La plenitud de la santidad... ¡en el rito!


Salvación, salvación, salvación... siempre pendientes de la salvación, siempre hablando de salvación, siempre la eterna palabra pletórica de magia o de misterio. Curiosamente, con idénticas palabras, las mesnadas tonantes de Alah, también quieren salvar Al Andalus.

Pero el crédulo ¿qué salvación espera? ¿De qué se tiene que salvar? ¿Qué designios sobre su vida le ocupan? ¿Qué santidad le llena? ¿Qué más puede hacer para ser santo?

Los crédulos piadosos (1) viven en una íntima contradicción que les corroe, porque, llenos de prácticas en loor al Dios siempre Padre, a Cristo de los mil rostros, a la Virgen de las cien mil caras, a San Judas e innúmeros conmilitones y lleno su paladar mental del sabor de lo divino, su "modus intelligendi sanctitatem" les impide llegar al acto extremo de perfección, el de “dar todos sus bienes a los pobres”.Completarían de ese modo y de una vez la carrera.

Es un decir, porque en ese caso pasarían a engrosar un mundo de "todos pobres". El "reino de los fieles píos" sería el campo de las miserias y el posible turismo, entre tanta catedral a visitar, estaría plagado de "por Dios eros".

Como a cualquier mortal les aterra “el luego, aún no cercano”, su porvenir, su jubilación... No perciben el encenagamiento en entelequias que les embarga en ese otro “mientras tanto”, en el diario acudir al mercado, en la atención a las clases, en la convivencia con el marido, en la sartén que se pega y el seguro del coche a pagar.

Quieren llegar, no a la salvación, pues en su fuero interno ya se consideran salvados a fuer de “electos de Dios”, sino a la “plenitud de la gracia”, concepto no se sabe cómo realizable ni encarnable.

Curiosamente he constatado que por necesidad de “encarnar” alguna que otra afirmación bíblica, se consideran los más pecadores de los hombres. ¡Pero rebuscan por qué son pecadores y en qué son pecadores para poder ascender un grado más en la perfección!.

Son pecadores... ¡pero que no se lo digan los demás! Condición que a veces mixtifican con el "todos somos humanos", "en todas partes cuecen habas", "son hombres como cualquiera", "más lo sois vosotros".

No pudiendo hacer otra cosa, porque más no les queda por hacer, confunden santidad, es decir, plenitud de gracia, con una práctica mayor de ritos, con un llenar el día de “presencia de Dios”, con un enfangarse más en las ideas, con un revolver nuevos conceptos misteriosos extraídos del mismo pasaje ya revuelto por quincuagésima vez, con un recitado de "mantras" que un profano confundiría con el bisbiseo... Y si antaño era la misa diaria, hogaño puede que alguna más caiga entre semana.

La vida, sin embargo, ah, ya es otra cosa. La mayor parte de las veces su concepto de la relación humana está quebrado, está adormecido, con frecuencia retrotraído a la niñez: les dominan la sumisión, el querer contentar y la necesidad de considerarse aceptados; incluso hacen broma de lo sacro en "petit comité" como si de niños traviesos se tratara; viven sumergidos en una no aceptada insustancialidad de sus vivencias. Y se revuelven con frecuencia en la más cruel de las tiranías... casi siempre direccionada hacia los suyos, padres, hermanos, sobrinos.

(1) Dejo a la consideración del lector si este pasaje es o no una extrapolación, porque estoy describiendo personas piadosas conocidas por mí. Quizá haya gente piadosa que no esté inmersa en tales formas de vida. Pero ésos ya arrastran otra suerte de neuroris.
Volver arriba