De creyentes y crédulos y la "pérdida de la fe".
Si el crédulo reflexiona sobre su fe puede suceder que caiga en la cuenta de muchas irracionalidades y dé de lado lo que antes seguía a pie juntillas. Más común es el hecho de que piense, no en el contenido de su fe sino en las adherencias pegadas a la fe: las riquezas de la Iglesia, la pederastia, el servilismo hacia el poder político...
La deriva del crédulo a partir de esos supuestos "reflexivos" es un apartamiento gradual de los ritos hasta terminar en la indiferencia y el alejamiento. Eso ha sucedido y está sucediendo en España, donde asistimos a una gran masa de "apartados" que nunca conocieron lo que creían. La falta de cultura tenía mucho que ver, desde luego.
El asunto de los creyentes que se apartan de las credulidades y las fustigan es otro cantar. Eso que "ellos" llaman pérdida de la fe implica, en quienes han reflexionado seriamente sobre ella, un compromiso intelectual con la misma, quizá mucho mayor que la pretendida sumisión del crédulo que, las más de las veces, no sabe siquiera en lo que cree porque nunca ha “repensado” su fe.
La fe es un mundo en el que el creyente verdadero, el reflexivo, se instala; en los demás, crédulos inveterados, la fe es un submundo presupuesto pero no consciente.
En el choque con la razón --y la fe siempre choca con la razón--, el enfrentamiento se da entre dos mundos excluyentes. La supuesta fe del crédulo no corre peligro alguno, porque en su razón no chocan razón y fe, sino razón y conveniencias personales y sociales.
La elección es más fácil en el crédulo, por una parte porque apenas si utiliza su razón con la profundidad que la fe exige; por otra, por la imposibilidad de desprenderse de las concomitancias que la práctica de la fe lleva consigo, necesarias para seguir subsistiendo.
Cuando un crédulo trata de defender su fe, que las más de las veces es defender su asistencia a unos ritos... ¡no sabe! Recurre entonces a slogans, tópicos aprendidos, frases hechas, argumentos de autoridad o bien a la descalificación del contrario por la vía del ataque personal y el insulto.
Y cuando aparecen tales "argumentos de peso" --la cornamenta y la testuz suelen pesar bastante-- deducimos que detrás no hay nada, deducimos que nos encontramos con un "crédulo" convicto, que no convencido. Éstos, en el dar de sus cornadas, lo que dan es pena. Ni son capaces de repensar su fe ni tampoco el porqué de quienes argumentan o tratan de esclarecer lo que hay detrás de sus creencias.
¡Si no lo viéramos a diario en este Blog! ¡Estos sí que son el epónimo de la credulidad!