¿Por qué murió Jesús?

La pregunta podría ser “por qué lo mataron” y no “por qué murió”. Pero da igual. Jesús murió porque lo condenaron a muerte y lo asesinaron miserablemente, eso sí, según las leyes romanas en vigor.

Parece, por el contenido global de las Cartas de San Pablo, que se quieren negar las evidencias, cual es la de que fueron los romanos los que condenaron a muerte a Jesús. Y siguiéndole a él, toda la caterva de jerarcas y predicadores cristianos que convencieron al vulgo crédulo de que fueron los judíos quienes asesinaron a Jesús.

Hoy están todos de acuerdo en que Jesús fue condenado a muerte según las leyes romanas en vigor. Dura lex, sed lex. Es lógico preguntar: ¿pero qué ley? Bien claro lo ponía la tablilla colgada al cuello del condenado: “Iesus nazarenus rex iudeorum”, Jesús el nazoreo (otros dicen “de Nazaret”) rey de los judíos. Algunos judíos ya se dieron cuenta de que eso era algo ignominioso y quisieron convencer a Pilato de otra cosa, de que él se había proclamado rey de los judíos sin serlo.

Hemos citado a Pablo de Tarso porque es el primero que afirma la autoría judía y el primero que se contradice a sí mismo al referirse a la muerte de Jesús. En primer lugar, parece que ni siquiera la muerte real del individuo, de Jesús, le interese a Pablo de Tarso. Él tiene una idea clara y todo lo subordina a tal idea: la muerte de Jesús sólo se puede entender en sentido religioso. Además, “la muerte no es el final”, porque hay una resurrección.

Es seguro que Pablo tuvo conocimiento de cómo había muerto Jesús, por leves referencias a “la noche en que fue entregado”, “llevo en mi cuerpo los estigmas de Jesús”, “la cruz”, etc. pero tal conocimiento de los hechos reales no le dice nada a él. Los da de lado, los obvia, los trasciende y los sublima. Y en este sentido marca el camino de toda la tradición cristiana. Da a entender y parece que Jesús no murió según el ordenamiento jurídico romano. La idea fija de Pablo es trasladar la culpa al pueblo judío con el propósito de desligarse definitivamente de la ley judía en pro de una religión para todos: “Éstos [los judíos] son los que dieron muerte al Señor y a los profetas y los que nos han perseguido a nosotros” (I Tes. 2, 15).

Pero el delito de Jesús era claro: “Rey de los judíos”, delito de lesa majestad, delito contra el estado, delito castigado con la muerte. Dura ley, pero a ella debían atenerse. Someterse a la ley, lo mismo que Pablo de Tarso recurrió a su ciudadanía romana para no ser condenado sin haber sido escuchado.

Tomando textos del mismo Pablo y por la vía de la deducción, llegamos a concluir que Pablo reconoce que Jesús fue condenado “justamente” no por ser hijo de Dios, no por ser el salvador del mundo gracias a su sacrificio, no por ser el que venía a abolir la ley judía… sino por proclamarse rey o tener pretensiones regias.

En Romanos 1, 3 dice que Jesús nació de la estirpe de David. Esto se afirma también en los Evangelios y dado que Pablo escribió su carta antes que los Evangelios, es de suponer que ambos recogen una tradición común. ¿Qué quiere indicar? Ni más ni menos que su estirpe es de reyes. También hay referencias en sus Cartas al “reino” (I Cor 15, 24) y a su “imperio” (Rom, 15, 12) que Jesús venía a instaurar. Otra señal es referirse a Jesús como “Cristo”, ungido, que en hebreo es lo mismo que Mesías, con todo lo que esta palabra significaba para los judíos.

Estas leves referencias dan testimonio de una tradición respecto a Jesús de las que Pablo se hace eco y les da carta de naturaleza. Es cierto que todo ello lo refiere a un Jesús salvador y que su mensaje es puramente religioso. Pero ello es signo de que el Jesús real está presente en el Jesús que se le revela; que el Jesús condenado no era sólo el Jesús que escapa de la historia.

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