Ignorantes de su propia fe.

Vienen a decir: la fe llena mi vida; Jesucristo es mi consuelo; Dios me ama; el mundo no se entiende sin Dios; no es posible que tantos millones de personas estén equivocadas; el conocimiento [de los textos sagrados] no es fe; y tú, en tus argumentos te contradices; no tienes ni idea de lo que nosotros los fieles católicos creemos, vivimos y practicamos; eres un renegado; te ciega el odio…
Les dejamos con sus argumentos, porque a ellos les sirven, pero no caen en la cuenta de que ninguno tiene consistencia a la hora de defender las “verdades” en que creen. No hablamos de "vivencias", hablamos de "verdades de fe".
No sirve que, racionalmente, alguien les demuestre la poca consistencia que tienen. Verdades, por otra parte, que su propia historia contradice y que retuercen con tal de quedarse de pie. Verdades que durante mucho tiempo han tenido que dilucidar cuáles eran, sustentadas las más de las veces a sangre y fuego.
¿Y si cayeran en la cuenta de que una verdad se defiende sola? ¿Que lo que es verdadero no necesita el apoyo de las armas ni de los gritos? ¿De que algo no es verdad porque se crea? Verdades: Dios siendo y existiendo, Dios revelándose, Dios escogiendo un pueblo, Dios encarnándose, Dios matándose a sí mismo, Dios resucitando, presencia real de Dios... Y curaciones y apariciones y elevaciones místicas...
Nos referíamos arriba como si de un lamento se tratara, a la pobreza argumental de que hacen gala quienes se bastan con la adoración al Santísimo y la deglución del Cuerpo de Cristo. Vamos a referirnos a una de las fuentes de su verdad, la Santa Biblia.
La simpleza con que hablan de los textos sagrados, que sólo conocen por determinadas frases hechas o por narraciones emotivas y poco más. Es lo que aprendieron quizá en familia si ésta era creyente cumplidora –cada vez menos--; en el colegio –si el colegio era confesional—; en la catequesis, con libros acomodados al infantilismo del infante. Eso sí, seleccionando, extrayendo, recopilando los textos adecuados.
¿Nada más? Pues no mucho más. Las lecturas que en las misas se ofrecen, si son del A.T. o de las Cartas, la mayor parte de las veces y la mayor parte de la gente no las entiende. Y si es el Evangelio, la reiteración produce la somnolencia del “dejà vu”.
Pero en la Biblia hay mucho más que estudiar y aprender. La superficialidad con que se lee obvia otras consideraciones:
• Composición general
• Autores
• Estilos
• Fuentes
• Épocas
• Manuscritos
• Interpolaciones
• Canon
• Apócrifos
• Inerrancia, revelación, palabra de Dios
• Traducciones o traiciones
• Revisiones
Cierto que esto supera los conocimientos de los devotos. Pero si son verdaderos creyentes, algo de esto deberían saber. Y si no, que no citen textos bíblicos para confirmar lo que creen. ¿Cómo se puede entender el Génesis sin el conocimiento de las religiones coetáneas de las que Yahvé trataba de apartar? ¿De las leyendas sincrónicas? Es un ejemplo, pero tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento tienen un trasfondo que el creyente debería conocer… si quiere profundizar en su fe.
La Iglesia dice que la Biblia –Antiguo y Nuevo Testamentos—es Palabra de Dios. Y el pueblo lo acepta diciendo “te alabamos Señor”. En eso, que es “palabra de Dios”, están de acuerdo católicos, protestantes y ortodoxos. Debe ser así, si lo dicen autoridades tan egregias. Pero no del todo: los protestantes eliminan del canon como apócrifos los libros de Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Macabeos y partes de Daniel y Ester.
Creer que la Biblia es “palabra de Dios” es pura creencia. Pero un relato es algo que está ahí, que se lee y se comprende o no: ¿en qué sentido es palabra de Dios? ¿Y qué, de lo que se lee, es palabra de Dios? Responden más o menos: la Biblia es palabra de Dios en el sentido de que reveló su voluntad con relación al mundo valiéndose de hombres a los que de una manera u otra inspiró para que la pusiesen por escrito. Es palabra de Dios en un sentido vectorial: pueblo elegido, pueblo de Dios, creencia en un solo Dios, historia de salvación…
Pero ni siquiera eso porque la masa crédula cree y sigue creyendo que todo en la Biblia es Palabra de Dios. Su convicción enraíza en siglos de adoctrinamiento sin posible contradicción. Quienes han profundizado en los temas apuntados arriba, difícilmente llegarán a la convicción, a la creencia, de eso.
Pero no sólo es cuestión de estudios profundos para llegar a tal convencimiento, razones que para quien piensa son abrumadoras: es preciso analizar las cosas estando libres de prejuicios y, sobre todo, libres del “terror sacro”, ése que asegura condenación eterna para quien discrepe de los que saben en la Iglesia. Es decir, estudio y libertad de conciencia. Ninguna de estas dos condiciones se dan entre los fieles católicos: no les interesa profundizar en las fuentes de la fe y se sienten cómodos aceptando guías ciegos.
Con sólo aplicar el sentido común y la capacidad racional, uno puede caer en la cuenta de la filosofía y la lógica que hay en rechazar todo lo que hay detrás de todo un Dios revelándole poco a poco su voluntad a un grupo exiguo de hombres perdidos en la larguísima historia de la humanidad.
Volveremos de nuevo sobre eso de la filosofía y la lógica.