Los 7 pecados capitales… + 1 de la Historia de la Iglesia (y 11)

8º b.- 8 b. LA DESTRUCCIÓN DE LA CULTURA ANTIGUA Y LA RUINA DE LA EDUCACIÓN .
Se achaca a las invasiones bárbaras la ruina del Imperio Romano de Occidente y no se puede negar. Previamente mucho había cambiado en la sociedad romana y en el entramado administrativo. Signo de tal cambio lo podemos ver, por ejemplo, en las villas de riquísimos hacendados alejadas de la administración central y de las ciudades, con fincas de enorme producción agraria, cientos de peones o esclavos a su servicio y con un cuerpo de seguridad propia de hasta doscientos soldados... Tenemos muchos ejemplos en España, como el La Olmeda, en Palencia. Huían de la sofocante administración central y también del imperio del dios cristiano, conservando la veneración por sus dioses protectores, como se ve por los mosaicos y demás restos.
Sin embargo, la desestructuración social tenía otras causas, entre ellas la nueva mentalidad imperante, la introducida por el cristianismo. El virus de la descomposición del Imperio estaba dentro, un virus inoculado por los cristianos para quienes la defensa de las fronteras, el militarismo, el fortalecimiento del poder central y el espíritu imperialista anterior estaban subordinados a la extensión de su credo.
A la par que destruían todo lo que supusiera recuerdo de un pasado pagano, acabaron con la EDUCACIÓN, que fue la no imaginada y tremenda destrucción propiciada por el cristianismo.
Extirparon la cultura de la Antigüedad, que fue desterrada de las escuelas, sustituida por la enseñanza teológica. A lo largo de toda la Edad Media sólo consideraron de utilidad aquellas enseñanzas que contribuyeran a la predicación cristiana.
Se sabe que entre los reunidos en el Concilio de Calcedonia había 40 obispos analfabetos, que no sabían leer ni escribir. Los Papas de estos siglos presumían de su ignorancia: por supuesto ya no sabían leer los textos en griego del N.T. y hablaban pésimamente el latín. Dicen que la mayor parte de los Papas de los siglos IX y X no sabían leer ni escribir.
Según la tradición el “gran” Gregorio Magno mandó quemar la gran biblioteca que había en el Palatino. Todavía en la Edad Media las artes eran consideradas “necedades y vanidades” –“mi gramática es Cristo”--, como mucho eran “instrumentum Theologiae”. Entre los miembros de las órdenes religiosas había numerosos “illiterati et idiotae”. Lógicamente el floreciente comercio de libros de la Antigüedad, desapareció: los monasterios lo único que hacían era recibir, no producir. Alcuino de York y Rábano Mauro escribieron “Manuales Theologiae” que ¡trescientos años más tarde! todavía utilizaban los estudiantes. La frase de Tomás de Aquino puede servir como indicativo del “ambiente cultural” de ese tiempo: “…el afán de conocimiento es pecado cuando no sirve al conocimiento de Dios”.
Importa tener en cuenta que sólo estudiaba una ínfima minoría de la población, ni siquiera los nobles, pues la mayoría de los príncipes cristianos no sabían leer ni escribir. Muchos curas de aldea apenas si tenían conocimientos de teología. Las masas populares, por supuesto, eran analfabetas. De eso se prevalían los clérigos, que podían engañar al pueblo y a sus soberanos con mayor facilidad (¡todavía lo hacen hoy!).
Ese espíritu de necedad generalizada contagió y fue propiciado por los gobernantes. Se dice de Bravo Murillo (1803-1873), que respondió a la petición de erigir una escuela para 600 hijos de obreros esta célebre frase: “Lo que necesitamos no son hombres que sepan pensar sino bueyes que sirvan para trabajar”.
¿Las Universidades? Un disfraz de ciencia. Sí, se estudiaban Leyes y similares, pero la verdadera ciencia que hace progresar la sociedad y es germen de técnicas adecuadas brillaba por su ausencia. Todo estaba subordinado a la Teología. La misma Filosofía, “ancilla philosofiae”, estaba anclada en el aristotelismo, muy adecuado a la Teología y que ha perdurado en los Seminarios hasta el s. XXI. La Historia como ciencia, desconocida. La experimentación inductiva, estaba prohibida; las ciencias experimentales, prohibidas por chocar con los conocimientos que transmitía la Biblia. De hecho científicos hubo que terminaron en las cárceles de la Inquisición o en la hoguera. Desde 1163, por decreto de Alejandro III, les estaba prohibido a los clérigos el estudio de la Física. Sólo se sabe explícitamente de Francia: en 1380 y ateniéndose a un decreto del Papa Juan XXII el Parlamento prohibió el estudio de la Química. La Medicina que florecía en los países árabes estaba anclada en Hipócrates entre los cristianos y la investigación más o menos prohibida: la disección de cadáveres era un crimen; los fármacos de plantas naturales, magia o hechicería. Recordemos el caso del belga Andrés Vesalio, médico que llegó a ser de Carlos V y Felipe II. Fue condenado a muerte por sus prácticas con cadáveres y por afirmar que la mujer no tiene una costilla menos que el hombre, muerte que Felipe II condonó a cambio de peregrinar a Tierra Santa.
Continuación o consecuencia de esta tiranía crédula del saber estaba la censura eclesiástica, paralela a la historia de la Iglesia, pues ya en tiempos de Pablo de Tarso fueron quemados libros paganos. La malquerencia contra libros paganos, judíos, árabes, arrianos, nestorianos, luteranos… llevó a su quema y prohibición, ésta continuada con el Index librorum prohibitorum. Historia esta de los libros que llenaría todo un apartado de la Historia general.