La alegría de morir (2/2)

Lee uno “cosas” para nutrir el artículo y a ciencia cierta no sabe lo que el cristianismo piensa de la muerte.  Quizá porque no llega a pensamiento alguno: cuando define algo, al punto surgen cien mil preguntas que elongan la cuestión. Es algo traumático, pero no lo es; es algo inevitable, pero es simplemente un paso; es algo natural, pero hay algo trascendente en lo humano...

Antes, hace cinco siglos pensaba esto; hace diez lo otro; y hace veinte, lo contrario. “El salario del pecado es la muerte”, decía Pablo a los romanos. Pero... ¿no nos ha redimido Jesucristo del pecado? Ah, pues no sé. Hoy como ayer (y Jesús se echó a llorar, cuando conoció la muerte de Lázaro), la muerte es un trauma.

Pero, amigos, ahí están la fe y la esperanza. Fe para decir como el autor de la Carta a los Hebreos: Él murió para «libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud» (Heb 2, 15). Esperanza para, cuando ella llegue, «vivir con el Señor» (2 Cor 5, 8).

En parte hereda la tradición judía que concibe la muerte como superación del tránsito producido por el pecado original, pero no como participación en la muerte y resurrección de Jesucristo.   

Dice el libro de la Sabiduría: «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo»(Sab 2, 23-24). Y Pablo de Tarso: «La obra de justicia de uno procura a todos la justificación que da la vida» (Rom 5, 18), en referencia al que murió por todos. El cristianismo sublima todas las muertes, especialmente las traumáticas, adorando a un “resucitado” ... que murió torturado en la cruz.

Para no marear el asunto y a fin de cuentas, el cristiano debe estar contento cuando muere y cuando ve morir a su alrededor: «Dichosos los muertos que mueren en el Señor» (Apocalipsis 14, 13) ¿O no es así? Pues, qué quieren que les diga, NO.

Respecto al “después”, la fe cristiana, coincidiendo con la judía y musulmana, reafirma que la resurrección es de todo el ser --cuerpo y alma-- porque toda la persona, no sólo el alma, está llamada a la comunión con Dios. Pablo habla del «cuerpo espiritual» o glorificado, transformado y adaptado a esa otra dimensión en la que el creyente confía, que vivirá eternamente, sin dejar de ser él mismo, en comunión con Dios y con los hombres.

Ésa es la fe que el cristianismo secular “ha impuesto” como credo durante siglos, por las buenas o por las malas, y que hoy forma parte de un concepto de la muerte difícilmente erradicable. Pascal, el mismo día de la muerte de su padre, le dice a su hermana Gilbert:

«No consideremos la muerte como paganos, sino como cristianos, es decir, con esperanza (...) No consideremos más el cuerpo de un hombre como un cadáver putrefacto, como nos lo muestra la engañosa naturaleza, sino como el templo invisible y eterno del Espíritu Santo».

Si de consolarse se trata, nada que objetar. Lo mismo podría servir una potente dosis de adormidera.

Dicen que precisamente por tal visión transcendente, por tal intuición, por tal aportación del 'homo religiosus' a la cultura, éste ha sido el gran logro de las religiones. Y hablan de “valentía” al superar la visión rastrera de la muerte con otra trascendente, que aporta sentido a la misma. ¡Si ellos lo dicen!

¿Cuál es el fallo fundamentalde todo este gran tinglado conceptual, filosófico, teológico, social, pletórico de intereses, dispensador de abundantes beneficios al credo...?

1º) Que presupone un “más allá” ni probado ni constatado, sino sólo “intuido”, creído y “necesario” para mantener el tinglado.

2º) Que concibe a la persona como un compositum, concepto extraído de una filosofía milenaria sin sustento ni real ni actual. Dicen que muere la “füsis” pero permanece el elemento espiritual, la "psüjé", que, “per se”, no puede morir.

Tonterías sobre tonterías, consuelo del desconsuelo, paridas mentales para sublimar instintos. Todo con tal de huir de la racionalización de un hecho "de lo más natural", única forma de aceptar los hechos.

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