de ciencia cristiana, por ejemplo “matemática cristiana” o “botánica cristiana”.

Pero fue el historiador francés Emile Brehier, quien en el vol. I de su Histoire de la Philosophie planteó la cuestión con más radicalidad. Según él, durante los cinco primeros siglos “no hay una filosofía cristiana propia implicando una tabla de valores intelectuales fundamentalmente original y distinta de la de los pensadores del paganismo”. Y continúa: “el cristianismo en sus comienzos no es nada especulativo” y “el desarrollo del pensamiento filosófico no fue fuertemente influído por el advenimiento del cristianismo y, resumiendo nuestro pensamiento en una palabra, que no hay filosofía cristiana”.

Según Bréhier, el cristianismo no inició ningún movimiento filosófico nuevo. Por ejemplo, “en san Agustín no hay de ningún modo una filosofía cristiana”. La única que incorpora “es la filosofía de Platón y de Plotino”. En el tomismo, enormemente sincrético, tampoco se encuentra una filosofía cristiana. En conclusión, “no se puede hablar de una filosofía cristiana como no se puede hablar de una matemática cristiana o de una física cristiana”.

Que autores cristianos, como Descartes o Kant, construyan una filosofía racionalista o trascendental, no implica que hagan una filosofía cristiana. Heidegger afirmaba que la “filosofía cristiana” es un hierro de madera (aplicable también al oxímoron “democracia cristiana”). Lo mismo sirve para la ciencia.

Que creyentes católicos, como Galileo o Méndel, generen teorías científicas, no significa que exista una física o una genética católica. Eso era lo que afirmaba en su defensa el investigador bíblico y católico Alfred Loisy al ser condenado como heresiarca modernista: no existe “ciencia católica.” Los resultados de la investigación científica son independientes de las creencias personales.

La tesis contraria, que afirma la existencia de una “filosofía cristiana”, especialmente en Tomás de Aquino, convertido por León XIII en “filósofo” oficial de la iglesia católica, es defendida, de forma apologética, por diversos autores confesionales, entre ellos E. Gilson, J. Maritain o Blondel, quien habla incluso de “filosofía católica”. Todos ellos, en continuidad con la doctrina católica, consideran la fe como superior a la razón y como criterio extrínseco para juzgar las verdades de razón, filosóficas o científicas.
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