Muy instructivo

Me he topado en algún lugar de mi biblioteca con la biografía de uno de los sabios más sabios del siglo XIX, o al menos uno de los sabios que generaron un cambio trascendental en la ciencia y, de rechazo, en el pensamiento respecto a lo que hasta entonces se creía sobre la “palabra de Dios”, la Biblia.

Y me he detenido en el modo como afrontó los credos religiosos en conflicto con lo que él iba descubriendo. Necesariamente hubo de chocar con las autoridades pías del credo evangélico. También del católico. Se llamaba Charles Darwin (1809-1892).

La singladura vital de Darwin junto con la misma “evolución” de su pensamiento es digna de ser conocida. Y más en el tiempo en que le tocó vivir, pleno siglo XIX. Como era normal, siendo niño asistía junto a sus padres a los oficios religiosos, a pesar de que sus ascendientes tenían fama de librepensadores. Con ocho años ya le entusiasmaba la historia natural; con dieciséis realizó junto a su padre, que pretendió que Charles estudiara medicina, prácticas de cirugía, algo que le causó espanto; dado su poco interés por la medicina, quiso su padre que estudiara para ser pastor anglicano, algo que tampoco le sedujo, dedicando la mayor parte del tiempo a prácticas de entomología, botánica, clasificación de plantas, estudios geológicos, reuniones en la “Sociedad Pliniana” y, sobre todo, lecturas que influyeron decisivamente en su porvenir:  la Teología Natural de William Paley y las obras de Herschel y von Humboldt.

Pero ya sabemos que lo que cambió su vida fue el viaje, sin derecho a salario, que realizó en 1831 en el HMS Beagle junto a otros científicos, incitado a ello por su antiguo profesor y amigo Henslow. Dada su juventud, 22 años, y aunque ya tenía una base sólida en geología y otras ciencias de la naturaleza, más iba como acompañante que como encargado.

Lo que iba a ser un viaje para cartografiar América del Sur se convirtió en una vuelta al mundo que duró cinco años. En un principio lo que más le cautivó fue el hallazgo de fósiles marinos en planicies y terrenos elevados; también, cómo la diversidad del medio natural influía en la variedad de animales. Con regularidad iba enviando a su familia y colegas observaciones precisas sobre biología, geología y sociología junto a muestras de lo que encontraba.

Darwin seguía creyendo en el hecho creador, pero es curioso advertir cómo hablaba de “centros de creación” cuando se encontraba con individuos similares en ecosistemas diferentes: partía de la convicción de que Dios había creado todo, aunque sus hallazgos le obligaban a variar el concepto creacionista que antes tenía. En Australia, y a la vista de determinados animales similares, le pareció como si “dos creadores hubieran obrado a la vez”.

A su regreso, Ch. Darwin ya fue tenido como una celebridad, tal era la diversidad de muestras enviadas, especialmente fósiles, y las observaciones escritas que acompañaba. Por ello, en 1837 fue elegido miembro de la Sociedad Geográfica y más tarde de la Royal Society. Había enviado tal cantidad de especímenes y había escrito tanto sobre fósiles, plantas y animales, que fue requerido por multitud de centros científicos para desarrollar sus estudios. A ello coadyuvaron el citado Henslow y el gran científico y divulgador Ch. Lyell.

Consiguió que otros científicos examinaran y clasificaran los ejemplares acumulados, especialmente aquellos fósiles emparentados con animales actuales. Entre sus muchas observaciones apuntadas, está la sospecha de que no había una diferencia insalvable entre los animales y los hombres.

Tanto como se lo permitió su mala salud, continuó publicando, investigando y experimentando para confirmar sus hipótesis evolucionistas y sobre la selección natural. Aparte de “El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida publicó muchos otros libros, siempre acogidos con enorme interés por la sociedad culta: “El origen del hombre...”, “La expresión de las emociones...”, “Autobiografía...”,

Hablábamos arriba de la “evolución” del pensamiento de Darwin, especialmente de sus creencias religiosas. En sus años jóvenes Darwin fue un convencido de la verdad literal de la Biblia. Pero sufrió la influencia de “amistades peligrosas”, como John Herschel o William Paley, influencia que inculcó en él el sentido crítico respecto a los milagros o la teleología, es decir, los fines y propósitos de la creación.

Al retorno de su viaje, la teoría creacionista pura quedó arrumbada, admitiendo además que quizá otras religiones también fuesen “verdaderas”. La lectura de Malthus le hizo pensar en que los “proyectos” divinos no eran tan buenos como podrían parecer. Y sus propias observaciones sobre “selección natural” le convencieron de que el diseño divino no era tan perfecto como sus creencias primeras presuponían. De todas formas y durante mucho tiempo Darwin sí sostuvo, aunque fuese de labios para afuera, que Dios era el “dador de vida”.

Ya a sus cuarenta años, Darwin comenzó a dar de lado las prácticas religiosas, sin manifestarse contrario a ellas, porque era consciente del arraigo de la religión en su sociedad. Sin embargo, cuando ya tenía sesenta años, 1879, manifestó que, sin declararse ateo, la mejor definición de su relación con la religión era la del “agnosticismo”. Ya en 1880, en una carta a su abogado dice: Lamento tener que informarle que no creo en la Biblia como una revelación divina, y por lo tanto tampoco en Jesucristo como el hijo de Dios. Es una clara manifestación de “ateísmo”.   

La muerte de su hija Annie en 1841, con diez años, fue también causa de su definitivo alejamiento de las prácticas religiosas, cuando no el mazazo para dejar de creer internamente en Dios, sin atreverse a manifestarlo públicamente.

No puedo dejar este esbozo sin el oportuno y obligado apólogo moral, pues con ello también los “sin credos” podemos adoctrinar con el ánimo puesto en el amejoramiento de la necesaria instrucción que condiciona la conducta social.  Y para ello, escojo un fragmento relacionado con la educación que deben recibir los niños, en este caso “que no deben”, y que Darwin ofrece en su Autobiografía:

“No debemos dejar de lado la probabilidad de que la constante inculcación de la creencia en Dios en las mentes de los niños pueda producir un efecto tan fuerte y duradero en sus cerebros, aún no completamente desarrollados, que provoque que a ellos les resulte tan difícil desembarazarse de aquélla, como a un mono deshacerse de su instintivo miedo o repugnancia a la serpiente”.

Piensen algunos en el porqué de su resistencia a dejar creencias absurdas –inculcadas en la niñez y remachadas en la juventud-- que chocan frontalmente con el sentido común; por qué otros han sabido desalojar de su mente criterios fundados en sinrazones; o por qué determinadas ciencias deshacen credulidades cuando en algunos aspectos chocan con los credos.

Volver arriba