Memento. In memoriam.

Vivimos en una cultura que ha devaluado el concepto de memoria. Todo el mundo experimentamos transitorios lapsus mentales. Pero lo tomamos a cachondeo, y bromeamos con que ya nos afecta la “amnesia senil”.
En mis tiempos mozos, todo se memorizaba: tablas, lecciones, poesías, catecismo... Saberse la lección era recitarla de memoria. Aquel método se ha considerado decadente, incluso inhumano. Y a las jóvenes generaciones no se les ha enseñado a ejercitar la memoria. Consecuencia de una cultura de masas que no favorece el desarrollo de la capacidad memorística. A medida que aumenta la posibilidad de almacenamiento en “chips”, disminuye el potencial del “disco duro” de nuestro cerebro.
¿Es mala la buena memoria?
Dentro de unos días, la iglesia católica vivirá frenéticamente, en olor de multitudes, la beatificación de los llamados “mártires españoles del siglo XX”. El Vaticano se vestirá de rojo púrpura episcopal y olerá a incienso. La Plaza de San Pedro rebosará de peregrinos y de banderolas. España repicará a gloria – hasta en la tele; se prevé excelente cobertura-. Se trata de una apoteosis de la “memoria histórica”. Un memento para las víctimas de la “persecución religiosa”.
Quiero dejar bien claras varias premisas que considero primordiales a la hora de interpretar mis opiniones.
Primera: No es mi propósito oponerme a que la Iglesia beatifique a quien le parezca, se lo merezca o no. Ya estamos acostumbrados. Fabricar santos, “elevar al honor de los altares”, es función histórica de la iglesia católica. Pero no van por ahí mis atrevimientos.
Segunda: No es mi propósito suscribir ni impugnar la llamada “Ley de la memoria histórica”. No van por ahí mis reflexiones. Se trata de una ley; por tanto, es el Parlamento quien debe ratificarla o desestimarla.
Tercera: No debemos traficar con prejuicios, sino vivir con memoria.
Y ya sí. Ahora abordamos la tan mareada y “maleada” polémica “ley de la memoria histórica”. Lo exige el vacío histórico sobre el que se ha venido construyendo nuestro pasado inmediato.
¿Esta ley viene a dividir a los españoles o a establecer justicia?
¿La ceremonia de beatificación viene a instaurar justicia o a dividir a los españoles?

Hay opiniones para todo. Unos hablan de que la glorificación de los mártires, “su sangre”, es un “formidable desafío de fe” contra el Gobierno ateo y antirreligioso. Sin embargo, el portavoz episcopal, para suavizar los ánimos, asegura que “no va ni está orquestada contra nadie”. Que sólo es eso, la exaltación de unas personas que dieron su vida por Dios (¿y por la Patria?)
Yo creo que miramos la Historia con ojo tuerto: unos del izquierdo, otros del derecho. No podemos caer en la amnesia total ni parcial de nuestra historia, incluso ante realidades penosas o deshonestas, sin amparar encubrimientos. El tan manido recurso político a la “superación del pasado” casi siempre va acompañado de ofensas a la verdad histórica y de tergiversaciones, como ha ocurrido durante tanto tiempo. Pero existen unos parámetros para un análisis sincero:
1.- Franco se sublevó contra un gobierno democráticamente elegido. El fue quien provocó el conflicto, no para restablecer el “orden” que se hacía necesario, sino para imponer “su dictadura”. (Pregunta inocente: ¿Por qué no restauró la monarquía que hubiera sido la consecuencia “lógica” de la derrota de la República?)
2.- Los españoles se vieron enfrascados en una guerra que, seguramente, nadie quería. Cada cual defendía su ideología y sus convicciones. Y algunos, ni eso; pero estuvieron involucrados sin comerlo ni beberlo.
3.- La Iglesia, con su “Carta de los Obispos españoles...” en julio de 1937, selló oficialmente su pacto con la causa de Franco. El “Movimiento Nacional” encarnaba las virtudes de la mejor tradición cristiana y la República todos los vicios inherentes al ateísmo.
4.- Sin negar las atrocidades cometidas en la llamada “zona roja”, de todos conocidas por la historia trasmitida, tampoco puede alegarse ignorancia ente las pruebas documentadas sobre la brutalidad con que el poder se ensañó contra los vencidos durante y una vez acabada la contienda.
5.- Es totalmente irrefutable que, a lo largo de cuarenta años, la historia la escribieron los vencedores.
La versión maniquea y manipuladora de ese periodo histórico hizo ver que la Iglesia era la víctima inocente, pacífica, indefensa. Así la guerra se convirtió en un conflicto meramente religioso (cruzada) y se marginaron los aspectos políticos y sociales.
Esta visión miope justificó y legitimó la violencia y represión del régimen franquista. Acabada la guerra, los vencedores ajustaron las cuentas a los vencidos. Y durante décadas les han venido echando en cara los efectos devastadores de la matanza del clero y de la destrucción de lo sagrado, mientras se silenciaba y se corría un tupido velo sobre la “depuración” que en nombre del propio Dios habían emprendido “personas de bien” que procesionaban bajo palio.
¿Las generaciones presentes, que ya poco o nada tienen que ver con la Guerra Civil y la dictadura, conseguirán formarse una imagen bien justificada y acreditada sobre lo que significó un régimen de tan larga duración?
Treinta años después de la desaparición de la dictadura, todavía se mantienen símbolos del régimen y existen fosas comunes donde reposan en el anonimato centenares de ajusticiados por el aparato de represión franquista. El franquismo privó a las víctimas de su vida o de su libertad. De ninguna manera puede arrebatárseles su dignidad. No se trata de resucitar fantasmas, sino de desenterrar muertos.
Hoy día, los conocimientos sobre esa ominosa página de nuestra historia no permiten dudar que hubo acciones criminales , injustificadas e injustificables, en ambos bandos. Y está claro que la diferencia entre un régimen dictatorial y uno democrático es que el democrático vela por los derechos de todas las víctimas, sin discriminarlas según el verdugo.
Las víctimas del franquismo también son víctimas, “caídos por la Patria” (¿y por Dios?).
In memoriam.