El concilio cadavérico (año 896).

Del relato que traigo a colación --la cosa hoy va de humor, aunque humor negro-- he tenido referencia por varias fuentes distintas, generalmente no muy proclives a entonar loas al pasado eclesiástio. Por ello he acudido a otra distinta, una fuente ligada a la historiografía sagrada [con alguna que otra pía reflexión], a saber, Historia de la Iglesia, tomo II, pág. 137. P. Llorca S.I. y otros. Ed. BAC, nada sospechosa de animadversión hacia la creencia cristiana.
Copio:
Por instigación sin duda de los que tiranizaban a Roma, el cadáver del Papa Formoso, que llevaba ya nueve meses enterrado, fue arrancado al sepulcro y arrastrado desde San Pedro hasta la basílica constantiniana, donde se había erigido un tribunal eclesiástico presidido por Esteban VI.
La momia de Formoso, revestida de sus lacerados ornamentos pontificales, compareció en juicio. Un diácono debía contestar por él a las preguntas del pontífice.
Naturalmente Formoso salió condenado, se declaró nulo su pontificado, inválidas todas las órdenes sagradas por él conferidas, decisión esta que acarreó mil perturbaciones y polémicas durante más de treinta años, y para colmo de violaciones y sacrilegios, se procedió a cortarle los tres dedos de la mano derecha con que bendecía y a desnudarle públicamente de sus insignias y vestiduras, dejándole tan sólo el cilicio, que apareció pegado a la reseca piel.
El ultrajado cadáver fue echado al cementerio profano de los extranjeros y, excitada la plebe por el salvajismo de sus autoridades, se lanzó como una hiena sobre los restos putrefactos de su antiguo señor y papa arrojándolos al Tíber.
Con acento desgarrador y expresiones tomadas de Jeremías nos narra lo sucedido un escritor contemporáneo y lo confirman Liudprando, el sínodo romano del año 898 y Flodoardo, ya que las actas del “concilio cadavérico” fueron quemadas al año siguiente del vergonzoso y bárbaro atentado.
Como señal de la cólera divina y por impulso del ángel malo, como asegura Liutprando, el año 897 las piedras mismas de Letrán, residencia del indigno papa Esteban, lanzaron su grito de escándalo, derrumbándose la gran basílica, madre de todas las iglesias, desde el altar hasta el pórtico.
Sobre la persona misma de Esteban VI no tardó en caer el castigo de Dios. Alzóse contra él parte de la población, partidaria de Formoso; le despojó vivo de sus vestiduras, como él había despojado a Formoso muerto, lo metieron en una prisión y lo estrangularon.
Una nota crítica. La confirmación por numerosas fuentes de este nefando hecho les impide a los autores de esta obra ocultar los hechos: citan a Liutprando como una de las fuentes.
Ahora bien, cuando se trata de dar credibilidad a las "hazañas" erótico-festivas de otro papa, Juan XII, precisamente y quizá porque aquí entra en juego un tema vergonzante e indecoroso, dicen: "No podemos dar crédito al apasionado y parcial Liudprando de Cremona..." Y siguen: "Tampoco es digno de fe el Liber Pontificalis, que 'probablemente' depende 'en esto' de Liudprando..."
Para terminar, sugiero adentrarse, un siglo más tarde, en los avatares sucedidos entre Bonifacio VII y su "amigo" del alma Juan XIV al que dejó morir de hambre en los calabozos de Santángelo.
Años duros y negros aquellos... ¿Años? ¡Si la historia de la Iglesia, desde el siglo VI hasta el XIV, está plagada de tenebrosos y nefandos hechos! Siglos precedidos por otros de verdadero comportamiento criminal, IV y V sobre todo, dedicados a raer, a sangre y fuego, el legado pagano. Vendrían luego los siglos gloriosos, gloriosos por los territorios controlados, las riquezas acumuladas, el poder alcanzado y la dominación ejercida: XV a XIX.
Son, lo que decíamos ayer, "leves chispazos" que calan en la mente de quien quiera pensar... aunque... no piensan porque, como escribe Deschner, si lo hicieran con lógica el cristiano terminaría en no-cristiano.