La expresión alegre como síntoma de felicidad...

Me fijaba el domingo pasado en el arzobispo de Burgos, celebrante principal de la solemne misa catedralicia.
Un aparte: ¿no emitió la Conferencia Episcopal un Decreto referente a la música a interpretar en el recinto sacro? Pues hete aquí cómo el Coro de RTV "tuvo" que interpretar "destrozos" de Händel y Beethoven no precisamente sacros. Ombra mai fu, de la ópera Xerxes viene a expresar lo bien se está a la sombra de un árbol: Ombra mai fu di vegetabile,cara ed amabile,soave più, haciendo de Credo; luego la VI Sinfonía de Beethoven, también muy "pastoral" para adornar el Sanctus. ¿O la música clásica es comodín para todo?
Pero no seamos tiquismiquis, porque el evento, homenaje casi personal de J.M. Cano a los dos cooperantes muertos el verano pasado en el accidente de tren de Villada bien lo merecía.
Y respecto a nuestro ínclito arzobispo --¿Fco Gil Hellín?-- ¿ni una sonrisa en toda la ceremonia? ¿Por qué esa expresión tan lánguida, tan mortecina, casi tan amargada?
Estamos tan acostumbrados a ver cómo la religión se apropia de todo lo humano, que ya hasta nos parece normal: festividades, sentimientos; celebraciones, emociones; desastres, angustias; felicidad, alegría... Todo lo fagocita la religión para luego reciclarlo.
Pero no todo lo humano, de lo que por asunción se apropia, responde de forma satisfactoria a la descarada manipulación de que hacen gala.
Felicidad y alegría, “realidades” humanas inasequibles a su voracidad.
Cuando ellos hablan de alegría los conceptos se entienden. Pero ¿de qué alegría hablan?. A despecho de que hablemos de dos conceptos distintos de alegría, no se concibe la que ellos esgrimen. Lo que cualquiera percibe en esa su alegría de los hijos de Dios es una inmensa tristeza a los ojos de los hombres.
Casi ha sido como una obsesión. Durante años me he dedicado a observar el rostro de los asistentes a los ritos religiosos, por tenerlos enfrente.
No escalemos las rampas teológicas y miremos las cosas con ojos que tanto crédulos como razonantes tienen en en común, los ojos del sentido común, que se supone y es “común” a ambos dominios.
Vulgarmente se dice que “la cara es el espejo del alma” y en psicología se estudia la psicomorfología. Pues bien, lo que expresan esos rostros es una tristeza vital tan profunda que parece rezumar por los poros de su piel. ¿O quizá sea aburrimiento?
La alegría, aún dentro de la seriedad, se manifiesta por rasgos psicomorfológicos: ojos con brillo especial, rictus de la boca, arcos ciliares, postura más o menos erguida de la cabeza, expresión que puede hacer brotar la sonrisa o la risa en cualquier momento... ¿Por qué la risa jamás ha logrado introducirse en los ritos? ¿Pervivencia de lo narrado por Umberto Ecco?
La mirada y la actitud de un niño sano y querido por sus padres es el mejor modelo de tal alegría. En cambio, lo que indican esos rostros avejentados es tristeza, podríamos decir que tristeza sobrehumana, tristeza sobrenatural...
Otro tanto se puede decir de los jerarcas: no hay más que observarles oficiando sus ceremonias, sobre todo a aquellos sacerdotes “de edad” que, por ascesis, dedicación y tiempo debieran estar pletóricos, radiantes y saturados de la gracia divina.
Véanles en las retransmisiones televisadas de actos dominicales, en esos inoportunos primeros o medios planos de la cámara: no es seriedad, que ciertamente la hay, es tristeza, profundísima tristeza, decaimiento, depresión física, como de personas que han ido perdiendo por el camino de la vida jirones de su vitalidad.
Excepción: aquéllos que han sabido llenar su tiempo y sus ocios con algo más que "sursum corda" y "labia mea aperies".
Pregunto de nuevo: ¿de qué alegría estamos hablando?