La bondad del bueno sin hacer el bien.

El creyente piadoso tiene un concepto de la bondad, las más de las veces inducido, que constituye un sobreañadido a aquel que por cultura o inclinación natural tiene todo hombre. Hasta tal punto esto es así que se produce una sustitución o, si no del todo, un solapamiento de ambos. Tiene un anhelo de “ser bueno”, muchas veces prescindiendo de la necesidad de hacer el bien.

Fieles creyentes hay que fundan su bondad en la acumulación de prácticas rituales con que llenan las horas vacías de sus días: oraciones de la mañana al despertar, lectura espiritual a media mañana, siesta, también espiritual, al runrún de cualquier Radio María, rosario vespertino seguido de exposición del Santísimo, misa diaria a tal hora de la tarde o de la mañana, jaculatorias al socaire de tal o cual circustancia, visita al Santísimo, rezo de "Completas" poco antes de servirse la ración de pastillas prescritas y sueño casto y reparador tras comprobar ante su conciencia que en gracia de Dios se halla.

Su presunta bondad proviene de la inestimable ayuda de la oración y de la práctica sacramental de donde mana la gracia santificante. Así lo supone.

Si nos quedamos con el hecho de la oración, no percibe lo que cualquier persona ajena al credo sabe, que la oración no es otra cosa que “conversaciones” consigo mismo, aunque se manifiesten dirigiendo la mirada a la Virgen de los Dolores.

El psicoanálisis hablaría de una proyección de la personalidad en fetiches con desdoblamiento de la misma: así el creyente cree hablar con alguien distinto a él al que promete ser bueno y al que pide fuerzas para serlo. A cambio “recibe” la fuerza necesaria o cree que con ello ya tiene la predisposición para hacer el bien.

Hacer el bien, sin embargo, puede ser o no consecuencia de ese estado mental subsiguiente a las prácticas pías que se resume en el concepto "ser bueno". El resto, hacer el bien, dependerá de otros factores implicados, especialmente de la necesaria correspondencia; si espera algo --tranquilidad de ánimo, confirmación de su bondad, más gracia santificante-- hará el bien; si no, creerá que no es necesario.

En compensación a no hacer el bien, esgrime su “ánimo” de bondad o, como mucho, aceptará convivir con un leve sentimiento de culpa, para lo cual dispone de otro venero de gracia, el sacramento de la penitencia.
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