Sócrates y Jesús: dos figuras contrapuestas /2

Μηδὲν ἄγαν/Nada demasiado (Solón de Atenas)  

Ambos personajes, Sócrates y Jesús, son ágrafos, pues no dejaron por escrito el contenido de sus mensajes, por lo que sus respectivas ideas, dichos y hechos estuvieron y están todavía sujetos a plurales y opuestas interpretaciones.

No es fácil, pues, acceder al Sócrates real, más allá de los testimonios divergentes de Aristófanes, Jenofonte, Aristóteles o de su discípulo Platón, la fuente más autorizada y fiable de todas.

Tampoco es fácil acceder al “Jesús histórico”, dado que las fuentes son escasas, variadas y contradictorias, tanto las cristianas como las extracristianas. Fue la ciencia histórica, a partir del deísta alemán Reimarus en el s. XVIII, la que estableció la diferencia epistemológica entre el “Cristo de la fe”, propio de la teología, y el “Jesús de la historia”, objeto de la investigación científica independiente. La expresión tradicional “Jesucristo”, que une un ente humano con otro divino, pertenece a la teología confesional, no a la ciencia histórica. 

El  enorme influjo de ambos personajes en la posteridad se debió probablemente más al proceso y a la forma de morir que a su propia actividad en vida. Sócrates fue condenado por delito de impiedad y corrupción de la juventud, pero el trasfondo de la acusación era sin duda político.

En efecto, entre sus discípulos estaban el intrigante Alcibíades y entre los Treinta tiranos Critias y Cármides, todos ellos filoespartanos. En cuanto a Jesús, los evangelistas atribuyeron su condena a la blasfemia, pero en realidad se debió al delito político de sedición o de lesa majestad contra el imperio.

 Por otro lado, destaca la diferente actitud de ambos ante la muerte. El filósofo ateniense  afrontó con serenidad y valentía su muerte, que prefirió al exilio, a la prisión o al pago de una multa, pues ello equivaldría a reconocer su culpabilidad  en vez de su inocencia. Rodeado por sus discípulos en la cárcel de Atenas, también se negó a la fuga que le proponía Critón.Jesús, por el contrario, sintió angustia ante la muerte en la cruz, el cruel castigo romano para los sediciosos. 

Al ser apresado por una cohorte romana, sus discípulos se fugaron y dejaron al maestro solo ante el peligro. Al final, se sintió abandonado no solo por sus discípulos, sino incluso por su propio Dios, como muestran sus últimas palabras y el grito de desesperación en la cruz, según el evangelista Marcos.

De hecho, ninguno de los discípulos presenció la crucifixión, ni mucho menos su supuesta resurrección, un fenómeno sobrenatural, objeto de fe, no un hecho histórico comprobado ni comprobable. 

Como afirma el biblista Alfred Loisy, Sócrates fue un “mártir de la razón”, mientras que Jesús fue un “mártir de la fe”. El teólogo liberal Adolf von Harnack en su obra de 1900 La esencia del cristianismo sitúa a Jesús muy por encima de Sócrates, una tesis que rechazó Alfred Loisy, quien en su célebre obra de 1902 El Evangelio y la Iglesia escribe: “Si la esperanza mesiánica ha sido inconsistente y falsa, el filósofo que murió por la causa de la razón fue más sabio que el Cristo que murió por la causa de la fe”, añadiendo que no supo separar su piedad de sus sueños escatológicos y que “morirá víctima del error más que como servidor de la verdad”. Es decir, murió en la cruz porque se creyó y se confesó Mesías y Rey de los judíos, lo que era delito para el imperio de Tiberio.

 En efecto, su escatología errada demuestra que poseía una fe entusiasta, pero ciega. Su convicción sobre la llegada inminente del Reino de Dios y del fin del mundo, resultó  una vana ilusión,  pues lo que llegó no fue el Reino, sino la Iglesia con la que él no contaba.

Hay que oponer, pues, el filósofo intelectualista griego al profeta voluntarista y fideísta judío. La muerte del Nazareno, aspirante a Rey de los judíos como otros varios mesías, es tan importante que sin ella no habría nacido la nueva religión cristiana. 

La fe apostólica sostenía que seguía vivo, pues Dios lo había resucitado y sentado a su diestra en el cielo. La teología y el culto afirman que su muerte fue voluntariamente aceptada, pero los hechos históricos muestran lo contrario, pues fue debida a un delito de sedición o de rebeldía contra Roma.

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