Los sabios no caen bien a Jesús...

Inventan que queremos aparecer como sabios –nunca más lejos de nuestro ánimo-- al tratar los "asuntos de Dios" y allá que nos arrojan cantazos escriturísticos como si incurriéramos en lesa vanidad y engreimiento, con pecado de soberbia incluido. Y reprueban y recriminan que indaguemos, de forma que el sentido común no quede en entredicho, acerca de los asuntos relacionados con Dios, su Cristo (que quiere decir “Ungido”) e incluso de la exclamación aquella de "bendita la madre..." (cita obligada de Lc. 11, 27).
¿Por qué sólo hablan así cuando de discutir “sus asuntos” se trata? ¿Por qué hay que ser sabios, inteligentes, razonantes, investigadores, preocupados por la cultura… en las cosas de la vida, en el trabajo, en el afán de encontrar la verdad y sin embargo, al recapacitar sobre su doctrina y exponer dudas sobre quien rige el mundo, quien lo ha salvado, quien procura la felicidad eterna, no puede caber ninguna?
Quizá en Jesús se entienda, porque los únicos "sabios" de su tiempo eran los engreídos fariseos, doctores de la Ley que decían pero no cumplían. En Pablo, menos, porque su reacción contra los sabios se debe al rechazo que su orgullo no pudo soportar sufrido en el Areópago de Atenas cuando quiso convencer a los "sabios" griegos de su Buena Nueva.
El argumento que esgrimen se funda en palabras del Primer Maestro, el profeta Jesús, y del maestro segundo, Pablo de Tarso. Endeble argumento el basado en palabras y baladí argumento tratándose de Dios, que a todos ha creado y a todos ha salvado. “Si no os hiciereis como niños…”, “…porque has ocultado estas cosas a los sabios de este mundo…” (Mat. 11, 38 y 13, 25), “…sino que Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios…” (I Cor. 1, 27)…
La primera duda radica en la extensión del concepto "sabios". ¿A quiénes se refiere? La segunda duda... ¿Es malo pretender ser sabios? ¿Cómo tal Dios justo puede desdeñar a aquellos que han hecho de su vida la búsqueda de la claridad y la verdad? ¿O no fueron "sabios" los primeros que lo visitaron y ofrecieron sus dones? ¿No caen en la cuenta del ya clásico mecanismo de sustitución atribuyendo a Dios el sentimiento de quienes, al predicar absurdos, se ven rechazados por los que piensan?
Se podría responder con razones que ya tienen suficiente impronta secular, pero me voy a remitir a un filósofo del siglo II en su breve obra “Discurso verdadero contra los cristianos” que, según dicen, se ha conservado “gracias” a su refutación por Orígenes… Es decir, Orígenes recoge lo que Celso dice para refutar sus aserciones. Extractando citas se ha podido hacer una recensión de textos que han conformado tal “Discurso…”. Es de suponer que el "Discurso verdadero..." fuera más largo y no esa breve obra como es la publicada en nuestros días(1).
Ésta y otras obras de Celso sufrieron la misma suerte que infinidad de escritos de autores clásicos que no concordaban demasiado con la nueva fe. Ya sabemos por numerosas fuentes el expolio de literatura clásica, destrucción de bibliotecas y quema de libros ejercidos a conciencia por los nuevos puristas, los cristianos.
¿Qué dice Celso respecto a la predilección de Dios por los ignorantes e iletrados?
He aquí algunas de sus máximas: «Lejos de aquí todo el que poseyera alguna cultura, alguna sabiduría, o algún discernimiento; pero si alguno fuera ignorante, simple, inculto, pobre de espíritu, que venga a nosotros con valentía». Al reconocer que tales hombres son dignos de su dios, muestran bien claramente que no quieren ni saben conquistar sino a los necios, a las almas viles y sin apoyos, a los esclavos, a las pobres mujeres y a los niños.
Escuchad a sus doctores: “Los sabios –dicen los cristianos—repudian nuestras enseñanzas, ensoberbecidos e impedidos como están por su propia sabiduría”. ¿Qué hombre en su sano juicio puede dejarse captar por doctrina tan ridícula?
