La libertad de expresión que coarta un papa.

A la Ida. dirección Coruna - a la dcha. Madrid
El papa Francisco “cae bien”, o al menos caía bien; todos le reconocen su espontaneidad, su cercanía, su sonrisa perenne, en fin, su humanidad. Decíamos también por aquí que tales muestras de carácter son propias de su personalidad “argentina”. Decimos “argentina”, no argéntea. No le importa que las palabras de un papa siempre se midan al nanomilímetro. Este papa ha dicho que no, que es mejor soltar las cosas, que se sepa todo y que luego le interpreten como a cada uno le pete.
Hace unos cuantos escritos nos referíamos aquí a la “boutade” del papa Francisco con relación al dinero y a su diabólico origen. Hoy me acuerdo de aquellas palabras salidas de su espontaneidad visceral relacionadas con las sátiras de un semanario, Charlie Hebdo, sobre los musulmanes y sus credos, mejor dicho, sobre los credos musulmanes.
Desde luego que él no justifica, y lo dice, el que se mate en nombre de Dios. ¡Vaya, al menos ya ha dado de lado 1.500 años de historia católico-cristiana! Pero luego, dirigiéndose a determinadas personas “malvadas”, recrimina a tales infieles la burla que hacen de la fe; no tienen éstos derecho a provocar; que aquel que incurra en tales hechos, deberá soportar el débito de que eso no le va a resultar gratuito y que habrá de esperar la reacción indignada de los fieles sinceros. En su reacción “natural”, no pensada, espontánea, sentenció que no ha lugar a la burla de la fe, que hacerlo es una provocación y que al que caiga en ella no debería extrañarle sufrir en sus carnes la reacción indignada de los creyentes.
Esto fue lo que la prensa reprodujo en su momento [Emotivo lo de "mi mamá"]:
“En cuanto a la libertad de expresión: cada persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común (…) Pero sin ofender, porque es cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el doctor Gasbarri [organizador de los viajes papales], que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. (…) Hay mucha gente que habla mal, que se burla de la religión de los demás. Estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al doctor Gasbarri si dijera algo contra mi mamá. Hay un límite, cada religión tiene dignidad, cada religión que respete la vida humana, la persona humana… Yo no puedo burlarme de ella. Y este es el límite. Puse este ejemplo del límite para decir que en la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi mamá”
Podrá no ser infalible, pero ¡si lo dice el Papa! Nada menos que “el Papa”. Sus palabras tienen un valor añadido que no lo tienen las sentencias de instituciones europeas o mundiales. El papa, la religión, esgrimen derechos supuestamente por encima de cualquier derecho. ¡Ya asomó la pata, el lobo con sonrisa de cordero! ¡Ya dejó traslucir el pelo de dehesa que reluce por debajo de toda la parafernalia alto-vaticana! Y si hay provocación, habrá respuesta equitativa, congrua y condigna. La muy ilustrada y democrática “libertad de expresión” no puede amparar provocaciones como el Código da Vinci o caricaturas de Mahoma. “Eius sánctitas dixit”.
Pero hay quienes sí se sienten amparados por otras “instancias” como “El Consejo de Europa”:
El debate, la sátira, el humor y la expresión artística deben disfrutar de un alto grado de libertad de expresión y el recurso a la exageración no ha de ser visto como una provocación.
Pues lo dicho o lo que muchos que no se sienten ni representados ni ovinamente sumisos ante tan encumbrada autoridad: la religión es un conglomerado de ideas y como tales pueden ser objeto de análisis e incluso de diatribas. Opiniones y contra opiniones sólo tienen una cortapisa: la ley. Ése es el único límite a la libertad de expresión.
La ley protege a las personas, no a sus ideas, sus ceremonias o sus dioses: en una sociedad verdaderamente democrática, la libertad de expresión la delimitan las leyes, no los creyentes. Donde son éstos los que determinan su ámbito, la democracia recula. La blasfemia, dentro de sus recintos, será pecado, pero fuera de él no es delito.
La ley no está para proteger ideas ni ceremonias, sean religiosas o no, ni divinidades, sino a las personas. Las ideas religiosas no son más que fantasías que se revisten de ceremonias y ante las que grandes multitudes se inclinan.
Merecen el mismo respeto que quienes defienden la adivinación, se estremecen ante el influjo de los Ovnis o aplican la magia para curar la aerofagia. Inclinarse, adorar, cantar y procesionar tras una oblea es tan respetable, o sea nada, como dar vueltas alrededor de un pedrusco renegrido, dicen que un meteorito, por más que éste se encuentre en el centro de una inmensa plaza y se halle embutido dentro de un inmenso cubo.
“La creciente sensibilidad de algunos grupos religiosos no debe restringir bajo ningún concepto la libertad de expresión” (Consejo de Europa).
La legislación internacional sobre los derechos humanos no puede ni debe proteger a las religiones en sí, pero protege y debe hacerlo a los individuos y grupos, de la discriminación, la violencia y la hostilidad sobre la base de su religión. Las creencias religiosas, las ideas y los sistemas no deben estar exentos de discusión, debate e incluso fuertes críticas, ya sea de comentaristas internos o externos (WAN-IFRA).
El humor que induce a la risa es un escalón superior en el proceso evolutivo de la hominización. Sáquese la consecuencia.
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[Ayer no hubo artículo. “Cerrado por contingencia familiar”. Todavía estoy asimilando el percance. Hay días que mejor que no amanecieran. Me queda el consuelo de que no tuvo “ella” la culpa, pero ayer perdí mi coche incendiado tras recibir un fuerte impacto por detrás. Km. 16 de la carretera de la Coruña a las 9:45 y que provocó tan monumental atasco. El golpe que recibió la conductora la dejó conmocionada. Ocho horas en observación en el hospital de Majadahonda para decirle que no tiene nada. [Será que recibió la protección del santo del día, precisamente San Moisés. No por eso, cuidado, voy a hablar de milagro ni de “Dios te ha castigado” por tus escritos. Pero, eso sí, gracias por las condolencias].