¿Tener fe?


La fe (confianza, seguridad, certeza) es ese otro concepto que, apropiado por la credulidad, proviene y quiere regresar a sus orígenes: la verdadera fe es la que "debe" existir entre los hombres, creer en la persona, en la palabra dada, en la posibilidad de cambiar, en la "seguridad" de que el otro va a responder a lo que de él se espera... Fe, "garantía de las cosas que se esperan, seguridad de las que no se ven", plagiando al "tarsiano".

Sí, parece que el hombre necesita tener fe... ¿en qué? ¿En algo? ¿En alguien?

La organización crédula dice ofrecer ambas cosas: alguien, Cristo; algo, la doctrina de la salvación.

¿Se puede tener fe en el crédulo pensando en que su razón admita la existencia de quienes duden de ambas cosas? ¿Podrá convivir con quienes rechacen tales "seguridades"? ¿Le puede caber en su cabeza que haya personas a su lado que no confíen en ningún término de esa dualidad, Cristo y salvación?. Lo que sí saben todos, creyentes en esas cosas y personas normales en las otras, es que la credulidad siempre tiene fe en “algo” y en "alguien".

El "alguien" sólo se puede concretar en una persona viva y presente, alguien que se mueve en el mundo que rodea al individuo. No puede haber confianza en personajes del pasado: eso es otra cosa, que puede ser recuerdo, historia, veneración, ejemplo...

A pesar de la necesidad de tener fe –confianza en alguien--, la paradoja estriba en que, al mismo tiempo, esa fe-confianza-seguridad está plagada de dudas. La vida humana como no puede ser de otra manera, siempre duda pero con voluntad de saber, con necesidad de amar, con voluntad y deseos de comprender.

Los crédulos inventan una seguridad: personaje del pasado que hacen presente y que encarna la confianza absoluta, Jesús, que, a mayor abundamiento, lo hacen Dios. De nuevo la invención por los deseos.

La fe en “algo” tiene que proceder del conocimiento seguro e indudable de ese algo. Tiene que ser una “fe en”, no una “fe para”. Fe en lo demostrado, seguridad en lo conocido, confianza en que ese algo funciona. Lo otro es fe en el deseo que tal cosa sea así: y si alguien lo pone en duda, temiendo la quiebra de sus seguridades, alzan contra él toda su ira.

Peligrosa la confianza que demuestran los crédulos. Casi siempre alzan la cruz... para los demás, una cruz que es espada.

Podrán condenar los crédulos que el hombre ponga su confianza en el hombre y no en Dios, pero no se dan cuenta de que es lo mismo. Y de que la salvación en la que confían está en el mismo hombre. El hombre se salva a sí mismo, bien entendido que integrado en la sociedad, necesitando siempre de los demás.

Volvemos a lo de siempre, que no por repetido debe ser obviado: Dios es el hombre, es decir, un producto más del hombre, de sus miedos y de sus necesidades. Y ese hombre ha utilizado a su dios, a sus dioses, para imponer a los demás sus propias obsesiones, sus pulsiones más profundas, sus complejos o sus ambiciones. Es decir, sus instintos.

Dicen que de la creencia en Dios han venido al hombre todos los bienes y que ha refrenado el mal que quiere imponer sus deseos. A la vista del devenir de la historia, más exacto sería decir que de la creencia en Dios han surgido más males que bienes, males sobrevenidos, que han aquejado al hombre sin necesidad de que así tuviera que haber sucedido.

Desde que el hombre es hombre ha creído siempre en algún dios, los cristianos en uno de los dioses más vengativos y acaparadores, volviendo las espaldas y las espadas hacia la naturaleza, también a la humana.
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