Así califica estas afirmaciones Celso: ridículas, dignas de risa a la par que extravagantes, extrañas a lo que es el hombre. A fuerza de repetirlas, primero se las han creído ellos mismos y luego las han aplicado a los demás. Y han captado a los ignorantes de este mundo "a carretadas". Han encontrado prosélitos "al peso". (2)
Pero, curiosamente, no han aplicado esas máximas a sus propios sabios, repletos de teología, henchidos de doctrina, imbuidos de esa pretensión por explicar a Dios con tomos y más tomos de Teología… ¿Cuál es la razón que exonera de esta diatriba a Tomás de Aquino? Por la misma razón, Santo Tomás y sus tomazos de Summa Theológica son una inmensa contraposición a las palabras del Maestro. En cambio los demás, los que piensan un poco en la cantidad de tonterías filosóficas y teológicas como tales obras contienen, son “necios”, son “los sabios de este mundo” rechazados por Cristo.
Pero Celso continúa:
¿Qué mal hay en ser un espíritu culto, en amar los conocimientos bellos, en ser sabio y en ser tenido por tal? ¿Será eso un obstáculo al conocimiento de dios? ¿No serán otras tantas ayudas para alcanzar la verdad?
Continúa Celso con una imagen bien gráfica que ayudará a entender el proceder de los predicadores de la fe:
¿Qué hacen los charlatanes y los saltimbanquis? ¿Acaso se dirigen a los hombres sensatos para inculcarles sus tosquedades? No, pero si atisban en alguna parte un grupo de niños, de mozos de flete o de gente grosera, es allí donde implantan sus reales, estacionan sus industrias y se hacen admirar.
Basta contemplar la multitud que la abraza para despreciarla. Los maestros de los cristianos ni buscan ni encuentran discípulos sino entre hombres sin inteligencia y de espíritu obtuso.
Esto que Celso dice de los inicios del cristianismo, sucede también hoy. El cristianismo ha encontrado caldo de cultivo entre gentes sin instrucción, incapaces de pensar por su cuenta y sin el más mínimo espíritu crítico. Se nutre de “los pobres de este mundo”… pobres en todos los sentidos. Y todos esos, los primeros cristianos esclavos y campesinos arruinados, así como los oprimidos de la sociedad de nuestros días, se sentían y se sienten halagados y sumidos en la inmensa alegría de que Dios los hubiera escogido precisamente por su estulticia. Es decir, por no pensar en lo que pueda ser él; por no discutirle; por no dudar de la inmensa farsa con que los heraldos de Dios les engatusan.
Una nueva comparación de Celso que ilustra el modo de proceder de los apóstoles de la fe:
En esto se asemejan bastante a los sabios empíricos [se refiere a los sanadores] que prometen restituir la salud a un enfermo a condición de no llamar a los verdaderos médicos por miedo a que éstos revelen su ignorancia. Se esfuerzan por desacreditar a la ciencia: “Se dejan agitar, dicen; sólo yo los salvaré; los médicos vulgares matan a los que se vanaglorian de curar”.
Aunque hoy “ya no cuela” y las enfermedades se atienden donde corresponde, todavía hay crédulos que rezan por la salud de sus familiares o la suya propia; que confían en que se produzca un “milagro” (y todos los milagros son “sanitarios”); se realizan peregrinaciones a Lourdes o a Fátima… y no es sólo por venerar a tal o cual Virgen; sobreabundan las oraciones y súplicas por los enfermos… Confesión… Sermones donde demuestran que los males humanos tienen curación en la palabra de Dios, en la confianza en Dios, en la comunión, en las prácticas cuaresmales… Más o menos lo que el domingo pasado se decía en el Evangelio: “¿Quién pecó, él o sus padres?”.
Mucho tiempo pasó hasta que la ciencia, sacudido el yugo de la credulidad, logró hablar por su cuenta. Y entonces la astrología bíblica cedió el paso a la astronomía; la alquimia, a la química; las rogativas se trocaron por la previsión meteorológica y los planes hidrológicos; la intercesión de determinados santos [ver este ENLACE] por la consulta al especialistas; la psicología y la psiquiatría dieron atención médica a las enfermedades del alma (pecados capitales y demás)…
Piensen, si la imparciales les asiste, en las palabras de Celso, filósofo del siglo II:
Se esfuerzan por desacreditar a la ciencia… … ¿No se diría que están ebrios quienes, entre sí, acusan a las personas sobrias de estar borrachas, o miopes a quienes quisieran persuadir a otros miopes de que quienes ven en realidad no ven nada?
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(1) Discurso verdadero contra los cristianos, Alianza Ed., Madrid, 1989.
(2) Mi propia experiencia: abordado en la calle por dos Testigos de Jehová, les escuché, admiré el entusiasmo con que me hablaban... pero en el momento en que comencé a rebatir sus afirmaciones me dieron bruscamente la espalda y se marcharon a toda prisa en dirección contraria.