El alma "entra" en el cuerpo, por tanto ¡no al aborto!

Con relación al momento en que el “alma” entra en el “cuerpo” y lo vivifica, durante muchos años la Iglesia ha mantenido, siguiendo a Aristóteles, que el ente masculino es “animado” a los cuarenta días de su concepción y a los ochenta el femenino.
Hoy, sin lógica científica alguna, tal teoría ha desaparecido del “corpus doctrinal” de la Iglesia.
¿Por qué aquello que ha tenido validez durante siglos no lo retoma la Iglesia y lo admite como supuesto válido en determinados casos de aborto?
¡¡No!!¡Vade retro, Sátanas!
Y todo porque, al menos desde el primer cuarto del siglo XIX, el nuevo “pensamiento científico” imperante sólo en la Iglesia es que “en el momento de la concepción el germen tiene un alma racional”. Así de simple, así de histórico y así de científico. Y así de aberrante.
Insistimos todavía más en los datos.
Ni el Antiguo Testamento, ni el Nuevo, ni “pensadores” como Agustín o Tomás de Aquino dijeron que el aborto precoz era un homicidio. Éste último se basaba en el hecho de que el feto abortado “no parece humano”.El Concilio de Vienne (1312) mantuvo la misma idea.
Ni concilios como el de Elvira, Ancira o Lérida, ni papas como Sixto V o Gregorio XIV, que se ocuparon de tal cuestión, hacen alusión al aborto prematuro.
El asunto radica en concepciones fisiológicas equivocadas: sobre cuándo el feto está animado o no (animado, en el doble sentido de tener vida y de tener alma), cuando ya la misma medicina distinguía entre óvulo, embrión, feto y ser humano.
La primera redacción del Derecho Canónico no habla de tiempos, pero da por sentada la opinión de Hipócrates de treinta días para el feto animado, aunque admitiendo otras opiniones de 3 ó 4 meses.
Inocencio III habla de homicidio cuando ya hay animal racional vivificado.
Cuando la fisiología demostró que el feto tiene “vida” desde el primer momento, la Iglesia se apuntó al carro de la “animación”. Entonces comenzó la oposición frontal a la ciencia, a la ética, a la sociología, a su propia regulación anterior, a la ciencia actual (células embrionarias) (1) y, sobre todo, al drama de tantas mujeres con embarazos nunca deseados ni fruto del amor.
Dios creador, contraventor de su propia creación por boca de sus criaturas; Dios eterno sujeto a los avatares históricos; Dios omnisciente, dependiendo del saber de sus ungidos...
De nuevo ¿de qué Dios hablamos? Éste ya debe ser un “dios-con-calzador”.
(1)Para quien no esté al tanto de este asunto, los científicos se refieren a células embrionarias que provienen de fertilizaciones múltiples “in vitro” de las cuales sólo un embrión es implantado en el útero; el resto son ¡lógicamente! embriones “inservibles” para un embarazo. ¡Para la Iglesia son seres humanos! Es uno de los ejemplos más claros de cómo la realidad se tiene que acomodar a las teorías y no al revés.