Milagros: el sustento del negocio.
Para la beatificación de JP-2 es necesario un milagro; para su canonización, dos. "No problem", disponen de 251, he oído decir. Milagroso fue que no quedara contagiado por el beso de Marcial Maciel... pero también y "gracias a Dios" vino Marie Simon-Pierre a curarse del Parkinson. Si es canonizado, pasará a ser patrón contra dicho mal, desbancando posiblemente a San Vito. Renovarse o morir.
La Iglesia mantiene la existencia, justificación, aliento y explicación de los milagros. Pero ¿por qué? Si cayeran en la cuenta de la esencia del milagro percibirían que más son elementos que se vuelven contra ella misma y contra el concepto de Dios que afirmación de sobrenaturalismo.
El tinglado milagrero sólo en la Iglesia Católica tiene la envergadura que tiene. ¿Por qué sólo en su seno? Encontramos al menos tres motivos para que la Iglesia siga manteniendo el tinglado.
1. El sentido mágico de la existencia que se da en todo fiel creyente.
2. El poder de sugestión que los milagros ejercen en los crédulos
3. El negocio, sobre todo el negocio.
Milagro, en esencia, es la alteración de las leyes naturales en beneficio de una persona determinada que lo ha pedido por medio o por la intercesión de María, algún santo o algún santificable. La súplica directa a Dios, sin intermediarios, rara vez conduce al milagro por no decir nunca, lo cual ya es indicio de algo.
Es sabido que el stress, la angustia… está en el origen de determinadas enfermedades, por ejemplo, la psoriasis. Esta enfermedad se relacionaba antiguamente con la lepra. La persona afectada tiene hoy tres opciones para su curación:
--suprimir o evitar las causas,
--buscar los remedios farmacológicos o
--acudir a san Jorge o san Lázaro [in extremis].
Se dice que “con la salud no se juega”… y hete aquí que la mismísima Iglesia no sólo inventa juegos y cuentos sobre la salud sino que, además, engaña. Ni la oración ni los milagros –si exceptuamos el efecto que la mera sugestión puede tener— tienen virtualidad alguna relacionada con la salud. Seamos serios y "no juguemos con la salud": si realmente los milagros tienen entidad --aunque hasta los mismos crédulos no las tienen todas consigo--, en los hospitales habría sección de hematología, oftalmología, nefrología… y ¡milagrería!
De nuevo y como en muchas otras parcelas de la creencia, se aplica el más descarnado “antropomorfismo” a la relación entre Dios y los hombres. El deseo funda la realidad: antropomorfismo es pensar que Dios “tiene” que obrar al dictado suplicante de los hombres; que Dios ya tenía previsto desde toda la eternidad cambiar los planes eternos de sus leyes eternas, rectificando algo que no previó, es decir, que funcionaran mal las cosas y que alguien le pediría un cambio; antropomorfismo es pensar que toda ley tiene su excepción; antorpomorfismo es pensar que una súplica tiene más efecto que una demanda...
¿Absurdo? Pues tan absurdo como el mismo hecho del milagro. Porque todo conduce al absurdo: la esencia conceptual del milagro presupone que Dios se equivocó en sus designios eternos; que Dios se puede estar equivocando ahora al modificar las leyes; que Dios atiende a las súplicas de los hombres dejándose llevar por la compasión. Absurdo e inaceptable.
Pero resulta también absurdo que Dios pueda atender las súplicas de un creyente “católico” que no soporta su reuma y acude a Lourdes a curarse mientras olvida a cientos de miles de niños que mueren de hambre en un país animista: ¿es Dios cruel? ¿Dios sólo oye a través de santos católicos?
Pues a pesar de los absurdos, la Jerarquía Vaticana fomenta el credo en los milagros, porque le resulta “de sumo interés” (aunque el interés viene luego, que puede ser al 3 e incluso al 7%).
Los milagros son el sustento de Santuarios inmensamente lucrativos. Asimismo los milagros son fuente de pingües ingresos “en agradecimiento por los favores recibidos” (1). Quien haya visitado Lourdes o Fátima y tenga un mínimo de rubor, no creo que esté de acuerdo con la venalidad que se ve por todas partes: recuerdos, medallas, exvotos, libros, imágenes… Añádase otro negocio al margen, los necesarios establecimientos hoteleros y demás. Y sumen las cantidades por favores recibidos en las hojitas de todas las congregaciones con santificable a disposición de los pacientes.
Los milagros, por otra parte, tienen el efecto de la miel sobre las moscas: atraen a grandes masas de crédulos ávidos de sentir la fuerza del espíritu. A la Iglesia le interesa sobremanera que el fanatismo crédulo se mantenga y crezca y nada mejor para ello que el efecto multiplicador que la masa tiene sobre una creencia. A la Iglesia no le interesa el individuo (puede pensar y eso es peligroso), le interesa la masa. Porque la masa es “garantía” de verdad. ¿Cómo tanta gente puede estar equivocada?, parecen decir.
Y para ello organiza el “gran teatro del milagro”: se publican las virtudes del santificable; fomenta su culto “particular”; rebusca si ha habido algo (y siempre se encuentra lo que se quiere); luego certifica; luego lanza al viento ceremonias solemnes… ¡Qué gran teatro el de las beatificaciones vaticanas!
No sé si algún convencido de la realidad de los milagros se ha parado a pensar en el hecho siguiente: hoy se dan milagros, cierto, lo dicen ellos. ¿Pero hay siquiera alguno comparable a los de los Evangelios o a los de la Edad Media?
[Muchos de nosotros decimos que en algunos hechos milagrosos sólo hay sugestión. Recuérdense las famosas “histerias de conversión” que se estudian en psiquiatría. Pero eso es lo de menos].
Bien, se producen milagros: ¿por qué no hay ni uno solo como los de antes? ¿Por qué alguien que ha perdido los ojos no los recobra? ¿Por qué no hay resurrecciones de muertos después de tres o cuatro años en el sepulcro? ¿Por qué el que ha perdido una pierna en un accidente no la recobra? ¿Y por qué todo eso sucedía “en la antigüedad”?
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(1)Un leve síntoma de que “ahí hay negocio”: Yo recibía hace años unas hojitas de propaganda de la M. Maravillas; a raíz de su canonización, cambiaron a folletos de papel couchè con fotos a todo color…