LA RELIGIÓN ÓRFICA /b


“Hijo de Tierra soy y de Cielo estrellado” (laminilla órfica)

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La religión órfica, sin dogmas ni iglesia ni organización jerárquica, responde a necesidades de consuelo y salvación, al ansia de inmortalidad en otra vida.

Platón
(República, 363c) menciona la doctrina órfica que promete comer y beber en el Hades en un banquete de justos (sympósion tôn hosíon), “en el que hacen pasar la vida entera coronados y beodos (methýontas), cual si no hubiera mejor recompensa de la virtud que la embriaguez sempiterna (méthen aiônion)… en cambio, a los impíos e injustos los zambullen en una especie de fango en el Hades”.

Según el orfismo, el mundo surgió de un huevo primordial, del que nación el primer ser vivo, macho y hembra: la parte superior del huevo se convirtió en la bóveda celeste y la inferior en la tierra.

El mito antropogénico sostiene que los humanos nacieron de las cenizas de los titanes fulminados por el rayo de Zeus, por haber despedazado y comido a Dioniso en forma de toro. De ahí procede la doble naturaleza del ser humano. El cuerpo, terreno y perecedero, procede de los titanes, pero el alma tiene origen divino, procede del dios y es inmortal.

Esto es lo expresado en la clave para el acceso del alma al Hades: “Hijo de Tierra soy y de Cielo estrellado” de la laminilla de Hiponio.

Las almas preexistían a la vida terrenal, llevando una vida divina y bienaventurada. Pero debido a una culpa originaria fueron condenadas a encarnarse en cuerpos terrestres de animales y humanos.

El cuerpo es para el alma una prisión e incluso un sepulcro (sôma-sêma), de la que ha de liberarse mediante prácticas ascéticas, como abstenerse de comer carne y de hacer sacrificios animales. La transmigración de las almas de unos cuerpos a otros supone un ciclo de reencarnaciones hasta que el alma se purifique y regrese a su medio divino. Ideas que guardan un paralelismo con el hinduismo y el budismo.

El alma inmortal es la verdadera esencia del hombre, no el cuerpo. Con la doctrina órfica del cuerpo y el alma aparece por primera vez en el mundo griego el dualismo antropológico, que influirá en Pitágoras, Empédocles, Platón y en la futura antropología cristiana (Agustín), que optó por el dualismo de alma y cuerpo frente a la antropología unitaria del judaísmo.

Desde el punto de vista axiológico, los cultos mistéricos implican una inversión de los valores vitales de la religión olímpica tradicional. Frente al carácter cismundano de la religión homérica, que valoraba el cuerpo y la vida terrenal, siendo el alma sólo una débil sombra inconsciente en el Hades después de la muerte, la religión de Orfeo valora el alma sobre del cuerpo, el más allá sobre la vida terrena y la muerte se concibe como liberación de una prisión.

El orfismo defiende, pues, una concepción pesimista del cuerpo y de la vida, que concuerda con los versos de Teognis, “no haber siquiera nacido sería lo mejor para los humanos terrenos” y “una vez nacidos, llegar lo antes posible al Hades”.

Sentencia que constituye el mayor secreto de la vida, revelado por Sileno al rey frigio Midas. A este pesimismo vital Nietzsche le dará el nombre de nihilismo, por negar el valor de la vida terrena en favor de la otra vida, la celeste.

La “teología” órfica, ligada al origen divino del alma, no ha de entenderse, sin embargo, en sentido teísta, desde una mirada monoteísta, sino en un sentido panteísta, donde las divinidades están despersonalizadas y son sólo potencias inmanentes al mundo, sólo nombres y formas diversas de la Unidad divina del mundo.

Mucho antes del cristianismo, el orfismo sostiene la idea de un alma inmortal, que recibirá recompensas o castigos después de la muerte, aunque el cristianismo ortodoxo negará el ciclo de las reencarnaciones y defenderá la creación divina de las almas, frente a la tesis de la preexistencia.

Los primeros teólogos cristianos, como Clemente y Orígenes, por un lado refutan el paganismo del orfismo y por otro asimilan a Orfeo como un símbolo precursor de Cristo.

Esta actitud contradictoria de los primeros cristianos, de asimilación y de rechazo con respecto al orfismo es un reflejo de la misma actitud más genérica con respecto al paganismo, sea a nivel de ritos o sea sobre todo a nivel de pensamiento filosófico.

Alberto Bernabé señala las coincidencias del cristianismo con ideas órficas:
“el cristianismo comparte con lo órfico rasgos tan fundamentales como el dualismo alma-cuerpo, que conlleva la sobrevaloración del alma y el menosprecio del cuerpo, o como la idea de salvación individual, dependiente de lo que se haga en este mundo. En cambio, el cristianismo no comparte con lo órfico la idea de transmigración, ni los tabúes de dieta y de vestido” (cfr. Op. cit., p. 621).


Algunas imágenes de Jesús en la iglesia primitiva como el Buen Pastor en las catacumbas muestran también una dependencia del modelo del pastor Orfeo y en una tablilla del período imperial aparece una imagen del crucificado, con la inscripción “ORPHÉOS BAKKHIKÓS” (ORFEO BÁQUICO), lo que muestra con claridad el vínculo religioso entre orfismo y cristianismo.

También el judaísmo asimiló en su iconografía a Orfeo con el rey David tocando la lira. Pero, antes del cristianismo, la religión judía en la época helenística recibe el influjo órfico a través de la interpretación platónica. Incorpora, así, nuevas ideas de origen helénico: el dualismo de alma y cuerpo, la inmortalidad del alma y la retribución divina después de la muerte: al paraíso para los justos y el infierno para los malvados.
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