¿Qué piensas sobre la divinización de Jesús?

En los artículos precedentes se nos ha ofrecido un análisis hermenéutico de textos, a la vez que una relación histórica y contextual del proceso divinizador del individuo humano Jesús. Esta mutación se llevó a cabo a lo largo de casi cuatro siglos. “Gracias” a ella, el personaje “Jesús” pasó a ser considerado, creído, ritualizado y devotamente venerado como “dios”.

Por supuesto, de todo este proceso el vulgo no tiene idea alguna. Y tal opinión la extendemos, incluso, a quienes han recibido una formación teológica profunda: curas y frailes, incluso monjas. Han profundizado, sí, pero sólo en el legado teológico propio, no en los aspectos reseñados en los seis artículos anteriores. Y la mayor parte, por falta de praxis o desistimiento, han olvidado los detalles. Y si algunos se han asomado al abismo, ha sido para tratar de negar o relativizar las conclusiones.

Decimos que el vulgo, es decir, la inmensa mayoría de los fieles creyentes cuyo número se mide por millones, lo único que conoce de la doctrina cristiana es el Credo y las distintas oraciones de la misa o jaculatorias variadas y algún que otro rito. Su fe se mantiene por creencias legadas. El interés en profundizar sería algo así como machacar en hierro frío, como dice el refrán. Ni les interesa, ni quieren, ni podrían asimilar, por falta de sustrato instructivo.

Cierto que lo que decimos sólo se basa en la observación de aquellos que asisten al rito dominical en determinadas iglesias tanto rurales como urbanas: la frecuencia numérica a que nos podemos remitir, por supuesto es muy pequeña, ínfima, pero es extensible a inmensas capas de población donde no sólo la cultura cristiana sino la cultura en general son desconocidas por falta de instrucción.

Decimos observación… Refiero lo que veo: cuando de recitar Gloria o Credo se trata, el conjunto masculino no abre la boca; de las mujeres, al escuchar, apenas se oye un leve susurro y si el sacerdote celebrante no guía el recitado, éste muere por consunción.

Y si ahora pasamos a las personas instruidas, ¿qué pueden opinar de lo que en los seis artículos precedentes se ha dicho sobre la divinización de Jesús? La lógica y la deducción histórica debieran imperar a la hora de considerar al personaje Jesús que, según parece y supuestamente, vivió en los tiempos de Octavio Augusto, emperador desde el 27 a.c. hasta el 14 d.c., y de su sucesor, Tiberio Augusto (†37).

Tanto la lógica como la historia se niegan a considerar a un hombre como dios, por muy “profeta”, milagrero o “boca de oro” que sea. Entre otras cosas porque Dios siempre ha sido un concepto multiforme, evanescente e imposible de concretar en ideas; y la inmensa mayoría de los dioses siempre han sido seres inexistentes, invisibles o invención de los humanos.

Y seguimos preguntando por la opinión que se pueda formar sobre Jesús la persona instruida, a saber,  si tales afirmaciones le han producido algún tipo de alteración mental; si ha dudado de lo que siempre le han dicho; si ha sentido algún tipo de furia piadosa rebelándose contra aquello que incide en sus creencias más firmes; si, por su parte, ha prejuzgado y supuesto que todo eso que se dice de Jesús es falso o no tiene relación ninguna con  Cristo; si sería capaz de organizar una argumentación eficaz…

En estos últimos supuestos, ¿por qué trata la persona instruida de defender o salvar el legado que a él le han trasmitido? No se nos alcanza que le puedan asistir motivos racionales, desde luego, porque determinados estudios actuales sobre Jesús no admiten discusión; porque la comparación histórica no deja lugar a dudas; porque entre dos supuestos igualmente probables, la mente tiende  a aceptar el más verosímil y, sobre todo, porque la  razón  humana rechaza todo aquello que no se rija por las leyes naturales. 

Los motivos son otros y responden el amplísimo espectro de las pulsiones emocionales, alimentadas tanto por la propia idiosincrasia del individuo como por los refuerzos que provienen del entorno social, sea este entorno sincrónico o diacrónico.

Considerando que el creyente instruido se ha interesado de alguna manera por lo que se diga respecto a la divinización de Jesús, ya no estamos en el caso de la pura ignorancia, pero encontramos reacciones asimiladas a ella, como la de la pura negación, sin más.  No se paran a pensar, niegan lo que se les dice. Más difícil es encontrar creyentes convencidos que puedan llevar a cabo una oposición crítica con suficiente predicamento y sesuda doctrina.

No es desdeñable, tampoco, pensar en el “miedo escénico”: el qué dirán, el alejamiento de un entorno hasta entonces atractivo, miedo a la exclusión social, a no poder ejercer en el ámbito precedente tareas hasta entonces exclusivas. De ahí que lo más normal suela ser la reacción de simple  apartamiento de tales lecturas peligrosas para, del modo que sea, reafirmar la propia fe. Hay quienes optan, como siempre ha sucedido, por “matar al mensajero” del modo que sea: buscando contradicciones, afeando conductas, escudriñando su pasado, lo de siempre, argumentos “ad hominem”.

Reacciones, pues, cuya defensa se basa en la visceralidad emotiva, aunque las disfracen con el sucedáneo de “inteligencia emocional”.

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