EL PROCESO DE DIVINIZACIÓN DE JESÚS / 6

γεννηθέντα, οὐ ποιηθέντα, ὁμοούσιον τῷ Πατρί/ Engendrado, no creado, consustancial al Padre (Símbolo de Nicea).

En la carta a los Colosenses, (1,15-20) que es deuteropaulina, se defiende un modelo semejante afirmando que Jesucristo es la “imagen de Dios (eikôn toû Theoû) invisible y primogénito de toda creación (protótokos páses ktíseos), porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra”

En el s. IV Arrio tomará este texto como base de su doctrina heterodoxa, al defender que Cristo es la primera criatura generada de la nada (ex nihilo,) y por tanto un ser inferior al Padre, frente a la tesis de la identidad de naturaleza (homooúsios), la doctrina de Atanasio declarada ortodoxa por mayoría en Nicea.

El autor de Colosenses coincide con el prólogo de Juan al describir a Cristo como mediador de la creación, pero en Juan el Lógos es generado, no creado, como afirmará el Credo de Nicea contra Arrio. El evangelista Juan es, pues, subordinacionista, lo mismo que  Pablo, pues el Lógos no tiene identidad de esencia con Dios Padre, es decir, no es homooúsios.

Sin embargo, en la carta paulina a los Filipenses(2, 6-11) parece que están presentes los dos modelos propuestos por Fernendo Bermejo, aunque, si existe o no preexistencia, es una cuestión muy discutida entre los expertos. El modelo de apoteosis, sin embargo está aquí más claro.

Cristo Jesús, existiendo en forma de Dios (en morphêi Theoû), se vació de sí mismo (heautòn ekénosen), tomando forma de siervo (morphèn doûlou,) y asemejándose a los humanos (salvo en el pecado), se hizo obediente hasta la muerte en cruz, por lo cual “Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor (Kýrios) para gloria de Dios Padre”.

Así pues, a través de un lento proceso de deificación, a partir del hombre Jesús convertido en ser divino, se concluyó en la teofanía del Dios hecho hombre, que constituirá el futuro dogma de la encarnación. El Credo del concilio de  Constantinopla I sintetizará diferentes cristologías del Nuevo Testamento: afirmará la filiación divina de Cristo a nivel ontológico, recogiendo la preexistencia y encarnación de Juan, el nacimiento virginal de Mateo y Lucas y la resurrección al tercer día de Pablo (1 Cor,15). Pero se niega el adopcionismo de Marcos, que pasará a los ebionitas judaizantes y a Pablo de Samosata, condenado como hereje en el s. II. 

Jesús pasó, pues, de ser un Hijo de Dios adoptado a ser un Hijo natural, en el sentido de generación óntica, o sea connatural o consustancial con Dios Padre. Por supuesto, para la teología ortodoxa tradicional es inaceptable aplicar a Jesús el Cristo la hipótesis científica de un proceso de deificación de un ser humano, semejante a la de otras figuras históricas también deificadas, en el judaísmo y en el helenismo.

La teología, tradicional y actual,  solo admite la tesis confesional de la encarnación de un Dios preexistente que se hace humano (humanización de Dios, dicen los teólogos), de modo que la pregunta teológica relevante era ya para los medievales cur Deus homo, por qué Dios se hizo hombre, no a la inversa, por qué y cómo un humano pudo llegar a ser divino, que es la cuestión básica para un historiador en cuanto investigador independiente, no sujeto a postulados confesionales. Para la teología, en cambio, la singularidad  de Jesús es un axioma incuestionable, derivado de la convicción de fe.

Resumiendo, Jesús sufrió una triple exaltación: la religiosa a través del culto, convirtiéndolo en una figura divina a la derecha de Dios Padre, después de la fe en el Cristo resucitado. La segunda es la exaltación moral como paradigma sublime de ejemplaridad moral, que hacen los cuatro evangelios canonizados, influidos por Pablo. La tercera es la exaltación teológica que hacen los expertos por medio de categorías metafísicas griegas, ajenas a los textos bíblicos y a la realidad histórica.

Se trata de la profunda helenización del cristianismo a nivel filosófico, después de la helenización primaria a través de la lengua griega, desde la versión griega de los LXX, y la secundaria a través de los cultos de misterios helenísticos, que influyen en Pablo de Tarso. Las tres formas de helenización llegan a nuestros días e implican una paganización parcial del cristianismo, que absorbe e incorpora de forma selectiva ciertos elementos paganos y rechaza otros.

Si la triple helenización señalada es negativa, como pensó la tradición protestante, sobre todo Adolf von Harnack, o positiva, como defendió  recientemente el teólogo y papa Joseph Ratzinger, es una cuestión disputada entre teólogos e historiadores confesionales.

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