"Cuando contemplo el cielo obra de tus manos"... deduzco lo que quiero.

Con menor frecuencia dialéctica pero mayor homilética, la contemplación de la naturaleza sirve a los embaucados por la mística natural para acceder a Dios. Y hasta recitan los salmos de David repitiendo tras cada aldabonazo sensiblero "qué admirable es tu nombre".
Resulta hasta curioso que idénticos fenómenos naturales a unos les sirva como goce estético; a otros como relax peripatético; a otros les inicie en una profesión que sustenta una familia o crea escuela; a otros les inspire la creación de sublimes obras literarias, pictóricas o musicales; y a otros les empuje a ver a Dios...
Y quien más quien menos, todos pretenden dar las claves de su "funcionamiento" en la parcela específica de referencia, excepto las religiones, que en su propósito holístico arramblan con todas. Una de las "teorías" últimas, por demás convincente y contrastada con hechos, que no con supuestos, la de Charles Darwin.
En pura lógica habrá que pensar que no son los fenómenos en sí los que producen tales reacciones sino la receptividad de la persona y la propia predisposición psíquica. Son los condicionantes previos de la persona que buscan sustento en cualquier supuesto. Unas veces queda constatado y otras no. ¿Cuál de tales certificaciones tiene valor real?
La contemplación de la Vía Láctea, la búsqueda en el cielo de constelaciones, la disposición de las Osas Mayor y Menor a lo largo del año, las estrellas fugaces, el inmenso y fulgurante cielo visto desde la negrura de un bosque... producen en científicos, racionalistas y creyentes similares efectos estéticos o cuasi místicos.
Una consecuencia de la guerra de la Naturaleza, del hambre, de la muerte... es la aparición del ser más sublime que pudiéramos concebir como es el advenimiento de animales superiores. Existe grandeza en esta visión de la vida, con sus variados poderes, que primero se manifestó en unas pocas formas elementales, todo ello mientras este Planeta ha estado girando conforme a las leyes fijas de la gravedad. De comienzos tan simples, por evolución, se han ido formando seres vivos maravillosos y llenos de belleza (Ch. Darwin).
Puede parecer que las religiones aportan la más sublime consideración de los fenómenos naturales al elevarlos de grado. No es así. Con su concepción minimalista no son capaces ni siquiera de entender en su sublime complejidad las leyes que rigen la naturaleza. Simplemente con un “Dios gobierna todo” solucionan la papeleta. Eso sólo sirve para cautivar y cultivar incultos.
Con relación a la naturaleza las religiones se sirvieron de ella mientras pudieron. Luego llegó la etapa de mudez y preterición.
Eso sí, casi ninguna religión importante ha vuelto sobre sus pasos para reconocer que “esto es mejor de lo que habíamos pensado. El Universo es mucho más grande de lo que dijeron nuestros Profetas, más hermoso, más sutil, quizá más elegante”.
¿Por qué, si de ello podrían surgir más puras e incontaminadas? Cualquier religión, vieja o nueva, grande o pequeña, que enfatizase la magnificencia del Universo tal como ha revelado la ciencia moderna, podría ser capaz de obtener reservas de reverencia y asombro dificilmente explotadas por las creencias religiosas al uso. En vez de ello parecen decir: “No, no, no, yo me contento con mi pequeño dios y quiero que todo siga así”.
Pues en la misma lógica de sus credos, podemos decudir que si de tal contemplación se deduce “un dios”, podemos dar el nombre de dios a cualquier cosa
Algunas personas tienen sobre Dios puntos de vista tan amplios y flexibles que es inevitable encontrarlo doquiera lo busquen. Se oye decir: “Dios es lo definitivo”, “Dios es nuestra mejor naturaleza”, “Dios es el universo”. Por supuesto y al igual que con cualquier otro concpeto a Dios le podemos dar el significado que queramos. Si uno quiere decir que “Dios es energía”, se puede encontrar a Dios en un trozo de carbón ( Steven Weinberg, premio Nobel de Física)
Por eso mismo a veces se les hace decir a científicos no encuadrados en el "staff" creyente cosas que no tienen nada que ver con un dios personal, digno de adoración, creador, sobrenatural y eterno. Einstein, por ejemplo, invocó a Dios, más o menos lo admitió, pero no desde luego en el sentido que quieren darle los sobrenaturalistas de turno.
La misma frase final del libro Breve Historia del Tiempo (St. Hawkings) se ha entendido como una declaración hacia Dios: “Para entonces nosotros deberíamos conocer la mente de Dios”. Sin entender la ironía que encierra.
Sucede lo mismo cuando personas de renombre, con una sensibilidad estética aguda, ensalzan el poder magnético de iglesias, mezquitas, sinagogas y templos en general, como si cualquiera de estos espacios fuera “locus iste a Deo factus est”. ¿Se pueden utilizar sus palabras como justificación de la credulidad que sustenta todo eso? Los creyentes dirán que si.