Gracias a Dios soy ateo.

Dios suele ser una idea abstrusa, inconcreta y hasta "inalcanzable" (la idea, me refiero). Pero cuando se concreta, se hace cercana y hasta amorosa: el dios niño nacido en Belén, el dios doliente en la cruz...

Según dicen, fue Luis Buñuel el que hizo célebre la ocurrencia de “gracias a Dios soy ateo”. Lo mismo nos ocurre a muchos como él, que no podemos desprendernos de nuestras raíces cristianas. El cristianismo con su larga historia de veinte siglos, como corresponde a cualquier religión que se precie, ha conformado, a favor o a la contra, la cultura que ha impregnado nuestras cortas vidas.

Ahora bien, que haya sido así en el pasado, no quiere decir que el cristianismo o cualquier otra religión, especialmente el Islam, pueda seguir modelando costumbres, educación, criterios morales o incluso política en nuestros tiempos.

Gracias a Dios”, ésa parece ser la deriva de estos nuestros tiempos. Cultura, sociedad, política, educación… se alejan cada vez más de los imperativos crédulos. Esto no es ni bueno ni malo, simplemente “es”.

Hemos sacado a colación la palabra “ateo” que tan prolijamente algunos comentaristas o gente crédula en general utilizan para denominar a aquellos que no comulgan con sus ideas. Mi convicción es que nadie es ateo en sentido estricto, porque nadie puede negar una idea tan difundida, tan creída, tan conformadora de vidas.

E insisto en la palabra “idea”, que se traduce en valores de bondad, justicia, amor, perdón, felicidad, etc. Los así dichos ateos, que la RAE define como “negadores de la existencia de Dios”, puestos a negar, lo que niegan es la concreción de esa idea. Porque la concreción de la misma es tan multiforme que unos dioses contradicen o niegan a los otros.

No es cuestión de enumerar la multiplicidad de dioses que han generado las muchas religiones que en la historia del mundo han sido. Cada religión ha alegado, siempre, que su dios es "el Dios". 

Y por parte de los negadores de la existencia de Dios, los hay de muy distinto cariz: los hay ateos “esenciales”, que niegan todo lo que se dice de tal o cual dios; los hay “existenciales”, aquellos que viven ajenos tanto a la idea, a la esencia, a la características de tal o cual dios, como a las imposiciones derivadas; y como decíamos arriba, no es lo mismo ser ateo “católico”, que ateo “judío”, “politeísta” , “deísta, o “islamista”, empadronados  unos y otros dentro de su cultura respectiva; pero también y dentro de los ateos “existenciales” se dan los ateos “nazis” o “comunistas”, doctrinas salvajes que prescinden y van directamente contra la idea de dios y contra la vida de quienes la defienden o siguen.

Pero si ahondamos más en la palabreja, definir algo por negación no conduce al esclarecimiento del concepto. Así, aparte de que se puede negar la existencia de ateos porque no pueden negar la idea de dios, la definición con esa “a” privativa es de nula consistencia epistemológica. ¿Cómo definir lo que es una mesa afirmando que “no es un trueno”? Ateo es adjetivo, es cierto, pero se aplica a personas derivando de un sustantivo, “ateísmo”.

Y por supuesto, es de todo punto rechazable aplicar los sinónimos de “ateo” como dardos contra tal o cual persona que niega la concreción de la idea “dios”.  Esto ya no es cuestión de etimologías ni definiciones académicas, porque incide en la descalificación de las personas por el simple hecho de no comulgar con las ideas sustentadas por los que creen en “tal dios”.  Busquen en el diccionario de sinónimos, que no suelen ser inocuos ni asépticos.

Entre tales sinónimos encontramos alguno que deriva en el “anticlericalismo”. Ninguna persona que se precie de intelectual, de pensador, de ilustrado o simplemente de educado, puede caer en tal banalidad conceptual, que tiene desviaciones las más de las veces trágicas.

Seguiremos mañana.

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