Frases, credos, chistes, soflamas... y el cerebro como árbitro.



Dos enunciados que condicionan el conocimiento, la emotividad, la actuación y, en definitiva, la fe de millones de personas:

a) Cristo, hijo de Dios;

b) Mahoma, profeta del Altísimo...


Puede ser algo "a creer"; o tomarse como enunciado literario, sin contenido real; también pueden chocar contra la coraza del que positivamente rechaza cualquier asunto proveniente de la credulidad; finalmente, como es lo habitual en el pensamiento crédulo, puede resbalar por la piel cerúlea del que sí lo cree pero ni se para a pensar en ello.

Afirmo, sin temor a equivocarme que, en estos dos últimos casos --rechazo frontal o anoxia cognoscitiva-- ninguno se ha parado a pensar en las consecuencias de lo que tales enunciados acarrean.

Pero respecto a aquellos que, por encima de las evidencias, creen y quieren creer, tal vez haya que estudiar de otra manera qué es lo que sucede en el cerebro, qué mecanismos actúan, qué cortocircuitos se producen cuando ante una creencia se alza una verdad racional. Qué "obliga" al cerebro a aceptar lo que "parece" inaceptable.

Insistimos en el asunto. Pongamos en paralelo dos "verdades" contrarias y opuestas:

1ª.Cristo está realmente presente en esa laminilla redondeada de harina.

2ª. Ni Cristo ha existido [ciencia histórica] ni yo me puedo tragar esa oblea “consciente” de que Cristo entra en mi cuerpo [ciencia químico-biológica].

Al pararse la razón ante estas dos proposiciones, ¿de qué especie es el proceso neuronal que da por válida la primera aserción y rechaza visceralmente la segunda? ¿Cuál es el recorrido intelectual que una mente crédula puede hacer para generar dentro de sí un estado mental y emocional que, aún percibiendo la verdad racional, no se siente "culpable" al tener que admitir lo que parece evidente?

Partamos de hechos ya estudiados y admitidos por las neurociencias: es cierto que los procesos de aprendizaje que se realizan en la niñez y en la juventud producen “rastros” químicos en las neuronas, en el axon y en las dendritas, que son los mecanismos de la memoria; también está avanzado el conocimiento de que existen neuronas específicamente del pensamiento con localización prefrontral. Incluso hay estudios avanzados sobre la localización neuronal de la conciencia.

Lanzamos desde aquí esta hipótesis en forma de preguntas: ¿Qué superioridad tienen las neuronas del aprendizaje, los "rastros" del aprendizaje y de la memoria, sobre las neuronas específicamente del conocimiento y del raciocinio? ¿Cómo “imponen” su poder las neuronas “impregnadas” de memoria sobre las “dedicadas” a interrelacionar, a deducir, a inferir? ¿Se da, realmente, tal predominio o existen otros mecanismos de intelección?

Es decir, tal como afirman algunos gnoseólogos ligados a la creencia, ¿existe un modo de conocer emocional, vivencial, que produzca "eidolons" mentales, modo diferente al que la psicología y la filosofía han venido propugnando como único?

Si el choque de la creencia con la racionalidad llevara al descubrimiento de tales mecanismos, la misma credulidad habría propiciado un avance científico que, en parte, justificaría tiempos pasados de imperio de la tiranía crédula.

La ciencia del cerebro y su posible control es el reto de nuestro futuro. De momento, admitida la hipótesis que formulamos, quedaría explicado el hecho de por qué el crédulo se niega a admitir “nuestra verdad”, para nosotros de una evidencia insultante; y por qué vive contento en su seguridad mental “credoide”: simplemente no tiene o no ha desarrollado mecanismos cerebrales para hacer que la verdad racional se imponga sobre la verdad creída. Los que tiene, son aptos y dispuestos para creer. O, en otras palabras, su cerebro tiene áreas de pensamiento que no están desarrolladas, posiblemente condicionadas por elementos emocionales.

Quedaría confirmada la doctrina de Kant sobre el imperativo ético para admitir las verdades religiosas. Eso sí, volveríamos más o menos a Descartes: ¿existe la realidad o existe sólo el conocimiento de la realidad?
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