Las religiones no son nada sin sus templos.

¿No son nada sin sus templos? Pues va a ser que eso no es cierto. Las religiones más purificadas son aquellas que no han tenido templos.
Pero en este mundo de intereses creados, de tanto tienes tanto vales, los templos son el traje de presentación de las religiones que se precien, aunque deriven en otro sesgo quizá no deseado pero hoy muy querido: la admiración previo pago. ¡Y, pardiez, que merece la pena el trueque de unos óbolos por visita: catedral de Toledo! ¡Cuánto esplendor y cuánta historia en ella encerrada!
Pero la inteligencia crítica se pone a pensar, a comparar y a preguntar, aunque las respuestas de los crédulos, siempre superficiales, le hacen desistir a uno de preguntar.
• ¿Qué finalidad tiene este edificio? ¿Rezar a Dios? ¿Ponerse en contacto con él?
• ¿Se necesita algo así para trabar relación con Dios?
• ¿Y Dios, que es tan grande, se encierra en este edificio aun siendo tan grandioso?
• ¿Por qué tantas y tan lujosas tumbas?
• ¿Qué sentido tienen tantas joyas, ocultas y guardadas con cien candados?
Elucubremos un poco sobre Jesús, supuesto fundador del cristianismo, cuyo ejemplo de vida se puede vislumbrar en los Evangelios.
• Jesús conoció muchos lugares de reunión piadosa y festiva de los judíos: sinagogas y el Templo de Jerusalén. Pocas y no muy buenas fueron las relaciones con estos lugares donde se reza a Yahvé y se leía y aprendía la Torá, ésa que comprende tanto la tradición escrita como la oral.
• Jesús sabía que el Templo de Jerusalén no era sólo templo: era también fortaleza, como defensa de la ciudad frente a posibles enemigos; era centro financiero, donde los que poseían dinero allí lo depositaban; era también recinto donde se guardaba el “tesoro del Templo”, producto de las ofrendas obligadas o depósito de bienes muebles particulares de gran valor. ¿Cómo no iba a escandalizar esto a un fundamentalista como Jesús.
• Jesús apenas si pisó el Templo. En su vida adulta, sólo hay una, aquella en que azota y tira por tierra los puestos de vendedores y cambistas.
• Expresamente desdeña los templos: recuérdese cuando Jesús pasa a los términos de Samaria y replica a sus discípulos que ni en Garizim ni en Jerusalén: Dios no habita en casas hechas con la mano del hombre, replicó.
• ¿Dónde hablaba Jesús con Dios, su Padre? En el monte, en el campo, de noche, caminando, mirando a las estrellas…
• ¿Podemos aventurar lo que pensaría Jesús de los soberbios templos construidos en su nombre y para honrarle y adorarle?
• Algo de lo mismo se podría decir de los templos dedicados a María, que son infinidad. ¿María para rezar iría a la Sinagoga? Primero, por ser mujer, no podía. Además, en ese tiempo el cuidado de la casa y de sus cuatro o cinco hijos, poco tiempo le dejarían. Pues si María no hacía eso, ¿por qué sí sus fieles?
• También sería normal que se reunieran en casas particulares como hoy hacen los judíos celebrando el Sabbat en familia.
• ¿Qué diría cuando le describieran el conjunto arquitectónico del Vaticano?
No, este entramado urdido por ansias humanas –Vaticano, Catedrales, etc. —es la más grande contradicción. La religión cristiana olvidó su propagación primera, basada en una vivencia individual y familiar de la fe que se tornaba proselitista más que nada por el ejemplo; olvidó la igualdad litúrgica de sus integrantes, aceptando como mucho la inspiración o sabiduría de determinadas personas que podían ayudar a los demás en el conocimiento de la nueva fe nombrándoles “presbüteroi” (en griego presbítero = anciano, en modo alguno “sacerdote”); al iglesia alzó su entramado organizativo, suntuario y burocrático teniendo como modelo la corte imperial romana; quiso igualar en grandiosidad al resto de las religiones; sustituyó basílicas paganas por templos cristianos, poniendo paredes y techos sobre cimientos anteriores.
Hoy no hay propagación de la fe porque se han ocupado de ello los presbíteros=sacerdotes. La clase popular de los fieles creyentes siguen siendo considerados infantes. La mujer, que podría ser el “alma mater” de la “propaganda fides” está proscrita en la Iglesia. La masa de fieles sigue viviendo de manera pasiva la fe, asistiendo a los ritos y poco más. Parece que la explicación y difusión de su fe “no es cosa suya”.
¿Y les merece la pena seguir pudriéndose como personas en otro orden de cosas activas pero pasivas en el ámbito eclesiástico? Y si de los templos hablamos, hoy día no son otra cosa que museos y testimonio del despilfarro propiciado por la credulidad pasada.
La casta sacerdotal defiende con uñas y dientes, con el pretexto de que ellos son los que han estudiado teología, sus privilegios. Pero, puestos a especular, ¿qué persona no sería capaz de leer en público un texto bíblico y, tras informarse por la multitud de medios que tiene a su alcance, explicar dicho texto y sacar las conclusiones doctrinales y morales inherentes? Cualquiera medianamente instruido. Pues la Iglesia no va por ahí. Y así le va.