¿Jesús contradice a Dios?


En muchos sentidos el mensaje y programa del profeta Jesús reencarnado en Jesucristo, fue una novedad para las gentes que lo oyeron y luego para la turba que se adhirió al cristianismo naciente. Se podría decir que fue único, pero no es así.

Resulta curiosa la coincidencia entre Séneca y Jesús, el supuestamente nacido en Nazaret. Coincidencia en el tiempo y el mensaje pero no en el legado literario. El primero supera al segundo en cuanto a producción de obras literarias en más o menos 30 a 0. De Séneca se conservan unas 27 producciones salidas de su puño y letra; del segundo, nada que pueda decirse propio. Pero... sabemos que el segundo, Jesús, convertido en Jesucristo, se impuso al primero en el número de seguidores que todos sabemos.

Séneca nació en el año 4 a.c. Y Jesús nació en el año 6 a.c. O sea, casi compañeros de colegio. Ambos murieron naturalmente de forma poco natural, el primero eligiendo la suya propia sin esperar a que los métodos de Nerón le aplicaran otra mucho más dolorosa (según dicen, Séneca se abrió las venas de manos y pies pero quizá por lo acartonado que estaba su organismo, la sangre no quería salir, de ahí que pidiera el veneno griego, la cicuta, que tampoco hizo efecto en él , vaya Ud. a saber si por la dieta que hacía años seguía. Al fin, dicen, fue su propia asma la que en el año 65 lo llevó al crematorio). Jesús, por su parte, “eligió”, por designio de su Padre celestial, la más dolorosa de las muertes, la cruz, muriendo “nel mezzo del camin della sua vita”.

Ambos nos legaron un patrimonio doctrinal en muchos aspectos similar. Del primero, Séneca, podemos leer su mensaje original, en otros tiempos muy leído, analizado y hasta copiado (véanse los Essais de Montaigne) pero hoy desconocido incluso por la masa culta. Es mi caso, porque lo único que he leído y releído y anotado y subrayado es su obra “Cartas morales a Lucilio”, quizá su última producción.

En ella incluso me da consejos profesionales como aquel de “No descuides tampoco la educación de la voz, pero no alzándola o bajándola en modulaciones graduadas”. Y para los que atesoran muchos libros, dedicó aquello de “...si non potes légere quantum habes, satis est habere quantum legas”. ¡Qué bien le vendría a nuestro ínclito y ufano presidente P.S. seguir las pautas de la carta XCIV, “Utilidad de los preceptos”!


Del segundo, Jesús, por efecto de las copias, recopias y tetracopias y por la tergiversación de su supuesto mensaje, no sabemos a ciencia cierta lo que pensaba, dado que los recolectores del mismo no son buena y fiable fuente. Cierto es que gran parte de su atribuido mensaje, expurgado de veleidades nigrománticas o paranormales (milagros), puede y debe ser escuchado con atención espiritual y hasta practicado.

En fin, que no era mi intención entrar en las similitudes entre el cordobés Séneca y el galileo Jesús, sino disertar sobre la contradicción entre Jesús y Dios, siendo este dios el que guió a los hebreos por el desierto. Y dado que el mensaje de Jesús resultaba novedoso entre sus conciudadanos, preciso es afirmar que no lo era en el mundo greco romano, donde ya muchas escuelas filosóficas e incluso religiosas propalaban mensajes similares: de ahí mi referencia a uno de ellos, Séneca y con él todos los estoicos.


Pudiera ser, como una de tantas hipótesis que sobre tal personaje se han dado, que Jesús ni siquiera existiera, en cuyo caso los muchos evangelios escritos serían una recopilación de preceptos y hechos relacionados con una comunidad disidente de los judíos en él personificados. Pero también podemos dar por seguro, como la mayor parte de los tratadistas neutrales afirman, que Jesús fue uno más de los muchos faramallas religiosos que aquellas áridas tierras producían.


Si nos fijamos únicamente en el aspecto moral de su doctrina, Jesús supone un amejoramiento radical respecto al ogro cruel del Antiguo Testamento. Ya sólo el “sermón de la montaña” supone una ruptura drástica con las enseñanzas del pasado. O si no es ruptura, porque algo dicen los libros Sapienciales y Proféticos, sí se puede decir de él que se adelanta a su tiempo con una vigencia que llega hasta los nuestros. ¡Cuántas guerras se hubieran evitado de haber practicado el mundo el mensaje pacifista de “poner la otra mejilla” y aguantar y no devolver mal por mal! Aquí nos viene a la mente la “lucha” incruenta de Gandhi o Martin Luther King.

Pero precisamente ese novedoso discurso moral de Jesús descubre un fondo de ruptura desasosegante: Jesús se desdice o reniega o al menos no estaba conforme con la ética que destilaban las Sagradas Escrituras de sus ascendientes, que, no olvidemos, son "palabra de Dios". En muchas ocasiones, como veíamos en lectura del óbolo de la viuda de hace dos domingos, se aparta de los preceptos predicados por los rabinos, que, tampoco olvidemos, eran los auténticos intérpretes de la Ley. Por decirlo brevemente, la ley debe servir a los hombres y no los hombres a la ley: “El Sabbath fue hecho para los hombres, no los hombres para el Sabbath”.

Deberíamos seguir con este argumento, pero no es cuestión de alargarnos. La conclusión que uno deduce de tal ruptura o superación del pasado es si Jesús, que era Dios, echa por tierra gran parte de “su” propia palabra anterior, inspirada por él (o ellos). Es lo que quería escribir antes de que Séneca se interpusiera en mis elucubraciones.

Bueno, sin ir tan lejos, es lo que le ha sucedido a nuestro ínclito Presidente de Gobierno: era uno antes y ahora es otro; antes decía lo que decía y ahora, bien peinado, es decir, sin despeinarse, dice lo contrario; antes era un insignificante Pedro Sánchez, como miles que así se llaman, y ahora es “el que les habla”, o sea... A la mayoría de las personas normales nos cuesta sobremanera acomodarnos a tales “hechos”, sean de un profeta o sean de un iluminado.
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